—Lo del pandero ya lo arreglaremos.
—¿Los dos?
—Claro. Yo doy órdenes y tú obedeces.
Paula lo miró como si la hubiera insultado, pero Pedro no tenía tiempo para andar sintiéndose culpable. En ese momento sonó el teléfono y ella se levantó a contestar como si le fuera la vida en ello. Fuera quien fuese, apenas le dejó decir su nombre.
—Mamá… —saludó—. ¿Qué t…?
Segunda interrupción.
—¿La sopa? Sí… No… Claro… Sí, estoy más delgada… No, no hace falta. Ya me la hago yo, que tú tendrás mil cosas que hacer…
Durante un buen rato, su madre le contó con pelos y señales el lío que era organizar una boda. Paula solo tuvo que decir, de vez en cuando, «Madre mía», «Increíble» y «Pobre de tí». Pedro tuvo la sensación de que tenía mucha práctica en aquel tipo de conversaciones. Señaló su plato y le preguntó en voz baja si había terminado. Ésta asintió con la cabeza, y él se levantó y comenzó a recoger.
—¿Qué cita? —dijo alarmada—. ¿Con el modisto? Pero… Sí, sí —dijo mientras con la cabeza negaba—. No, que me gustaría tener un poco más de tiempo para adelgazar y… Sí, bueno, si es solo para ver qué tipo me podría ir bien, de acuerdo… ¿A las nueve? Bien.
Pedro se acercó y tapó el auricular.
—Hasta las diez eres mía —le advirtió.
Paula lo miró nerviosa.
—¡Tengo que ir! —le dijo sin hablar.
Parecía desesperada, pero Pedro no estaba dispuesto a ceder. No había tiempo que perder y él tenía preferencia sobre el modisto.
—El pandero primero —murmuró.
Paula tragó saliva.
—Mamá, una cosa, mira, es que no voy a poder llegar hasta las diez porque tengo un…
—Reunión —apuntó Pedro.
—Una reunión —continuó ella sonriendo agradecida—. ¿Con quién?
Estupendo. Su madre no se daba por vencida fácilmente.
—No lo conoces —improvisó—. ¡Claro que es importante!
A juzgar por cómo se apartó el auricular del oído, la respuesta de su madre no debía de haber sido muy agradable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario