—¿No me vas a invitar a entrar, Paula?
Cuántas veces había soñado con aquel momento. Damián Jackson llamando a la puerta y suplicando perdón y pidiéndole que volviera con él. Se había imaginado diferentes contestaciones. La primera, digna y amable, en la que le dejaba explicarse. No parecía muy probable. La segunda, iracunda y rencorosa, en la que le gritaba tanto que él salía corriendo. Y la tercera, ridícula, en la que se le abalanzaba al cuello y lo metía en su cama antes de que a él le diera tiempo de reaccionar.
—Me estoy mojando —comentó Damián limpiándose el carísimo abrigo.
—Perdona, pero eres la última persona que esperaba ver llamando a mi puerta. ¿Qué quieres?
A Paula no le hizo falta notar la mano de Pedro en el hombro para saber que lo tenía detrás. Le había bastado con ver la cara de Damián.
—¿Pasa algo? —dijo—. Será mejor que entre —añadió muy amable—. Soy Pedro Alfonso.
Damián entró, aceptó la mano que le tendía Pedro y se presentó también.
—Damián Jackson, antiguo compañero de trabajo y de otras cosas de Paula.
—¿Qué quieres, Damián? —repitió la aludida.
—Qué bien huele. Me tomaría una taza de café, la verdad. Es que acabo de salir de trabajar.
—Pues yo que usted cambiaría de trabajo —apuntó Pedro.
Damián lo miró como si estuviera loco.
—En fin, voy a por otra taza.
Paula disfrutó viendo cómo Damián observaba a Pedro, que se movía en su cocina como si fuera la de su propia casa. No en vano había pasado una hora registrando todos los armarios y cajones. Llevaba un año recordando su relación con Damián, preguntándose qué se le había pasado por alto, qué había hecho mal, por lo tanto no le hizo falta un intérprete para saber lo que quería decir aquella mirada. No le había hecho ninguna gracia encontrar a otro hombre en lo que aparentemente seguía considerando su territorio. Le habría parecido gracioso si no hubiera sido porque le dolía. Damián no sabía ni dónde estaban las cucharas en su cocina. Claro que, de eso posiblemente tenía ella la culpa porque durante su relación se sentía tan agradecida hacia él por quererla que no había esperado nada más. Ni siquiera una taza de café. Tal vez por eso no se le había ocurrido a su ex que pudiera estar acompañada.
—Has cambiado la decoración —apuntó Damián mirando a su alrededor—. ¿Has dejado todo igual de espartano que la cocina?
—¿Espartano?
—¿Cómo se dice ahora? Minimalista, ¿No?
—Lo único que he hecho ha sido deshacerme de lo superfluo —contestó Paula sentándose porque le estaban temblando las piernas—, de todo lo que atrapara polvo y no sirviera para nada.
—¿Incluso del dosel de la habitación que habías hecho con un sari viejo?
Paula sintió que enrojecía de pies a cabeza. No de vergüenza sino de ira.
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