jueves, 24 de febrero de 2022

A Mi Medida: Capítulo 40

 —¿Ejercicios de calentamiento? —dijo Pedro enarcando una ceja.


—¿De calentamiento? ¿Para qué hay que calentar?


—¡Una bici!


Estaba apoyada en la pared con un casco colgado del manillar.


—Ponte esto —le indicó Pedro.


Paula se dijo que debía de estar soñando. ¡Y quería despertarse ya! Aquello era una pesadilla.


—¿De dónde ha salido esta máquina y… Dónde está mi coche? ¡Dios mío, me lo han robado!


—No, no, no —se apresuró Pedro—. Lo he tomado yo prestado para ir a por las bicis.


—¿No has ido andando? —le preguntó ella con sarcasmo—. O corriendo…


—Ya sé que te dije que debías ir a todas partes andando —dijo él sin perder la paciencia—, pero como no creo que puedas llegar todavía al club a pie vas a ir en bici.


—Estás de broma, ¿No? Por favor, dime que estás de broma…


A modo de contestación, Pedro le puso el casco en la cabeza y se lo ató muy satisfecho.


—Volverás a casa en coche, no te preocupes —le aseguró.


Los pezones se le habían puesto de punta única y exclusivamente por el frío, por supuesto. No por sentir sus dedos en el cuello ni por tener su boca tan cerca. Menos mal que llevaba una camiseta bien gruesa.


—Pedro, no monto en bici desde…


—Suponía que me ibas a decir algo así —la interrumpió él haciéndole una seña para que se montara.


—Es muy temprano —protestó Paula—. Mi cerebro todavía no se ha despertado.


«Y mis hormonas están revolucionadas», añadió para sí.


—Pues cierra los ojos y piensa en Marcos Gray —le contestó sujetándole la bici con fuerza; como si fuera la primera vez que montara.


Paula lo miró. Lo tenía tan cerca que con un mínimo gesto podría haberlo besado.


—No sé si me voy a acordar…


Qué bonito si dijera algo como «No te preocupes, estoy aquí. No te voy a soltar…»


—No te preocupes, estoy aquí. No te voy a soltar…


¿Lo habría dicho en voz alta?


—¿Lista para intentarlo?


—¿No podríamos llamar a un taxi?


—Cuando quieras que te suelte, me lo dices, ¿De acuerdo?


Paula dió la primera pedalada con desconfianza. Tras un par de vueltas por el jardín, se encontró yendo hacia el camino que llevaba al lago. ¡Sola! ¿Dónde estaba Pedro? Le entró el pánico al darse cuenta de que solo había una bici.


—¡Pedro!


—Estoy aquí —contestó él.


Paula se giró y vió que lo tenía al lado. Iba corriendo tan tranquilo. Increíble. Qué guapo y fuerte era. Tanto que ella se salió del camino y la hierba frenó la bicicleta haciendo que se parara en seco. Pedro se apresuró a agarrarla para que no se cayera.


—Olvida lo que te he dicho de cerrar los ojos —bromeó.


Paula se dió cuenta de que tenía el corazón latiéndole aceleradamente. Bueno, iba corriendo, ¿No?


—De acuerdo, tú eres el que sabe.


—Y, de paso, deja de pensar en Marcos Gray.


—¿En quién?


Pedro pensó que estaba de broma.

A Mi Medida: Capítulo 39

 —Sí, son unos cinco kilómetros —contestó Pedro—. Al volver, ví que seguías trabajando y no quise molestarte. Además, estaba sudado y quería ducharme. Parece que tú quieres hacer lo mismo. Menos mal que no he gastado todo el agua.


—Gracias.


—Gracias a tí —contestó él enarcando ambas cejas.


Paula se dió cuenta entonces de que estaba en ropa interior ante él y deseó haberse desnudado en el baño aunque hubiera empapado la casa. Sonrojada, se dijo que podría salir airosa de la situación. No estaba desnuda y no llevaba ropa interior provocativa de encaje ni nada parecido sino de algodón blanco normal y corriente.


—Como sueles decir, nada de secretos entre un entrenador personal y su cliente, ¿No? —dijo encogiéndose de hombros.


—Creía recordar que no te hacía mucha gracia esa frase.


—Por todos los santos —dijo yendo hacia la escalera—, somos adultos, ¿Verdad?


En ese momento, se vió de reojo en el espejo que había situado en el vestíbulo. Tenía la ropa interior calada y eso la hacía totalmente transparente, como si estuviera completamente desnuda. Deseó haber llevado encajes. Por lo menos, así Pedro se hubiera fijado en ellos y no en la celulitis. Emitió un gemido que, probablemente, Gina oiría en Estados Unidos y corrió hacia el cuarto de baño pensándose seriamente si volver a salir en su vida. Intentó ver lo positivo de la situación. Después de verla así, seguro que Pedro no seguiría interesado en meterse en su cama. La luz de neón blanco de la cocina no tenía piedad. Se veía absolutamente todo. Mejor. Se metió en la ducha, y al ver el bote de gel de Pedro junto al suyo se sintió mucho mejor. Al darse cuenta de que minutos antes él había estado en el mismo lugar en el que ella estaba, se imaginó duchándose juntos. Lo peor era que habría dado cualquier cosa porque hubiera sido así. Un golpe en la puerta antes del amanecer la sacó de sus dulces sueños. Nunca le había gustado madrugar, pero aquel día había una razón para que le apeteciera menos que ninguno.


—¡Paual!


Pedro Alfonso. Él era la razón. Un hombre que la iba a obligar a hacer esfuerzos físicos que seguro que no eran sanos.


—He cambiado de opinión —murmuró metiendo la cabeza bajo la almohada.


Craso error. Se dió cuenta en cuanto sintió que le quitaba las sábanas y la dejaba expuesta al frío de marzo.


—Bonito pijama —comentó Pedro—. Siempre me ha parecido que los conejos eran de lo más… Sexys.


Paula sintió ganas de gritar, pero le pareció demasiado pronto. Se levantó y se puso sus zapatillas en forma de conejo, con orejas, bigotes y rabo, por supuesto. ¿No se suponía que había que ir siempre coordinada? Otra sonrisa nueva. Aquel hombre tenía muchas y esa no se la había visto antes. ¿Era regocijo? Sí, sin duda, pero mezclado con algo más. ¿Regocijo con afecto? No, seguramente no.


—No tienes ni idea del frío que hace en esta habitación —dijo a la defensiva antes de que Pedro pudiera hacer más comentarios.


—Eso lo arreglo yo rápido.


¡Qué original!

A Mi Medida: Capítulo 38

Paula se quedó mirando la pantalla. Sí, lo que tenía que hacer era trabajar. El trabajo la había ayudado en aquellos terribles momentos después de haber terminado con Damián y la ayudaría ahora a ignorar el deseo y el placer al recordar los besos y las caricias de Pedro. No debía ni podía ser débil. Seguro que para él no habían significado nada. Nada de nada. Volvió a mirar la pantalla y se preguntó por qué algo que hacía dos horas le había parecido una composición invernal de lo más lograda se le antojaba en aquellos momentos un cliché manido. El invierno, la lluvia. Sí, estaba lloviendo, oía las gotas y recordó a Pedro en la puerta de su casa. Al instante, sus dedos comenzaron a moverse y a crear algo nuevo, innovador, fresco. Se le pasaron las horas sin darse cuenta. Se frotó los ojos, agotada, acarició la pantalla y apagó el ordenador. Estaba cansada, pero contenta. Cerró el estudio, recogió el chocolate, lo tiró a la basura y se paró en seco. El todoterreno de Pedro ya no estaba. Se quedó mirando el vacío sin darse cuenta de que la lluvia la estaba empapando. Se había ido. Y ella muriéndose por contarle los cambios que había realizado en los paneles, las ideas que había tenido para la conferencia, deseando compartir con él la calidez de la cocina, una última taza de té y los planes para el día siguiente. Sintió un inmenso vacío en el estómago. Ni siquiera se había despedido. Entró empapada en casa y vió que todo estaba limpio y recogido, como si Pedro jamás hubiera estado allí. Pero lo cierto era que había estado y no había dejado tras de sí nada que la pudiera hacer sentir bien. Tampoco lo necesitaba. Tampoco le habría servido de nada. Ni siquiera una trufa belga tamaño gigante la habría hecho sentir mejor. Una ducha caliente, sin embargo, tal vez evitara que pillara una neumonía. Se quitó las zapatillas, los pantalones y la camiseta y abrió la lavadora para echarlos a lavar. Al hacerlo, descubrió la camiseta que Pedro había dejado allí. Se le debía de haber olvidado con las prisas, pero también había unos pantalones de deporte sudados. Entonces… En ese momento, oyó el último escalón y se dió cuenta de que Pedro seguía allí. Se irguió y lo vió entrando en la cocina secándose el pelo.


—Ya veo que lo de desnudarse en la cocina es una costumbre de la casa —dijo ataviado con un albornoz blanco.


—Eh… Creía que te habías ido —contestó Paula sin poder moverse del sitio.


—¿Yo?


—Sí, como no he visto tu coche…


—¿Has creído que había decidido que no merecía la pena quedarme?


Paula tragó saliva.


—Si Damián Jackson te trataba así, Paula, no vuelvas a mezclarte con hombres como él. Mi coche no está porque quería deshacerme del camembert antes de que apestara y me he ido al club. He vuelto corriendo desde allí.


—¿Desde allí?

A Mi Medida: Capítulo 37

Lo último que esperaba de él era amabilidad. Además, él le había dicho que no era una persona amable. Paula tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no abrazarse a él.


—Te equivocas, Paula —le aseguró Pedro con dulzura—. No creo que utilices el chocolate como sustituto del sexo. Si fueras tan fácil de satisfacer no necesitarías el chocolate.


Se inclinó y le dió un beso en la frente que hizo que Paula, por alguna estúpida razón, sintiera ganas de llorar, se giró y salió del estudio. 


Quería correr tras él y preguntarle qué había querido decir con eso y por qué era tan amable con ella, pero el sentido común le aconsejó no hacerlo. No, lo que tenía que hacer era seguir trabajando, tal y como había dicho. Enfadada consigo misma por ser tan crédula, se secó las lágrimas, encendió las luces y fue a cerrar la puerta. Al hacerlo, vió el chocolate que Pedro había tirado. No sintió deseos de comérselo. Lo dejó allí y se apoyó en la puerta cerrada. Miró a su alrededor. El estudio seguía igual que como lo había dejado una hora antes para ir a cenar con Pedro Alfonso y haber recibido la inesperada visita de Damián. Entonces, ¿Por qué se sentía ella tan diferente? ¿Porque Pedro la había besado? ¿Porque la había tocado? Sí, ya. No era ninguna virgen inocente e ingenua. Exclamó disgustada y se lavó las manos para quitarse los restos de chocolate que tenía entre los dedos intentando no pensar en la lengua de Pedro que los había recorrido. Se metió el pulgar en la boca para probar la sensación y tuvo que agarrarse al fregadero.


Pedro se agarró a la mesa de la cocina con ambas manos y tomó aire varias veces. ¿Qué tenía Paula Chaves que no podía parar de pensar en tocarla? No iba bien peinada ni se maquillaba en absoluto, olía a suavizante, le sobraban kilos y no estaba en forma. No era su tipo. Pero tenía labios suaves, piel sedosa y un cuerpo cálido que él deseaba como hacía mucho tiempo que no deseaba a una mujer. Golpeó la mesa con la mano abierta. No solía comportarse así. No solía fijarse en nadie porque ya lo había hecho y estaba de vuelta de ello. Ahora era un hombre que controlaba su vida. Se sentó, se frotó los ojos y se pasó las manos por el pelo. Había tenido su vida bajo control hasta que Paula Chaves había tropezado y había caído en sus brazos. Desde entonces, todo estaba patas arriba. Tampoco era un problema, ¿No? Podría irse en cualquier momento. De hecho, Paula llevaba diciéndole que lo hiciera desde el principio. Solo tendría que hacer una llamada para que otra persona se ocupara de convertirla en un cisne para su cita con Marcos Gray. Él solo tendría que olvidar su sabor, su mirada clara y limpia en los segundos en los que se había dejado llevar, antes de que la voz del sentido común hubiera hecho acto de presencia y lo hubiera aconsejado parar, no apostar para no resultar herida. Lo sabía porque a él le llevaba dando resultado muchos años. Hasta aquel día.

martes, 22 de febrero de 2022

A Mi Medida: Capítulo 36

Pedro gimió de placer al sentir que Paula respondía a su demanda con una dulzura que lo desarmó. Sin previo aviso sintió la respuesta erecta de su cuerpo y se lo hizo notar a ella para que supiera que su apetito por ella era tan intenso como el de ella por el chocolate.


—Eres preciosa, Paula —dijo acariciándole el pelo.


—¿Preciosa? —dijo ella riendo con amargura—. Por favor…


—Sí, preciosa —insistió Pedro—. No dejes que nadie te diga nunca lo contrario.


Pedro la oyó suspirar, reír y derretirse de placer.


—Entonces, ¿Me das el chocolate?


—Claro.


El chocolate se había derretido entre sus manos y, sin dejar de mirarla a los ojos, Pedro fue lamiéndole los dedos, uno por uno. Era cierto que estaba buenísimo, pero nada comparado con ella.


—¿Quieres chocolate, preciosa? Aquí lo tienes —le dijo.


Paula se sentía tan derretida como el chocolate. Qué fácil sería dar rienda suelta a su deseo, empezar por los dedos y seguir por todo su cuerpo. Desnudarse e invitarlo, pero, aunque físicamente estaba decidida a hacerlo, mentalmente había algo que se lo impedía. La horrible sensación de que se estaba burlando y aprovechando de ella. Debía de ser muy fácil para un entrenador personal aprovecharse de una mujer de baja autoestima, claro. A juzgar por el calor que sentía entre las piernas, parecía que Pedro Alfonso se tomaba muy en serio su trabajo, si aquel consistía en devolverle la confianza en sí misma. Un bonito sacrificio, la verdad, por el que debería estarle agradecida. No a punto de llorar. Tenerlo claro desde el principio era mejor, así no se llamaría a error y no se lamentaría cuando él se fuera y la dejara sola. Con la sopa de col.


—¿Paula? —dijo Pedro con dulzura sin dejar de acariciarle la espalda.


¿Le estaba queriendo insinuar que aquello no formaba parte del servicio? Durante unos segundos dejó que la abrazara y se lo creyó. Sin embargo, la voz de la conciencia volvió a tomar protagonismo y le recordó lo mucho que iba a sufrir cuando se diera cuenta de que la había engañado.


—No pasa nada, Pedro —contestó echándose hacia atrás sin tener en cuenta que estaba sentada a horcajadas sobre él—. Lo he entendido. Tienes razón —rió levantándose.


—¿En qué? —dijo él sin soltarle la mano.


Paula sintió que le temblaban las piernas. Pedro se levantó a toda velocidad y se interpuso entre la puerta y ella.


—¿En qué? —insistió.


Paula sintió que en realidad su cuerpo quería recostarse en el de Pedro y sentir su calor.


—En que utilizo el chocolate… La comida… Como sustituto del sexo —contestó como si hablara desde otro planeta—. No es así, ¿Sabes? De hecho, si te quedas, vas a dormir en la habitación de invitados —concluyó dando un paso al frente para que se quitara y la dejara salir. 


Pedro no se movió ni un milímetro. Alargó el brazo y le acarició el pómulo con el pulgar. Paula sintió un gran consuelo. ¡No, no y no! Aquello no podía ser. Lo que tenía que hacer era quitarse del medio. ¿Por qué no se había enfadado como cualquier otro que se hubiera quedado con las ganas después de creer que tenía la faena asegurada?

A Mi Medida: Capítulo 35

Le había puesto una gran zanahoria delante y le había dicho que la mordiera. Y Paula la iba a morder porque sería de tontos no hacerlo. Después solo sería cuestión de tiempo que volviera con él. Por lo menos con su presencia, Pedro había retrasado un poco aquel momento. Al sentir una puñalada parecida a los celos, se dijo que la decisión dependía única y exclusivamente de Paula y que él no era quién para meterse. Pero sí podía opinar sobre la cantidad de chocolate que ella estaba ingiriendo. Una onza, muy bien, pero ya dos, no. Avanzó hacia ella y le agarró la mano en el aire antes de que le diera tiempo de meterse la segunda onza en la boca.


—¡Basta! —dijo arrebatándole la tableta y tirándola al jardín.


—¡Pedro! No te había oído… —dijo ella tras dar un respingo.


Al ver que le habían arrebatado su droga, se puso de rodillas y siguió el chocolate con la mirada. Pedro no podía soltarle la muñeca porque seguía teniendo en la mano la segunda onza. Paula intentó cambiársela de mano, pero él le agarró también la otra muñeca. Entonces, dejó de forcejear y se rió.


—¡Madre mía! Debo de estar loca —dijo—. No sé qué me ha pasado.


—No pasa nada —la tranquilizó Pedro—. Vamos, levanta…


En cuanto bajó la guardia y le soltó la muñeca, Paula hizo otro intento desesperado por comerse el chocolate. Lucharon en la oscuridad hasta que Pedro se golpeó la rodilla con algo y cayó al suelo con ella encima. Allí, él notó sus pechos cayendo sobre su torso y el olor de ella mezclándose con el del chocolate. Se quedaron quietos unos segundos, lo que no fue mejor en absoluto. Pedro percibió los detalles en toda su fuerza. El pelo de Paula moviéndose con la brisa que entraba por la ventana y le acariciaba la cara, el cuello y la boca, sus enormes ojos tan oscuros como el chocolate que tanto ansiaba, sus labios voluminosos y apetecibles, sus muslos en la cadera.


—Por favor, Pedro —murmuró—. Quiero… necesito…


—¿Qué? —dijo él con voz ronca—. ¿Qué quieres, Paula?


«Chocolate, no», pensó ella. Como si le hubiera leído el pensamiento, Pedro le soltó la muñeca y deslizó la mano por debajo de su camiseta. Paula aguantó la respiración por miedo a que si hacía el más mínimo movimiento, él parara. Sentía su gran mano en la espalda y el pulgar dibujando círculos. Intentó no moverse, pero al sentir las caricias en las costillas no pudo evitar estremecerse.


—¿Es esto lo que quieres?


Pedro levantó la cabeza y le agarró el labio inferior entre los dientes con suavidad, jugueteó con ellos con la punta de la lengua, la saboreó… Paula sintió una oleada de tremendo placer en la tripa. Sabía perfectamente lo que estaba haciendo Pedro, pero lo estaba haciendo tan bien que suspiró de gusto y le devolvió el delicado beso.

A Mi Medida: Capítulo 34

 —Sería tonta si no la diera. No me gusta que sea él quien me dé esta oportunidad, pero no soy tonta, no necesito que mi madre me diga lo que me conviene. Sé que debo hacerlo si quiero ver mi obra reconocida y colgada en los museos.


Dejó la taza en el fregadero; sin mirarlo por temor a que aquellos penetrantes ojos azules se dieran cuenta de cuánto le dolía tener que sentirse agradecida hacia Damián Jackson.


—Tengo que volver a trabajar. Los paneles que te he enseñado tienen que estar terminados la semana que viene —le dijo—. Deja todo esto, ya lo hago yo luego —añadió refiriéndose al fregadero y a la mesa sin recoger.


No esperó a que Pedro contestara. Salió corriendo de la cocina y entró en el estudio tambaleándose de desesperación, buscando algo, lo que fuera, que la hiciera olvidar. No se molestó en encender la luz porque sabía perfectamente dónde dirigirse. Abrió el último cajón de la mesa. Al final, tenía que estar al final. Sí, allí estaba. Sus dedos tocaron la salvación. Sacó la tableta de fino chocolate que guardaba para las peores emergencias, se sentó en el suelo apoyada en la pared y la abrió. Aspiró su aroma, partió una onza y se la metió en la boca. No había nada como un buen trozo de chocolate derretido. Cerró los ojos y disfrutó de la sensación.


Pedro, de pie en mitad del estudio oscuro, oyó la tableta de chocolate partiéndose. Tendría que habérselo impedido y podría haberlo hecho, pero, aunque había estado tan tranquila con Damián, se había dado cuenta de que habían sido momentos de mucha tensión para ella. La había visto clavarse las uñas en los muslos por debajo de la mesa. Por desgracia, no sabía si aquella reacción se debía a que quería matarlo o abalanzarse sobre él y cubrirlo de besos. A veces, aunque alguien haga algo terrible, y estaba claro que Damián Jackson lo había hecho, se le sigue deseando. Lo único que sabía era que se arrepentía de haber obligado a Paula a invitarlo a pasar. Al ver cómo se comportaba ante él, había entendido que aquel hombre era la causa de todos sus problemas. Sin embargo, le había parecido una buena oportunidad para que limpiara su corazón de cualquier rastro de Martin, como había hecho con la casa. Obviamente no servía para ganarse la vida como psicólogo. Las cosas no eran tan sencillas. Se preguntó si Damián habría ido con la idea de proponerle dar la conferencia o, viéndolo a él allí, habría improvisado. No le costaría averiguarlo. Tan solo una llamada a Tomás Armstrong. ¿Y por qué le había caído tan mal aquel tipo? Por sus comentarios sobre el café y aquello de que él era un hombre muy ocupado. Cretino. ¿Solo por eso? No, también por cómo miraba y tocaba a Paula, como si supiera que le bastaría con chasquear los dedos para que ella volviera a sus brazos. Tal vez tuviera razón.

A Mi Medida: Capítulo 33

 -El mes que viene. ¿Qué me dices, Paula?


—Que ya se lo podían haber propuesto antes —contestó Pedro—. Paula está muy ocupada en estos momentos.


—¿Por la boda de Isabella? Confieso que, precisamente por eso, quiero que seas una de las conferenciantes. Será bueno para tí y para la universidad.


—¿Qué pasa? ¿Te ha fallado algún ponente a última hora? —preguntó Paula.


Damián sonrió y levantó las manos.


—Siempre me pillas —admitió—. Sí, ha fallado una persona, pero, por favor, no tires por la borda una oportunidad como esta por orgullo. Da la conferencia y todos saldremos ganando. ¿Te parece mal aprovechar la boda de tu hermana para dar un empujón definitivo a tu carrera? Ella no se lo pensaría dos veces y lo sabes. Paula, los dos sabemos que te debo mucho y espero que esta oportunidad que te brindo sea el principio del pago de mi deuda —concluyó levantándose—. Piénsatelo.


—No… —se interrumpió al ver la cara de Pedro.


Le iba a decir que no tenía nada que pensarse, que la respuesta era no porque no quería tener nada que ver con él, pero…


—No sé qué decir.


—¿Por qué no lo hablas con tu madre? Es una mujer inteligente y ambiciosa que quiere que sus hijas lleguen alto. Seguro que ella entiende lo importante que esto podría ser para tí. No tardes en contestarme, ¿De acuerdo? —concluyó—. Gracias por el café —añadió mirando a Pedro—. ¿Ese todoterreno es suyo? —le preguntó al llegar a la puerta.


—De mi empresa.


Damián sonrió y fue hacia su deportivo nuevo.


—En un par de semanas te llegará el programa, Paula. Llámame y quedamos para comer.


Paula cerró la puerta y se quedaron en silencio.


—Así que ese era el hombre del chocolate, ¿Eh? —apuntó Pedro.


—Lo has desconcertado —rió Paula dolorosamente—. El amable, dulce y guapo de Damián Jackson desconcertado.


—No es profesor, ¿Verdad?


—No, es el jefe del Departamento de Arte.


—Debe de ganar mucho porque el abrigo que llevaba…


—Tiene buen ojo para la pintura. Sabe reconocer lo que va a triunfar, así que compra barato a los alumnos y vende caro cuando ya se han hecho un nombre —contestó Paula encogiéndose de hombros—. Y siempre se hacen un nombre. Lo adoran.


Se bebió el café, sin leche ni azúcar, pero su cuerpo quería chocolate tanto como en otros momentos de su vida había querido a Damián Jackson. Ambos perjudiciales para su salud.


—Creí que querría que lo invitara a la boda de Bella. Este hombre no deja de sorprenderme —comentó pensando en la cantidad de cosas de chocolate que había en el coche de Pedro.


—¿Lo vas a hacer?


—¿El qué? Ah, ¿La conferencia? —se encogió de hombros avergonzada porque le apetecía realmente darla y había estado a punto de decir que no solo por fastidiar a Damián. 


Ya había pasado un año y seguía doliéndole su traición, pero no podía permitir que aquello influyera de forma negativa en su carrera.

jueves, 17 de febrero de 2022

A Mi Medida: Capítulo 32

 —Con un sari antiguo —lo corrigió intentando mantener la calma y sin mirar a Pedro.


—¿Quieres leche, Damián? —le preguntó Pedro poniéndole una taza de café solo en la mesa—. Me temo que no tenemos azúcar.


—¿No tienes azúcar? No me puedo creer que hayas cambiado tanto —contestó Damián mirando única y exclusivamente a Paula.


«Pues sí. Me he deshecho de todo lo que me recordaba a tí, incluso de buena parte de mi piel, que me froté hasta hacerme sangre», quería decirle. Pero no quería que supiera que había sido tan importante en su vida ni que le había hecho tanto daño.


—¿Qué quieres, Damián? —le volvió a preguntar.


—Nada personal. He venido en nombre de la universidad —contestó mirando a Pedro como para indicarle que se fuera y los dejara a solas. Pedro, lejos de hacerlo, se apoyó en el fregadero con el café en la mano—. Como sabrás, este año son las Conferencias Armstrong.


—¿Las Conferencias Armstrong? —dijo Pedro negándose a quedar fuera de la conversación.


Damián miró a Paula como si fuera una cosa entre ellos que nadie más comprendiera.


—Sí, una serie de conferencias patrocinadas por el grupo Armstrong Media, de Melchester, que es un grupo muy importante con ideas muy buenas para expandir la cultura. Tienen canales de televisión, eventos deportivos y muchas cosas más. ¿No lo conoce? —preguntó probando el café—. Está muy bueno. A mí nunca se me ha dado bien hacerlo.


—No es difícil. Como todo lo que merece la pena hay que dedicarle tiempo y ganas.


—Soy un hombre muy ocupado —apuntó Damián como queriendo decir que tenía cosas más importantes que hacer que preparar café.


Paula contuvo el aliento, pero Pedro se limitó a sonreír. A Damián seguramente lo había engañado, pero a ella no. Había sido una sonrisa superficial.


—Tú sabes que no tengo mucho tiempo, ¿Verdad, Paula? —dijo Damián poniéndole una mano en el hombro.


—¿Y qué tienen que ver las conferencias con Paula? —intervino Pedro de nuevo.


Paula aprovechó la confusión de Damián para apartarse. Éste tomó aire. Se notaba que estaba irritado y no podía esconderlo.


—El tema de este año es «El arte en el siglo XXI» —contestó sin molestarse en girarse para mirar a Pedro—. Materiales y técnicas nuevos. Paula es toda una experta en el uso del ordenador para diseñar telas. Fue una gran pérdida cuando se fue, pero entendimos que su carrera personal fuera más importante. Paula, no hace falta que te diga que va ir gente muy importante, pero podría intentar convencer al organizador para que te incluya entre las conferenciantes.


—¿Cuándo va a ser eso? —volvió a interrumpir Pedro.


Menos mal que lo había preguntado él porque Paula se había quedado sin palabras. Ser conferenciante en un evento así la catapultaría a la fama, saldría en la prensa y todo… Podría ser tan famosa como su hermana.

A Mi Medida: Capítulo 31

 —¿No me vas a invitar a entrar, Paula?


Cuántas veces había soñado con aquel momento. Damián Jackson llamando a la puerta y suplicando perdón y pidiéndole que volviera con él. Se había imaginado diferentes contestaciones. La primera, digna y amable, en la que le dejaba explicarse. No parecía muy probable. La segunda, iracunda y rencorosa, en la que le gritaba tanto que él salía corriendo. Y la tercera, ridícula, en la que se le abalanzaba al cuello y lo metía en su cama antes de que a él le diera tiempo de reaccionar.


—Me estoy mojando —comentó Damián limpiándose el carísimo abrigo.


—Perdona, pero eres la última persona que esperaba ver llamando a mi puerta. ¿Qué quieres?


A Paula no le hizo falta notar la mano de Pedro en el hombro para saber que lo tenía detrás. Le había bastado con ver la cara de Damián.


—¿Pasa algo? —dijo—. Será mejor que entre —añadió muy amable—. Soy Pedro Alfonso.


Damián entró, aceptó la mano que le tendía Pedro y se presentó también.


—Damián Jackson, antiguo compañero de trabajo y de otras cosas de Paula.


—¿Qué quieres, Damián? —repitió la aludida.


—Qué bien huele. Me tomaría una taza de café, la verdad. Es que acabo de salir de trabajar.


—Pues yo que usted cambiaría de trabajo —apuntó Pedro.


Damián lo miró como si estuviera loco.


—En fin, voy a por otra taza.


Paula disfrutó viendo cómo Damián observaba a Pedro, que se movía en su cocina como si fuera la de su propia casa. No en vano había pasado una hora registrando todos los armarios y cajones. Llevaba un año recordando su relación con Damián, preguntándose qué se le había pasado por alto, qué había hecho mal, por lo tanto no le hizo falta un intérprete para saber lo que quería decir aquella mirada. No le había hecho ninguna gracia encontrar a otro hombre en lo que aparentemente seguía considerando su territorio. Le habría parecido gracioso si no hubiera sido porque le dolía. Damián no sabía ni dónde estaban las cucharas en su cocina. Claro que, de eso posiblemente tenía ella la culpa porque durante su relación se sentía tan agradecida hacia él por quererla que no había esperado nada más. Ni siquiera una taza de café. Tal vez por eso no se le había ocurrido a su ex que pudiera estar acompañada.


—Has cambiado la decoración —apuntó Damián mirando a su alrededor—. ¿Has dejado todo igual de espartano que la cocina?


—¿Espartano?


—¿Cómo se dice ahora? Minimalista, ¿No?


—Lo único que he hecho ha sido deshacerme de lo superfluo —contestó Paula sentándose porque le estaban temblando las piernas—, de todo lo que atrapara polvo y no sirviera para nada.


—¿Incluso del dosel de la habitación que habías hecho con un sari viejo?


Paula sintió que enrojecía de pies a cabeza. No de vergüenza sino de ira.

A Mi Medida: Capítulo 30

 —Sí, mamá. Ya sé que la boda es mucho más importante que mis cosas… Claro que quiero que todo salga bien… Sí, ya sé que soy su madrina… Claro que quiero serlo, es mi hermana…


—A las diez —insistió Pedro al verla flojear.


Paula lo miró desesperada.


—No, no hay nadie conmigo… Será la radio lo que oyes. Mira, dame el número del modisto y ya hablo yo con él. Así quedamos cuando a los dos nos venga bien. Estupendo —dijo garabateando un teléfono—. No, de verdad, no hace falta que vengas otra vez a explicarme cómo es el régimen de la sopa. No, no, tú concéntrate en Isabella.


Colgó y se apoyó en la nevera respirando con dificultad, como si acabara de llegar de correr.


—Qué horror —murmuró.


—Si no hubiera estado yo aquí habrías cedido.


—Seguramente —admitió—, pero solo porque, aunque ir al modisto va a ser una tortura, seguro que es mejor que lo que tú me debes de tener preparado.


—Muchas gracias —contestó Pedro—. ¿Quieres café?


—Sí, por favor.


Pedro preparó la cafetera y la puso al fuego.


—Ha sido una pena que no te hayas rebelado por completo y le hayas contado lo que has hecho con la sopa.


—Es que no he hecho nada con la sopa. Ah, ya. Lo dices porque no me la he tomado.


—No, me refiero a que la has tirado al inodoro.


—Es que no la he tirado, así que habría sido una mentira.


—¿Y no decirle que no te la has tomado es decirle la verdad?


Paula lo miró cabizbaja.


—Además, que sepas que aunque tú no la habías tirado, la he tirado yo. ¿No te has dado cuenta cuando has abierto la nevera?


—No, pero gracias.


—De nada. No sé si es meterme donde no me llaman, pero, ¿Por qué le has dicho que estabas sola?


—Porque mi madre está ansiosa por emparejarme para que no me convierta en una solterona.


—¿Solterona? —sonrió Pedro—. Esas son vírgenes, ¿No? —añadió viéndola enrojecer—. Tu madre es una mujer chapada a la antigua, ¿Eh?


—No es eso. Es que no confía mucho en que pueda ser independiente económicamente, en que pueda ganarme la vida yo sola como artista.


—No parece que te vaya mal. Tienes una casa preciosa, muchos encargos…


—La casa es alquilada y desaproveché la posibilidad de casarme con un hombre que tenía un buen trabajo y un jugoso plan de pensiones privado. Mi madre no lo ha superado. Por eso no quiero que malinterprete la relación que tengo contigo —añadió fijándose en los vaqueros desgastados y con agujeros de Pedro—. No creo que le parecieras un nombre que cumpliera esas condiciones, pero prefiero que no contestes el teléfono cuando yo no esté.


—Perdona mi intromisión una vez más, pero ¿No eres un poco mayorcita para que te importe lo que piense tu madre?


—Cómo se nota que no la conoces —sonrió Paula—. ¡Dios mío, es ella! —exclamó al oír que llamaban a la puerta—. Suele hacerme estas cosas. Me llama por teléfono y, si le parece que no me he enterado de lo que me ha dicho, se presenta aquí y me lo repite.


—Tienes veintisiete años, Paula.


—¿Cómo lo sabes? —preguntó con el ceño fruncido.


—Porque es la edad que tiene Jimena. Cumple veintiocho el mes que viene. Estaba esperando a que me lo dijeras.


—Creo que te voy a acabar odiando.


—Seguramente con el tiempo así será.


Volvieron a llamar a la puerta.


—¿Vas tú o voy yo?


Paula se irguió, se pasó las manos por el pelo, tomó aire y fue a abrir. Pero no era su madre, sino un hombre. Un hombre bien vestido.


—Damián.

A Mi Medida: Capítulo 29

 —Lo del pandero ya lo arreglaremos.


—¿Los dos?


—Claro. Yo doy órdenes y tú obedeces.


Paula lo miró como si la hubiera insultado, pero Pedro no tenía tiempo para andar sintiéndose culpable. En ese momento sonó el teléfono y ella se levantó a contestar como si le fuera la vida en ello. Fuera quien fuese, apenas le dejó decir su nombre.


—Mamá… —saludó—. ¿Qué t…?


Segunda interrupción.


—¿La sopa? Sí… No… Claro… Sí, estoy más delgada… No, no hace falta. Ya me la hago yo, que tú tendrás mil cosas que hacer…


Durante un buen rato, su madre le contó con pelos y señales el lío que era organizar una boda. Paula solo tuvo que decir, de vez en cuando, «Madre mía», «Increíble» y «Pobre de tí». Pedro tuvo la sensación de que tenía mucha práctica en aquel tipo de conversaciones. Señaló su plato y le preguntó en voz baja si había terminado. Ésta asintió con la cabeza, y él se levantó y comenzó a recoger.


—¿Qué cita? —dijo alarmada—. ¿Con el modisto? Pero… Sí, sí —dijo mientras con la cabeza negaba—. No, que me gustaría tener un poco más de tiempo para adelgazar y… Sí, bueno, si es solo para ver qué tipo me podría ir bien, de acuerdo… ¿A las nueve? Bien.


Pedro se acercó y tapó el auricular.


—Hasta las diez eres mía —le advirtió.


Paula lo miró nerviosa.


—¡Tengo que ir! —le dijo sin hablar.


Parecía desesperada, pero Pedro no estaba dispuesto a ceder. No había tiempo que perder y él tenía preferencia sobre el modisto.


—El pandero primero —murmuró.


Paula tragó saliva.


—Mamá, una cosa, mira, es que no voy a poder llegar hasta las diez porque tengo un…


—Reunión —apuntó Pedro.


—Una reunión —continuó ella sonriendo agradecida—. ¿Con quién?


Estupendo. Su madre no se daba por vencida fácilmente.


—No lo conoces —improvisó—. ¡Claro que es importante!


A juzgar por cómo se apartó el auricular del oído, la respuesta de su madre no debía de haber sido muy agradable.

martes, 15 de febrero de 2022

A Mi Medida: Capítulo 28

Cuando una vivía sola era fácil olvidar el deseo, el calor entre las piernas, el despertarse junto a otro ser humano… aunque ese otro se pareciera más a una rata que a un homo sapiens.


—No lo volveré a hacer —le aseguró.


—¡No, por favor! —exclamó sonrojándose al momento—. Quiero decir… —se sentó—. La verdad es que no sé lo quiero decir. Creo que me voy a callar antes de decir más estupideces.


Pedro le soltó la mano, agarró la cuchara y le sirvió el pollo con guarnición de champiñones y salsa de tomate y cebolla.


—¿Te importa pasarme las patatas?


Al levantarse, Paula se golpeó la rodilla contra la pata de la mesa, pero ni se enteró.


—Qué buena pinta tiene todo —comentó—. ¿Qué tal si nos olvidamos de cocinar y traes tú la comida del Lake Spa?


—¿Seguro que solo era tres veces por semana?


Paula lo miró asustada.


—Tranquila —le dijo Pedro sirviéndose—. Háblame de tu trabajo. Jimena me ha dicho que antes eras profesora.


—¿Qué te ha dicho? —preguntó Paula con el corazón acelerado.


—Del trabajo, nada, pero sí que comenzaste a engordar cuando lo dejaste porque ya no ibas andando a la universidad. Por lo visto, eso coincidió con tu afición desmesurada al chocolate. ¿Qué pasó? —le preguntó mirándola fijamente.


—¿Qué pasó? —repitió Paula intentando ganar tiempo para controlar las inesperadas ganas de contarle todo lo que había pasado.


—¿Por qué dejaste de dar clase? Obviamente lo pasaste mal. De lo contrario, no habrías necesitado comprar chocolate al por mayor.


—¡Eso solo lo he hecho una vez! —exclamó acalorada—. Jimena no tendría que haberte dicho nada… —se interrumpió al darse cuenta de que acababa de hacer el ridículo—. No te lo ha contado, ¿Verdad? Pues sí, una vez me compré una caja entera de tabletas de chocolate con pasas, caramelo y trozos de galleta. Y otra caja de huevos de Pascua —confesó.


Había sido justo después de dejar el trabajo y todavía seguiría comiendo chocolate si Jimena no hubiera acudido en su auxilio y la hubiera salvado de una muerte segura por sobredosis de dulce.


—No, no me había dicho nada —contestó Pedro.


Más le valía no reírse. Más le valía no reírse. No se rió. Se levantó, abrió la nevera y sacó un frasco.


—¿Quieres salsa para la ensalada? —le preguntó poniéndose una mano en la boca y tosiendo—. Es light.


—¿Para qué la voy a querer entonces? —contestó Paula más por llevar la contraria que por otra cosa.


—Pruébala y ya verás qué rica está.


Paula se encogió de hombros y Pedro sirvió salsa sobre la ensalada, la revolvió y le sirvió.


—Dejé la universidad porque quería dedicarme por entero al diseño. Fue un paso arriesgado, tuve mucho estrés y por eso me dió por el chocolate.


—Pero ahora eres una artista independiente a la que le va muy bien.


—Sí. Una artista independiente a la que le va muy bien y que tiene un gran pandero porque no va andando al trabajo.


«Hay algo más», pensó Pedro mientras comían. Estaba seguro de que había algo más, de lo que Paula no quería hablar, que había propiciado el cambio de actividad.


A Mi Medida: Capítulo 27

 —Me alegro de que me lo preguntes —contestó—. Lo cierto es que estaba calculando cuántas veces tendrás que ir de la casa al estudio y del estudio a la casa para darte un paseo decente al día.


—Oh… —se sonrojó Paula—. Vaya.


—Sí, lo mismo pensé yo al darme cuenta de que me habías tomado el pelo.


—Lo siento, tengo que aprender a controlar mi sentido del humor.


—Ni se te ocurra. A mí me gusta.


—No hace falta que seas tan amable.


—Te aseguro que no lo soy.


—Ah… ¿Y has llegado a alguna conclusión? —preguntó Paula señalando la distancia entre la casa y el estudio.


—Sí —contestó Pedro entrando.


Paula había puesto un par de cuencos de cerámica y había sacado de la nevera la ensalada que él había llevado. La cocina estaba iluminada acogedoramente.


—¿Y? —lo instó.


—Y, tienes razón —contestó Pedro quitándose la camiseta—. Estoy calado —añadió secándose con ella el pelo, el cuello y los brazos—. Y muerto de hambre —concluyó abriendo la puerta de la lavadora y metiéndola dentro—. ¿Te importa servir la cena? Ahora mismo vuelvo.


Paula, que no podía ni moverse, se quedó mirando el espacio que hasta hacía un segundo había ocupado su inesperado invitado. ¿De verdad había sucedido? ¿Había sido una alucinación o Pedro Alfonso se acababa de quitar la camiseta en su cocina? Tenía unos hombros como para que los hombres salieran corriendo al gimnasio y las mujeres a la cama. Ningún modelo de la escuela de bellas artes la había preparado para aquello. Tragó saliva. Parpadeó. Volvió a tragar. Entonces, oyó sus pasos en el piso de arriba y reaccionó. Agarró un trapo y sacó la fuente del horno. Al sentirlo detrás, rezó para que creyera que se había sonrojado como consecuencia del calor del horno.


—Tendría que haberte dicho dónde están las toallas —apuntó sin mirarlo.


—No te preocupes. He encontrado una —contestó Pedro.


—Muy bien, tú con total confianza, como si estuvieras en tu casa. 


Como si no se hubiera comportado ya como si lo estuviera. Quitarse la camiseta en la cocina… Paula tomó la cuchara para servir, pero Pedro le agarró la mano y la obligó a mirarlo. Se había cambiado de pantalones. ¡Menos mal que no lo había hecho también en la cocina!


—¿Te he puesto en un aprieto? —le preguntó—. Quiero decir, ¿te ha parecido mal que me quitara la camiseta en la cocina?


—No, no, en absoluto —contestó Paula sintiéndose como una tonta.


Pedro debía de estar pensando que era una solterona. Y lo era. Solterona y virgen. Sin embargo, su reacción no era porque le hubiera molestado que se quitara la camiseta delante de ella sino por lo que se había perdido el último año. Por eso estaba enfadada. Se dió cuenta de que había ciertas cosas que el chocolate no podía sustituir.


—Es que cuando vives sola…

A Mi Medida: Capítulo 26

Hacía mucho tiempo que no se sentía así cerca de una mujer. Le gustaban las relaciones frías y seguras en las que ambos supieran hasta dónde se podía llegar. Le gustaba salir con mujeres florero, que quedaban bien colgadas del brazo, que supieran lo que hacer en la cama y que nunca esperaran pasar de allí a su corazón. Mujeres como Isabella Chaves. Preciosa, pero engreída y, por lo tanto, fácil de olvidar. Nada que ver con Paula Chaves, que era abierta, agradable y sensual sin proponérselo. Nada en ella era fingido ni forzado. Era ella misma. Era imposible no compararla con su hermana. Una la ficción, la otra la realidad. Tal vez estuviera siendo injusto con la hermana. Tal vez Isabella fuera tan bonita por dentro como lo era por fuera. Por un par de comentarios de Jimena, sospechaba que lo que Paula necesitaba no era mejorar su apariencia física. Quería que la admiraran por ser delgada, ir bien maquillada y llevar un vestido bonito. Todo por el físico, le parecía lo más importante. No se daba cuenta de que lo realmente esencial era lo de dentro.


—¿Pedro?


Se giró hacia la cocina.


—Estás empapado —dijo Paula—. Haz el favor de entrar inmediatamente antes de que pilles una neumonía.


—A sus órdenes, mi general.


—¿Tan horrible es? —le preguntó cuando llegó a la cocina.


—¿A qué te refieres?


—A quedarte en mi casa —contestó Paula—. No tienes por qué hacerlo si no quieres. Lo entenderé —rió para hacerle ver que le daba igual—. No se lo diré a Gina, te lo prometo.


Por un momento, su instinto de supervivencia le dijo que saliera corriendo de allí, pero se había dado cuenta de que, aunque quería hacer ver que no le importaba, lo que había hecho era echarlo antes de que se fuera él. Y vió, con sorpresa, que esperaba realmente que se fuera. Ojalá se hubiera ido de vacaciones. Estaría más aburrido, pero no tan confuso. Sintió deseos de abrazarla y de decirle que estar delgada no era lo más importante del mundo y que ella estaba estupenda tal y como estaba.


—La verdad es que la que me estás haciendo un favor eres tú a mí, ¿Sabes? —contestó recordando lo que le había dicho Jimena—. Todavía no he encontrado casa y me tendría que instalar en el balneario que, aunque no está mal… Tu casa está mucho mejor —mintió intentando no echar ya de menos su maravillosa suite con embarcadero privado, su barco y su servicio de habitaciones las veinticuatro horas del día.


Pedro estaba seguro de que Paula prefería oír aquello que su compasión.


—Entonces, ¿Qué haces bajo la lluvia?

A Mi Medida: Capítulo 25

 —Cuando dejo de trabajar —dijo Paula como si le estuviera leyendo el pensamiento— me gustan los ambientes neutros.


—Es más tranquilo —apuntó Pedro.


—¿Tranquilo? Es la primera vez que alguien emplea ese adjetivo refiriéndose a algo mío —contestó Paula pensativa—. ¿Qué vas a hacer con todo eso? —añadió viendo la caja de cartón que había llenado Pedro.


—No es asunto tuyo.


—¿Ah, no? —dijo mirándolo por fin.


El efecto fue devastador para ambos.


—No, es asunto mío. Me voy a deshacer de ello ahora mismo.


—¿Y qué vamos a cenar? Porque has dejado los armarios casi vacíos.


—Está todo controlado —le aseguró él—. El cocinero del Lake Spa ha preparado la cena. Está calentándose en el horno.


Paula sonrió levemente, y Pedro se dió cuenta de que cuando lo hacía le aparecía un hoyito.


—Al final, Jimena va a tener razón.


—¿Qué te ha dicho?


—Que estás aquí para hacer realidad todos mis sueños.


—Me temo que ha exagerado un poco. Mi papel es darte la oportunidad de que tú sola hagas realidad tus sueños —le aseguró a pesar de que no estaba muy de acuerdo con ellos—. Mañana iremos a hacer la compra, una buena compra, y podrás cocinar lo que quieras. Sabrás cocinar, ¿Verdad? Me imagino que no serás de las que piden pizza cuando se quedan sin galletas.


—Noooo —contestó Paula—. Solo lo hago tres veces por semana… Es broma, es broma –le aseguró—. Como veo que te vas a adjudicar el papel tradicional y pasado de moda de hombre de la casa, ¿Te importaría mirar los grifos? Es que están dando un poco de lata últimamente. Me has dicho que eras un hombre chapado a la antigua, ¿No?


Pedro se dió cuenta de que estaba bromeando y sintió ganas de nuevo de besarla, de abrazarla y demostrarle que era más auténtico que cualquier actor. Pero no lo hizo. Sabía mantener las distancias. Al fin y al cabo llevaba años haciéndolo. Mental, que no físicamente, que era lo importante.


—¿Qué les pasa a los grifos?


—No sé, mi padre me dijo que iba a venir a revisarlos, pero no ha debido de tener tiempo. Mi madre siempre le está encargando cosas. Si es una molestia, olvídate —le dijo como si no importara.


Como si estuviera acostumbrada a que no importara.


—No es ninguna molestia. Mañana mismo me encargaré de ellos —dijo Pedro—. Voy a tirar esto —añadió agarrando al caja.


La dejó en su todoterreno, bien guardada. Seguía lloviendo, pero no tenía prisa por volver a entrar. Se apoyó en el coche y miró al cielo con la esperanza de que las gotas lo refrescaran. Nada. El calor que había en aquella cocina entre ellos estaba convirtiendo las gotas en vapor. ¿Qué diablos le estaba sucediendo?

jueves, 10 de febrero de 2022

A Mi Medida: Capítulo 24

¿Hacer las cosas por ella? Aquello era nuevo. No quería ir a la casa principal, así que se entretuvo en descargar las fotografías. Al ver las que Pedro le había hecho sudada y acalorada, se dijo que era mejor hacer las cosas por los demás. Amplió la peor de todas y decidió ponerla en la nevera cuanto antes. Se entretuvo un rato más apagando el ordenador, recogiendo las tazas e ignorando los cañonazos de su corazón. Una cosa era cierta. Pedro Alfonso no se parecía en nada a Marcos Gray. Para empezar, era de verdad. Algo desagradable, pero de verdad. No un ser aparentemente perfecto que se pasaba más horas en la peluquería que ella. Empezó a pensar que no tendría que haber dicho nada de Marcos Gray. Ni a Jimena ni a nadie. Por eso, antes de salir y cerrar el estudio, agarró una última cosa y corrió bajo la lluvia en dirección a su casa. Paula entró por la puerta de la cocina y se quitó las gotas del pelo.


—¿Ya has terminado? —le preguntó al verlo apoyado en la mesa.


—En la cocina, sí. Estaba esperando a que llegaras para seguir con el resto de la casa. Prefiero que estés delante.


—Todo un caballero —dijo Paula dejando sobre la mesa un paquete sin abrir de bombones—. Al menos, te he ahorrado otro viaje al estudio.


Pedro lo miró y consiguió no sonreír. Un gesto bonito, pero sabía perfectamente con qué intención lo había hecho, creyendo que así evitaría otra incursión en su estudio. Jimena le había advertido que, cuando se rendía, era porque había escondido otra cosa para un momento malo.


—Gracias —contestó Pedro sin embargo—. ¿Qué tal Jimena?


—Enfadada —dijo Paula colgando la terrible foto en la nevera—. No le ha hecho gracia que la despertara.


—Ah —dijo Pedro preguntándose qué le habría dicho Jimena de él a Paula.


—Me ha dejado muy claro que ya puedo ir dando gracias por que me vayas a ayudar —confesó sin mirarlo—, que deje de quejarme y que coopere.


—Es agradable que lo aprecien a uno, pero no es esencial. Siempre y cuando me obedezcas, me da igual caerte bien o mal.


—Bien. ¿Has encontrado la habitación de invitados?


—Arriba a la derecha.


—Me temo que es un poco básica.


La casa entera lo era. Paredes blancas, vigas negras y suelos sin alfombras. La única nota de color la daban los lirios que había en un florero de acero arañado situado sobre la vieja mesa de pino de la cocina. Ni siquiera su dormitorio parecía demasiado femenino. Era difícil seguir el rastro de Paula Chaves en aquella casa que no tenía nada que ver con el colorido de su trabajo.

A Mi Medida: Capítulo 23

 —¿Y?


—Damián Jackson.


—Eso ha sido una puñalada trapera.


—Por tu bien. Te prometo que Pedro sabe lo importante que todo esto es para tí…


—¿No le habrás contado lo de Damián?


Que un hombre la hubiera tomado el pelo era doloroso, pero que lo supieran los demás sería insoportable.


—Tranquila. Él solo sabe que quieres estar guapa para la boda de tu hermana y para el guapo de Marcos Gray. Que conste que eso no se lo he dicho yo sino tú, y que ha aceptado por hacerme un favor.


—Y por el dinero, supongo.


—¿Qué?


—Bueno, supongo que no trabajará por amor al arte, ¿No? ¿Qué te pasa? Menuda tos tienes.


—Sí, es que tengo la garganta un poco irritada —contestó Jimena—. No te preocupes por el tema económico. Te prometo que no vas a pagar tú su tiempo.


—Exacto, porque no lo quiero. ¿Qué te habría parecido a tí que te metiera a un desconocido en tu casa?


—¿Si fuera tan guapo como Pedro Alfonso? Estaría encantada. No sé qué problema tienes. Te recuerdo que en la universidad compartimos piso con chicos rarísimos y nunca dijiste nada.


Paula se limitó a gruñir.


—Pedro Alfonso no tiene nada que ver con aquellos bobos que no sabían ni fregar un plato. Es de otra liga, te lo prometo.


—¿Ah, sí? ¿De cual? —le preguntó Paula.


—De la primera, de verdad. No tienes por qué preocuparte de que esté en tu casa.


—Pareces muy segura. ¿Me estás ocultando algo?


—¿Como qué?


—¿Lo has probado?


—Por favor, Pau. Ya sabes que no conviene mantener relaciones en el trabajo, siempre salen mal… —se interrumpió al darse cuenta de la metedura de pata—. Perdón.


—No pasa nada —contestó Paula.


Lo último que quería era que su mejor amiga no pudiera hablar con naturalidad de ciertos temas. Además, estaba intentando ayudarla y ella no se lo estaba poniendo fácil. No era justo.


—Muy bien —dijo por fin—. No es Marcos Gray, pero, ¿Qué se la va a hacer? Además, así me podrá revisar las cañerías.


—¿Cómo? —dijo Jimena confundida—. Eh, sí, no sé. Pregúntaselo. Al fin y al cabo está ahí para hacer realidad tus sueños.


—¿Estar guapa para bailar con un actor que no se va a acordar de mí al día siguiente? ¿Dar envidia a mi ex? ¿Qué tipo de ser soy?


—¿Humano?


—Cierto. Un ser humano que debería buscarse nuevos sueños —dijo pensando que no era solo su cuerpo lo que debería cambiar.


—¿Y por qué no lo haces? Ya va siendo hora de que hagas las cosas por tí. Uy, me parece que se te va a quedar el teléfono sin batería —apuntó Jimena al oír unos ruiditos—. Bueno, da una oportunidad a Pedro, por favor. No te arrepentirás.


Efectivamente, la línea se cortó y Paula se quedó mirando el aparato.

A Mi Medida: Capítulo 22

 —La verdad es que he venido a devolverte la cámara —dijo Pedro dejándola junto al ordenador—. Perdona si la has necesitado, pero no he podido venir antes porque he tenido que hacer la maleta.


—¿Y eso? ¿Adonde vas? —le preguntó bebiéndose el té de un trago a causa de los nervios.


Pues sí que había tardado poco en hartarse de ella.


—Jimena me ha dicho que querías que Nadia se viniera a tu casa, ¿No? Me lo tendrías que haber dicho. Habría venido antes


—contestó comiéndose otra galleta.


A Paula se le atragantó el té y se puso a toser. Pedro le pasó un pañuelo de papel y ella se limpió y se sonó la nariz.


—¿Mejor?


¿Mejor? Aquel hombre estaba loco, ¿No?


—¿Antes? ¿Me quieres decir que te vas a venir a mi casa? ¿Conmigo? —preguntó aterrada.


Aquella era una situación de emergencia, así que alargó la mano y agarró una galleta de chocolate una fracción de segundo antes de que él apartara la caja. Le agarró la muñeca con fuerza y le quitó la galleta antes de que le diera tiempo de llevársela a la boca. Paula soltó una palabra malsonante que le sorprendió hasta a ella misma, pero Pedro hizo como que no la había oído.


—Jimena me ha dicho que tienes una habitación de invitados, así que te prometo que no te daré la lata. Ni te darás cuenta de que estoy…


—Es que no vas a estar —lo interrumpió ella.


—… a no ser que se te ocurra hacerte un sándwich de beicon de madrugada. Entonces sí que te vas a dar cuenta de mi presencia.


—No hay beicon en casa.


—Eso lo voy a comprobar en cuanto vea la nevera.


—Pero…


—Te recuerdo que fue idea tuya.


—Mi idea era que Jimena se viniera a vivir conmigo unas semanas, pero a ella la conozco…


—Desde la guardería. Ya lo sé.


Paula sintió que se le aceleraba la respiración y el corazón. Normal. Era el enfado.


—Y Jimena me dijo que Angie no podía venir porque estaba casada y tenía hijos…


—Exacto. Así que has tenido suerte de que yo no tenga nada de eso.


Paula tragó saliva.


—Jimena me ha dicho que te diga que la llames si tienes algún problema —apuntó Pedro entregándole una tarjeta que llevaba en el bolsillo.


Estaba caliente y Paula sintió una loca urgencia de acercársela a la mejilla.


—Aquí tienes el número. Debe de estar despierta ya.


—¿Te crees que me importa despertarla? —le espetó—. Puede que a tí te dé miedo porque es tu jefa, pero a mí no. La conozco de toda la vida —añadió marcando el número de Jimena—. Preferiría no tener público.


—Nada de secretos entre una mujer y su entrenador personal, Paula —le recordó Pedro abriendo el cajón de su mesa y guardándose la bolsa de caramelos de menta.


Aquello la dejó sin fuerzas.

A Mi Medida: Capítulo 21

 —La verdad es que he venido a devolverte la cámara —dijo Pedro dejándola junto al ordenador—. Perdona si la has necesitado, pero no he podido venir antes porque he tenido que hacer la maleta.


—¿Y eso? ¿Adonde vas? —le preguntó bebiéndose el té de un trago a causa de los nervios.


Pues sí que había tardado poco en hartarse de ella.


—Jimena me ha dicho que querías que Nadia se viniera a tu casa, ¿No? Me lo tendrías que haber dicho. Habría venido antes —contestó comiéndose otra galleta.


A Paula se le atragantó el té y se puso a toser. Pedro le pasó un pañuelo de papel y ella se limpió y se sonó la nariz.


—¿Mejor?


¿Mejor? Aquel hombre estaba loco, ¿No?


—¿Antes? ¿Me quieres decir que te vas a venir a mi casa? ¿Conmigo? —preguntó aterrada.


Aquella era una situación de emergencia, así que alargó la mano y agarró una galleta de chocolate una fracción de segundo antes de que él apartara la caja. Le agarró la muñeca con fuerza y le quitó la galleta antes de que le diera tiempo de llevársela a la boca. Paula soltó una palabra malsonante que le sorprendió hasta a ella misma, pero Pedro hizo como que no la había oído.


—Jimena me ha dicho que tienes una habitación de invitados, así que te prometo que no te daré la lata. Ni te darás cuenta de que estoy…


—Es que no vas a estar —lo interrumpió ella.


—… a no ser que se te ocurra hacerte un sándwich de beicon de madrugada. Entonces sí que te vas a dar cuenta de mi presencia.


—No hay beicon en casa.


—Eso lo voy a comprobar en cuanto vea la nevera.


—Pero…


—Te recuerdo que fue idea tuya.


—Mi idea era que Jimena se viniera a vivir conmigo unas semanas, pero a ella la conozco…


—Desde la guardería. Ya lo sé.


Paula sintió que se le aceleraba la respiración y el corazón. Normal. Era el enfado.


—Y Jimena me dijo que Angie no podía venir porque estaba casada y tenía hijos…


—Exacto. Así que has tenido suerte de que yo no tenga nada de eso.


Paula tragó saliva.


—Jimena me ha dicho que te diga que la llames si tienes algún problema —apuntó Pedro entregándole una tarjeta que llevaba en el bolsillo.


Estaba caliente y Paula sintió una loca urgencia de acercársela a la mejilla.


—Aquí tienes el número. Debe de estar despierta ya.


—¿Te crees que me importa despertarla? —le espetó—. Puede que a tí te dé miedo porque es tu jefa, pero a mí no. La conozco de toda la vida —añadió marcando el número de Jimena—. Preferiría no tener público.


—Nada de secretos entre una mujer y su entrenador personal, Paula —le recordó Pedro abriendo el cajón de su mesa y guardándose la bolsa de caramelos de menta.


Aquello la dejó sin fuerzas.

martes, 8 de febrero de 2022

A Mi Medida: Capítulo 20

A pesar del esfuerzo realizado, Paula llegó a casa con ganas de trabajar. Estaba terminando un encargo cuando oyó que llamaban a la puerta del estudio y se levantó. Debía de ser su madre con otro cargamento de sopa. No, era Pedro. A ella se le aceleró el corazón y se dijo que habría sido por el alivio de que no fuera su progenitora con los últimos detalles de los preparativos de la boda de su hermana.


—He llamado al timbre, pero no me has debido de oír. Espero no interrumpirte.


Estaba tan guapo que Paula no sabía qué decir, así que se miró la muñeca para ver qué hora era, pero no llevaba reloj.


—Son casi las siete —le dijo él.


—Vaya, pues sí que es tarde —contestó ella apartándose un mechón de pelo de la cara—. Cuando me pongo a trabajar me olvido del tiempo. Pasa, que te estás empapando —le indicó dándose cuenta de que estaba lloviendo.


—Gracias.


—¿Quieres un té? Tengo una tetera por aquí por si…


—¿Surge una emergencia? —sonrió Pedro mirando a su alrededor y admirando las obras, modernas, pero bonitas.


—Flores silvestres —le dijo Paula antes de que se lo preguntara—. Un catedrático de la Facultad de Botánica me ha encargado una serie de paneles para el invernadero de su mujer —le explicó señalando la pantalla del ordenador—. Voy por el invierno.


—Copos de nieve —dijo Pedro—. El invierno es blanco y negro. «Como tú, monocromático», pensó Paula.


—Y verde —le indicó señalándole la hierba helada— y un poco rojo —añadió mirando un fruto del bosque—. ¿Con leche y azúcar?


—No, gracias, pero no te diría que no a una galleta porque no he podido comer y tengo hambre.


Paula no se dió cuenta de lo que había hecho hasta que ya era demasiado tarde y había descubierto el escondite.


—Muy gracioso. Has hablado con Jimena, ¿Verdad? ¿Has venido a quitarme el chocolate? Me entrego —dijo dejando la caja sobre la mesa y levantando las muñecas como si la fueran a esposar—. No opondré resistencia.


Pedro abrió la caja y se comió una galleta de chocolate. Jimena bajó los brazos algo avergonzada. A pesar del discurso sobre la igualdad de aquella mañana, no podía mirar a un hombre a los ojos y decirle lo que quería de verdad. Nunca había podido hacerlo por falta de confianza en sí misma.


A Mi Medida: Capítulo 19

 —Te lo estás tomando muy en serio, ¿No?


—Me tomo en serio lo que hago. ¿Por qué?


—No, por nada.


Pedro esperó paciente. Sabía que había más.


—Bueno, lo cierto es que Paula acudió a mí porque soy la única persona que la conoce de verdad. Quería que fuera a su casa y le tirara a la basura todas las chucherías.


—Eso puedo hacerlo.


—No creo. Dodie esconde cosas por todas partes por si se siente mal y necesita comer. Siempre lo ha hecho, pero desde que trabaja en casa ha engordado mucho.


—¿Trabaja en casa? —preguntó Pedro indignado.


—Desde que dejó de enseñar hace un año. Lo pasó muy mal, se tomaba dos tabletas de chocolate al día. Sin embargo, le ha venido bien para trabajar en sus telas. Es una artista realmente excepcional. Solo le falta un poco de seguridad en sí misma, mirarse al espejo y gustarse.


Pedro entendía a las mil maravillas lo que era mirarse al espejo y odiarse.


—Cuando el estándar es Isabella Chaves, no es fácil —apuntó Jimena.


—Tampoco tan difícil. Isabella Chaves es una princesa fría e intocable. Debe de pasarse media vida manteniendo esa imagen.


—Media vida suya y de los demás —susurró Jimena.


—¿Cómo?


—No, nada. Mira, Paula trabaja en un estudio que tiene en el jardín. Parece la cueva de Aladino, pero yo sé dónde tiene las cosas. Hay una caja de galletas de chocolate en el arcón de la esquina, una bolsa de caramelos en el cajón de la mesa, una bolsa de…


Pedro no pudo evitar reírse.


—Así que es todo un reto —concluyó su amiga.


—Lo que más me gusta del mundo —contestó Pedro—. ¿Qué más tenía que hacer Nadia?


Aquella vez fue Jimena la que soltó una carcajada.


—¿He dicho algo gracioso?


—No, quieres saber si hay que tomársela en serio, ¿Verdad? La verdadera pregunta sería ¿hasta que punto estás tú dispuesto a tomártela en serio?


Diez minutos después, Pedro colgó el teléfono y descargó las fotografías. Además de las que él había hecho, había unas cuantas muy bonitas de Lake Spa. Estaba claro que la cámara no era un juguete para ella. Sabía usarla. También estaban las que le había hecho toda sudada, sonrojada y con el pelo pegado a la cara. El ejemplo perfecto del antes. Recordó lo que había pensado cuando la había tenido entre sus brazos, que era una mujer rolliza, voluptuoso y femenina. Tenía un cuerpo de otra época, como de los años cincuenta, cuando el canon de belleza femenina eran mujeres a lo Marilyn Monroe. Y, por alguna extraña razón, aquellas curvas hacían que a él se le acelerara el corazón, lo que no le hacía ninguna gracia.

A Mi Medida: Capítulo18

 —Pero, ¿Cómo es que no estás durmiendo? —le preguntó cuando su empleada contestó al teléfono.


—Por desgracia todavía no me he habituado al horario de aquí —contestó Jimena—. Te iba a llamar.


—¿Algún problema?


—No, todo perfecto.


—Estupendo. Quiero que te lo pases bien y que vengas con ideas nuevas.


—Por supuesto. ¿Qué tal por allí?


—Muy bien. Lo único ha sido que Nadia está en el hospital.


—¡Pobre! —exclamó Jimena—. Eh…


—No te preocupes por Paula Chaves. Ya me he ocupado de ella.


—¿De verdad? Te quería hablar de ella antes de irme, pero no estabas en tu despacho. No le he cobrado porque me pareció que era un negocio. Admito que sería capaz de pagarle yo la estancia con tal de verla haciendo deporte.


—¿Es muy amiga tuya?


—Mi mejor amiga. Nos conocemos desde el primer día de guardería.


—No te preocupes por ella. Está en buenas manos. Me estoy ocupando yo personalmente de ella.


Jimena no pudo articular palabra.


—¿No te parece bien? —preguntó Pedro.


—No, no es eso, es que supongo que tendrás cosas más importantes que hacer, ¿No?


—No te creas. La empresa la llevan las personas que contrato para hacerlo. Además, me parecía la mejor solución dadas las circunstancias. La boda de su hermana tiene a los periodistas revolucionados, así que hay que ser discretos.


—Ya veo que sabes quién es.


—Lo supe cuando me dijo que quería adelgazar para una boda muy importante. Mejor dicho, que quería adelgazar para el padrino…


—¿Te ha dicho eso?


—Yo creo que se le escapó —sonrió Pedro.


—Le suele pasar. Muchas gracias por ocuparte de ella. Paula se merece lo mejor, pero hay que tener paciencia con ella… —bostezó Jimena—. Perdón. ¿Te vas a quedar en Lake Spa todo el tiempo que yo esté fuera?


—Mi secretaria dice que me vendrían bien unas vacaciones.


—¿Qué te estaba diciendo?


—Algo de tener paciencia con tu amiga.


—Ah, sí. Le dejé a Nadia por escrito algunas cosas sobre Paula. Come para consolarse y me temo que, aunque está encantada con la boda de su hermana, le va a resultar difícil soportar la presión de ser la madrina.


—¿Me estás diciendo que se me va a escapar a la pizzería en cuanto me dé la vuelta?


—No puede evitarlo. Hay que vigilarla.


—Ya me he dado cuenta. Hasta el momento, me ha mentido sobre su peso, su altura y su edad.


—¿Y se lo has dicho? Le debes de caer fatal.


—Vamos a dejarlo en que yo le he dejado claro que entiendo que tiene un problema con los números y ella entiende que no he nacido ayer. ¿Hay algo más que deba saber sobre ella?

A Mi Medida: Capítulo 17

 —Tienes razón, Pedro —dijo con una sonrisa radiante—. En cuanto pase la boda, me voy a comprar medio supermercado.


—¿Qué hora te viene bien? —preguntó él muy serio.


—¿Para qué?


—Para hacer deporte. ¿Tienes un horario flexible?


—Sí, pero me gustaría quitármelo de en medio cuanto antes, así que por la mañana a primera hora me va bien. ¿Qué tal a las ocho?


Pedro la miró con una ceja enarcada.


—¿A las siete mejor?


—Bien. Mañana empezaremos con poco peso. Desayuna bien, es decir, cereales integrales, leche semidesnatada y un huevo pasado por agua.


—Y nada de sopa de col —apuntó Paula intentando sin suerte hacerlo sonreír.


Había sido un intento para experimentar, solo para saber si la sensación rara en el estómago era hambre.


—Tómatela si quieres, pero después de los cereales y el huevo. A la menor sospecha de que estás comiendo mal, es decir, haciendo esa estúpida dieta, te abandono —le advirtió justo antes de que llegara una de las recepcionistas—. Dime, Laura.


—Los de mantenimiento te andan buscando, Pedro. Se ha roto una cañería en un baño y…


—Ahora mismo voy.


—¿También eres fontanero? —preguntó Paula cuando la chica se hubo ido—. ¿O es que en realidad eres fontanero y haces de entrenador personal en tus ratos libres?


Pedro la miró y tomó aire.


—Solo soy un hombre normal y corriente que lo mismo vale para un roto que para un descosido —contestó poniéndose en pie—. Disfruta de la comida —añadió dándole un número de cuenta a la camarera y pidiéndole perdón por no poder quedarse a comer.


Sin embargo, a ella no le pidió perdón.


—¿Alguna indicación para la cena? —le preguntó.


Era un hombre irritante, pero no quería que se fuera. Ojalá se quedara a comer con ella.


—Pollo sin piel, una patata asada sin mantequilla y ensalada.


—Pero si, cuando no estoy a régimen, no como tanto.


—No es la cantidad, Paula, sino lo que comes. Hasta mañana.


Lo observó alejarse. Nada de Marcos Gray. Aquel entrenador personal tenía el trasero más impresionante del mundo.


Pedro fue a ver el problema de las cañerías y un par de cosas más. No era nada grave, pero, como tenía la cámara de Paula en el bolsillo, hizo un par de fotos para enseñárselas al constructor. Después se fue a su habitación y pidió un sándwich mientras esperaba a que su ordenador arrancara para descargar las imágenes. Entretanto, llamó a Jimena.

jueves, 3 de febrero de 2022

A Mi Medida: Capítulo 16

Volvió a gemir al pensar que, para llegar al restaurante, tenía que subir las escaleras. Ni siquiera pensar en comer la animaba porque sabía que iba a ser comida sana. Fibra, lentejas y cosas por el estilo. ¿No habría un ascensor? No, claro que no. Qué estupidez. Se puso unos cómodos pantalones anchos y una camiseta de tirantes y se dejó el pelo suelto porque no tenía fuerzas ni para hacerse una coleta. Cuando la vió, Pedro le ofreció un vaso de agua.


—¿Tienes hambre?


—Por favor, no me atormentes —contestó bebiéndose el vaso de un trago y volviéndolo a llenar—. No tengo más opción que lentejas aquí o sopa de col en casa.


—¿Sopa de col?


—La dieta de mi madre.


—¿Tu madre es médico?


—No —confesó Paula.


Su madre no era nada más que la sombra de Isabella. Siempre lo había sido.


—Pero parece ser que la dieta de la sopa es lo último en regímenes y que adelgazas mucho en poco tiempo y…


—Tírala —la interrumpió Pedro pasándole la carta—. Te recomiendo la pasta.


—¿De verdad? —dijo Paula encantada—. ¿Y qué hago con la sopa? Me ha llevado a casa litros y litros.


—Tírala al contenedor de compost.


—No tengo. Mi jardín es pequeño y con pocas plantas, para que no me dé trabajo.


—Ocuparte del jardín te iría bien. Es un buen ejercicio.


—Sí, pero te salen callos en las manos —objetó Paula—. Olvídate. Mi madre me ha dicho que se ha pasado toda la noche cocinando, y ¿Qué me dices de los niños que se mueren de hambre?


—Si te remuerde la conciencia por tirar la sopa, haz una donación a alguna ONG. Para ponerse en forma hace falta voluntad y te puedo asegurar que no la vas a obtener de un plato de sopa.


¿Voluntad? No le gustaba cómo sonaba aquello. Además, ella no quería ponerse en forma, sino adelgazar. Por una vez, sin embargo, mantuvo su gran boca cerrada.


—Si tu madre te da la lata, ya hablaré yo con ella.


—Me encantaría ver un encuentro entre ustedes —contestó Paula pensando en el choque entre aquellas dos fuertes personalidades.


Pedro sonrió, haciendo que a Paula se le acelerara el corazón.


—Muy bien, pasta entonces —dijo devolviéndole la carta—, pero te advierto que a lo mejor me van a tener que llevar al coche entre cuatro.


—Si quieres caber en el vestido, vas a tener que hacer ejercicio prácticamente todos los días y, en cuanto a la dieta, léete esto para que sepas qué es bueno comer —dijo Pedro señalándole unas hojas que había sobre la mesa.


—Gracias —contestó Paula—, pero, después de vivir tres años con Jimena, sé perfectamente qué es bueno y qué es malo. El problema es que me gusta todo lo que engorda.


—Pues tendrás que prescindir de ello unas semanas. El que algo quiere, algo le cuesta.


—Hoy ya he hecho bastante. He debido de andar veinte kilómetros.


—No has andado ni tres y, además, el esfuerzo merecerá la pena cuando veas que cabes en el vestido y que el hombre de tus sueños se fija en tí. Ya comerás toda la comida basura que quieras después de la boda, cuando vuelvas a la realidad.


A Paula no le estaba gustando el tono que Pedro estaba empleando. No le estaba gustando nada de nada. Estaba claro que la había tomado por una tonta superficial. Pues que se fastidiara porque iba a tener que soportarla durante tres semanas.


A Mi Medida: Capítulo 15

 —¿Cómo? —dijo Paula horrorizada.


—Sí, con Lake Spa al fondo.


—Muy bonito.


Pedro la miró y sonrió. Aquello hizo que Paula acelerara el paso para alcanzarlo. ¿Por qué estaba haciendo aquello? ¿Para impresionar a un hombre al que, seguramente, no iba a volver a ver? ¿Para impresionar a otro que le había dejado muy claro que no quería nada con ella? ¿Estaba loca? Seguramente. Sin embargo, apretó los dientes y siguió andando unos diez minutos más, hasta que sintió un terrible dolor en el lateral.


—No puedo más —anunció poniéndose la mano en las costillas—. Te has salido con la tuya. Estoy hecha un asco. Tengo que parar.


—¿Por qué no lo has dicho antes?


—¿No te has dado cuenta?


—No, no se te notaba —contestó Pedro—. Está claro que eres tan buena actriz como tu hermana. Vamos, no te pares. Sigue andando en el sitio para que los músculos no se enfríen —dijo tomándole el pulso.


Paula le miró las manos mientras lo hacía. Eran grandes y fuertes, y se las imaginó agarrando un balón de rugby con fuerza.


—Está bastante mal, pero ya mejoraremos —dijo Pedro.


—¿Qué?


—Tu tasa de recuperación —contestó soltándola.


—Ah —dijo ella con el corazón latiéndole aceleradamente.


¿Solo por el esfuerzo físico o también por él?


—Muy bien, ahora podemos seguir, pero si un paseo por el campo puede contigo, vas a tener que trabajar duro, Paula.


—¿Cómo de duro?


—Por ejemplo, tendrías que ser capaz de hablar y andar a la vez.


¿Hablar? Ningún problema.


—Entonces, ¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí, Pedro?


—Es mi primer día en Lake Spa. Por eso me tienes sólito para tí.


—Qué suerte la mía. ¿Y qué hacías antes?


—Tienes que ir más rápido —le advirtió.


—Si voy más rápido, no puedo hablar.


—Si vas así, vamos a tardar todo el día en dar la vuelta al lago. Y, cuando te he dicho lo de hablar y andar a la vez, me refería a la semana que viene.


—Sí, sigue soñando.


—Te recuerdo que la que tiene un sueño aquí eres tú. Yo solo te voy a ayudar a hacerlo realidad —dijo acelerando y dejándola con la impresión de que no quería contestar a sus preguntas.


Paula sintió las gotas calientes sobre la piel y gimió. Hacía un año que no andaba más allá de la tienda de la esquina para comprar pan, leche y chocolate. Lo podría haber comprado junto con todo lo demás en el supermercado, pero era su forma de forzarse a salir de casa de vez en cuando. Cuando tenía un proyecto entre manos, lo único que la animaba a dejar de trabajar era el chocolate. Sin embargo, sus incursiones a la tienda tres veces por semana no la habían preparado para aquello. Había vuelto al club de salud casi a rastras. Pedro, que le había asegurado que iría mejorando, apenas sudaba. De hecho, apenas se le notaba la cojera. Le había indicado que se duchara y que se reuniera con él en el restaurante para hablar del programa mientras comían.

A Mi Medida: Capítulo 14

 —¿Ves? Jimena no para de decirme que haga deporte, baloncesto o tenis o lo que sea, y yo le digo que me parece peligroso.


—El tenis es malo para los codos, sí —admitió Pedro—. Te prometo que no te va a pasar nada —la tranquilizó mientras bajaban las escaleras—. He visto en el formulario de admisión que eres diseñadora de telas. ¿Qué haces exactamente? Lo digo porque me interesa saber lo que haces un día normal. No te imagino corriendo alrededor del telar.


—No utilizo ningún telar. Soy una artista, así que utilizo mi imaginación y mi ordenador.


—Ah, estupendo. ¿Y cuando no estás sentada frente a él qué haces?


—Me paso mucho tiempo buscando materiales.


—¿Te refieres a que te pasas mucho tiempo de compras?


—No hay forma de engañarte, ¿Eh? Te aseguro que ir de compras puede resultar agotador. Hay que encontrar la tela perfecta, con la textura adecuada, el tamaño, la caída… En fin un montón de cosas que te hacen perder un montón de calorías.


—Que supongo recuperarás en un santiamén con un capuchino y unas galletas danesas en la cafetería del centro comercial.


—Cuando encuentro lo que estaba buscando —continuó Paula ignorando su comentario—, comienza el proceso creativo.


—¿Y eso en qué consiste exactamente? ¿En coser?


¡En coser!


—Sí, la verdad es que los días realmente duros son los que tengo que enhebrar las agujas —contestó con sarcasmo.


—No quería insultarte.


—Te sale de forma natural, ¿Eh?


—Solo quería hacerme una idea de qué tipo de vida llevas.


—¿Sedentaria?


—En ese caso, quiero que a partir de ahora vayas a todas partes andando.


—¿A todas partes? ¿También al trabajo? —preguntó malévola.


—Claro. ¿Está muy lejos? Bueno, entonces, ve la mitad del camino en coche y la otra mitad andando.


Paula hizo un esfuerzo para no reírse. El camino consistía en salir por la puerta de la cocina, atravesar el jardín y llegar al estudio. Unos diez metros. Estaban subiendo una cuesta y, aunque iban lentos, al cabo de un rato, no podía más.


—¿Y las fotos? —preguntó en un hilo de voz—. ¿Qué te parece si las hacemos aquí? —añadió con la esperanza de que se parara.


—No —contestó Pedro—. Las quiero hacer desde el otro lado del lago.

A Mi Medida: Capítulo 13

Para que el padrino no se llevara una decepción y para que Damián se arrepintiera de haberla dejado. Y, sobre todo, para que los demás dejaran de tenerle lástima.


—Es eso lo que quieras, ¿Verdad?


Paula se encogió de hombros. Tal y como él lo había dicho, le había parecido frívolo. Quería algo más. Volver a sentirse segura de sí misma, pero decirle aquello a su entrenador personal era como desnudarse y no estaba dispuesta.


—Te prometo no quejarme —contestó.


—Muy bien. ¿Te importa levantar los brazos para que terminemos cuanto antes?


Paula tomó aire y obedeció. Cerró los ojos y sintió sus brazos alrededor de su cuerpo. Hacía mucho tiempo que no tenía a un hombre tan cerca. Tocándola. Más de un año. Sintió su aliento a pasta de dientes en la mejilla, mezclado con todo tipo de matices masculinos que despertaban en ella cosas que había enterrado hacía tiempo.


—Ya puedes respirar —anunció Pedro de repente.


—Perdón, me estoy comportando como una niña pequeña.


—Te entiendo, pero me temo que cuando decimos que somos entrenadores personales es porque lo somos de verdad. ¿A que no le dices cuánto pesas de verdad ni a tú mejor amiga?


Paula sonrió con amargura.


—Creo que ambos sabemos que no me lo confieso ni a mí misma.


—Te prometo que todos tus secretos están a salvo conmigo.


—Si tú lo dices.


—Te tengo que hacer un par de fotografías —anunció Pedro haciendo unas anotaciones y abriendo otro cajón—. Si encuentro la cámara, claro.


—Yo tengo una —contestó Paula decidida a acabar con aquello cuanto antes—. Toma. Es digital, pero te imprimiré una copia en casa.


—Buena cámara.


—Sí, la utilizo para trabajar.


—Muy bien, haremos las fotos fuera. Vamos a dejar tu bolso en una taquilla y, luego, iremos a dar un paseo.


—¿Un paseo? ¿Andando? ¿No vamos a correr? Andar se me da muy bien.


—Me alegro. Espero que sea cierto.


En cuanto se giró hacia la taquilla, Paula le sacó la lengua. Infantil, sí, pero se sentía mejor.


—¿Y tú puedes andar bien? —le preguntó viéndolo masajearse la pierna.


—Si no puedo, ya te lo diré —contestó él secamente.


—¿Qué te pasó? —le preguntó andando a su lado.


—Me caí y me cayeron encima seis hombres —contestó Pedro—. No fue adrede, son cosas que pasan en el deporte.


—¿Qué deporte?


—Rugby.


Paula lo miró con cara de dolor.


—Ganamos —apuntó Pedro.


—Supongo que entonces mereció la pena.


—Al principio eso pensaba yo.


—¿Hasta que te diste cuenta de lo grave que era?


Pedro se encogió de hombros.

martes, 1 de febrero de 2022

A Mi Medida: Capítulo 12

¿Qué había sido de la sonrisa? Hacía poco que lo conocía, pero aquel hombre las tenía para todos los gustos. Estaba la sonrisa educada de «Dios mío qué horror» de cuando la había agarrado para que no se cayera, aunque habría deseado no haberlo hecho. La sonrisa pensativa de «Dios nos pille confesados» de un hombre que creía que la mujer que tenía ante sí necesitaba realmente ayuda. Y la momentánea sonrisa que se había convertido en algo mucho más intenso cuando se había apartado de ella. Para terminar, la de hacía un segundo, era la sonrisa de no me creo una palabra de lo que has escrito aquí.


—Eso no es muy amable de tu parte, señor Alfonso. ¿Me estás diciendo que no me crees?


—Pedro —le recordó—. No, te estoy diciendo que no se te dan bien las matemáticas. ¿Te importaría subirte a la báscula, por favor?


Obviamente, iba a tener que ser así. Paula se quitó los zapatos y obedeció. Pedro deslizó el peso por la barra y, qué vergüenza, dos kilos y pico más de lo que ella había puesto.


—Madre mía —intentó disimular Paula—. Pues la báscula que tengo en casa es nueva. La voy a llevar a la tienda.


—Sí, más te vale.


—Claro que…


—¿Qué?


—No sé si estaba desnuda cuando me pesé.


—¿Ah, sí?


—¿Hay mucha diferencia de pesarse con ropa a hacerlo sin ella?


—¿Por qué no te la quitas y lo comprobamos? —sonrió Pedro con una nueva e impenetrable sonrisa—. No hay secretos entre una clienta y su entrenador personal.


¿Se creía que era tonta o era él el que era demasiado listo?


—No, gracias.


—Bien, entonces, vamos a medirte.


¡Estupendo! También se había puesto un par de centímetros de más. Aquella mujer era un caso perdido.


—No me digas nada —apuntó Pedro—. La última vez que te mediste, llevabas zapatos de tacón, ¿Verdad?


—Como todo el mundo, ¿No?


Paula creyó verlo sonreír de nuevo. ¿Cuándo conseguiría hacerlo reír?


—Muy bien, arriba las manos —dijo Pedro abriendo un cajón.


—No va a hacer falta. Ya me he rendido… —se interrumpió al ver que sacaba un metro—. ¿Eso para qué es?


Pedro enarcó las cejas.


—¿Me vas a medir? ¿Las caderas?


—Las caderas y todo lo demás. Para hacerte una tabla de ejercicio, tengo que saber exactamente de dónde tienes que perder.


—Pero, ¿No se ve a simple vista?


—Caderas, muslos, cintura —contestó Pedro.


—Sí, ya sé que tengo que adelgazar de todas partes.


—Bueno, sería una pena reducir tus encantos naturales —sonrió—. Si te pusieras un vestido con un buen escote, estoy seguro de que el señor Gray no podría mirarte otras zonas del cuerpo.


Paula gimió de horror. Había sido la primera chica de la clase en desarrollar y siempre le había dado vergüenza, pero nada comparado con que Pedro Alfonso le midiera los pechos.


—Lo volveremos a repetir dentro de una semana para ver el progreso —le informó.


—No creo que sea necesario, de verdad. Se ve muy fácil si has adelgazado. Yo lo sé por los vaqueros.


—Muy bien, pero yo prefiero un método un poco más científico. Por si tus vaqueros son tan flexibles como la báscula de tu casa, ¿Sabes?


—Te prometo no hacer trampas. Confía en mí.


—Primero, tienes que confiar tú en mí, Paula. Esto es trabajo en equipo. Si lo quieres dejar, no tienes más que decirlo. Todo lo que vamos a hacer es por tí, para que te sientas mejor y puedas disfrutar de la boda de tu hermana… Para que hagas realidad tu sueño.


Lo que Pedro le estaba preguntando era si estaba seguro de querer ser la guapa del baile. Obviamente, la estrella de la boda iba a ser su hermana, que para eso se casaba. Ella solo quería estar decente y presentable.

A Mi Medida: Capítulo 11

 —No entiendo…


—¿Me sigues?


Pedro se encogió de hombros. Paula lo tomó como un sí.


—Bien. Tú eres el padrino y te acabas de enterar de que mi hermana, la encantadora y deseable Isabella Chaves, es la madrina —le explicó enarcando una ceja—. Piénsalo.


Pedro lo pensó. Según los medios de comunicación, Isabella Chaves se había convertido en el sueño de muchos hombres desde la primera película que había interpretado. No solo era guapa sino que, además, tenía talento. Lo que Paula le estaba intentando hacer comprender era que, si él fuera el padrino e Isabella la madrina, nadie pensaría mal de él por querer ligársela. De hecho, todos querrían estar en su pellejo aunque solo fuera para besarle la mano. Entonces comprendió lo duro que debía de resultar ser la hermana mayor y gorda de Isabella Chaves y tener que oír una y otra vez el tono incrédulo de la gente al enterarse del parentesco. Era normal que Paula quisiera un cuarto de hora de fama. ¿Quién podía criticarla por ello? Además, Lake Spa se iba a beneficiar de ello.


—¿Me estás diciendo que hombres y mujeres son iguales incluso a la hora de soñar?


La vió sonreír ampliamente.


—Era más fácil de entender de lo que parecía, ¿Eh?


—Perdón, me temo que estoy un poco chapado a la antigua.


—No me lo creo. ¿Nunca te ha perseguido una mujer para besarte? Perdón, se me olvidaba que los hombres chapados a la antigua no hablan de esas cosas —sonrió.


—Efectivamente —dijo Pedro deseando besarla.


Hacía mucho tiempo que no sentía que se le paraba el corazón al mirar a una mujer. Se apartó de ella algo incómodo, pues no había sido su corazón la única parte de su anatomía que se había animado.


—Vamos a tener que trabajar duro para averiguar si Marcos Gray sabe mantener la boca cerrada también —dijo más cortante de lo que quería.


Paula dejó de sonreír y él aprovechó para ir hacia la zona de entrenadores personales. Que lo siguiera o no era su problema. Se quedó mirándolo mientras se reponía. Por un momento, había estado segura de que la iba a besar. Por un momento, había deseado que lo hiciera. Eso demostraba lo peligroso que resultaba no desayunar más que sopa de col. Para que el cerebro funcionara bien había que tomar, por lo menos, una napolitana de chocolate. Agarró su bolso y fue tras él. Al entrar en la pequeña habitación, se lo encontró de espaldas, leyendo el informe que Jimena había dejado sobre sus debilidades. Como no la veía, aprovechó para fijarse en su pelo, que se rizaba levemente en la nuca, en sus increíbles hombros, en su espalda fuerte y poderosa y en su cintura que se prolongaba hasta formar un formidable…


—¿Lista? —le preguntó girándose.


—No, pero qué se le va a hacer. ¿Qué hay que hacer?


—Pesarte.


Paula miró las básculas sin entusiasmo. De momento no pensaba subirse en una.


—No hace falta —le dijo cruzando los dedos a la espalda—. Ya he puesto lo que peso en el formulario —añadió con una gran sonrisa para convencerlo de que era una persona de fiar.


—Sí, ya lo he visto, y tu edad también —sonrió él.


Cuando lo hacía, se le formaban unas arruguitas alrededor de los ojos de lo más interesantes. Otro ejemplo de la desigualdad entre hombres y mujeres, porque eso mismo en las féminas se llamaba patas de gallo y había que eliminarlas a toda costa.


—¿Te importa que comprobemos cuánto pesas en realidad? —le preguntó muy serio.

A Mi Medida: Capítulo 10

Él no conocía al equipo y, además, si Paula quería conseguirlo iba a necesitar a alguien con dedicación absoluta para ella. No había ningún entrenador personal que pudiera hacerlo. Solo él. Era el único que tenía tiempo y el único del que se podía fiar en cuanto a la discreción. Así estaría ocupado.


—Muy bien, será mejor que nos pongamos manos a la obra cuanto antes porque tenemos mucho que hacer si queremos que la recompensa del señor Gray esté a la altura de las circunstancias —anunció.


Paula dejó de sonreír y lo miró enfadada. Mejor. La adrenalina era buena.


—Vamos a medirte y a pesarte y a hacer unas fotos.


Paula puso cara de terror.


—No te va a doler, te lo prometo.


—Qué sabrás tú.


Pedro recordó las imágenes que la prensa había publicado años atrás de él abandonando el terreno de juego en una camilla. Cómo odiaba verse así, con la pierna destrozada.


—Lo sé —le aseguró pensando en lo mucho que aquella fotografía le había servido para recuperarse después de las operaciones—. Es para que la pongas en la puerta de la nevera. Así recordarás todo esto cuando Marcos Gray no sea más que un recuerdo para contar a tus nietos.


—Gracias, pero prefiero poner una de él, que es más guapo.


—Como quieras —contestó Pedro negándose a piropearla. Iba a tener que trabajar duro si quería oír palabras de elogio—. Por aquí… —añadió levantándose y yendo hacia la puerta.


—Un momento… ¿Me estás diciendo que…? ¿Vas a ser tú mi entrenador personal?


—¿No quieres? Me temo que, al no estar Nadia…


—¡Liposucción! —exclamó Paula de repente.


Pedro no dijo nada.


—¿No te parece buena idea?


—Me temo que no. Succionar la grasa solo sirve si está concentrada en un solo lugar. Tú solo tienes que tonificar, pero el cuerpo entero.


—¿Solo? ¿Te haces una idea de cuánta carne tengo?


—Ahora lo voy a averiguar. Si haces todo lo que te diga y no comes chocolate, hamburguesas con queso y donuts… —dijo Pedro mirando los comentarios de Jimena.


—¡Dame eso! —exclamó Paula abalanzándose sobre él—. ¡No sé qué habrá escrito Jimena, pero es todo mentira!


Pedro apartó el formulario y la sujetó de la cintura. Al hacerlo, le llegó el aroma de su gel y su champú. Era la segunda vez que la tenía tan cerca. Y le gustaba. Tenía algo que lo atraía, algo femenino que no tenían las escuálidas modelos a las que estaba acostumbrado.


—Dieta equilibrada y un poco de deporte —le dijo—. Así, el señor Gray quedará prendado de tí.


No era cierto que fuera a ser solo un poco de deporte, pero no quería asustarla. Lo que no quería era que se apartara porque la tenía tan cerca que sentía sus pechos en el torso. La soltó a regañadientes decidiendo que ella estaba pensando en Marcos Gray y no en un ex jugador de rugby lesionado.


—¿De verdad quieres aparecer en portada sobre un titular que diga: Marcos Gray cae rendido a los pies de la hermana de la novia?


—¿No te parece bien?


No le parecía mal que quisiera adelgazar, pero el motivo, sí. Sin embargo, Paula Chaves era una adulta. Si quería hacer el tonto, no era asunto suyo. Él estaba allí para sacarle provecho a la situación.


—¿Por qué no me va a parecer bien? Quieres ponerte en forma, ¿No?


—Pero no te parece bien que lo haga por el padrino, ¿Verdad? Es curioso cómo cuando es un hombre el que quiere ligar, todo está permitido, mientras que cuando es una mujer…


—Mira…


—No, mira tú, señor Alfonso…


—Pedro —la corrigió.


—Muy bien, Pedro. Quiero que hagamos un pequeño ejercicio de imaginación, ¿De acuerdo? Quiero que te imagines el mismo escenario, la súper boda, pero esta vez vas a ser tú el padrino.

A Mi Medida: Capítulo 9

 —Ya lo entiendo —apuntó—. Esperas que el padrino se fije en tus amplios encantos si…


Aquella vez fue Pedro quien se interrumpió. No estaba siendo muy afortunado con sus comentarios, la verdad.


—¿Amplios? —dijo ella enarcando una ceja.


Sin esperar a que Pedro contestara, se inclinó hacia delante para sacar de su bolso una agenda. Al hacerlo, él tuvo un primer plano de su escote y se le secó la boca.


—El día D es el treinta de abril. Ese día tengo la última prueba de vestido. ¿Se puede hacer?


Llevaba los labios sin pintar, pero su boca era grande y atractiva, como el resto de ella.


—Tres semanas… —apuntó Pedro intentando concentrarse—. En ese tiempo se pueden perder alrededor de tres kilos.


—Yo tengo que perder diez.


—No nos gustan los regímenes ultra rápidos porque son malos para la salud y, además, el peso perdido se recupera. No te preocupes, entre la dieta equilibrada y el deporte, lo conseguirás. Si te lo tomas en serio, claro, y lo haces bien. ¿Estás convencida?


—¿Estoy convencida?


—Entiendo que quieras perder peso para la boda de tu hermana, pero te recomendaría que te lo tomaras con calma. Adelgazar mucho lleva su tiempo.


—Mira, ya he hablado de todo esto con Jimena, tu jefa, ¿De acuerdo?


—Mi jefa… —dijo Pedro disimulando una sonrisa—. Muy bien, pero que conste que lo que te he dicho ha sido porque me parece una salvajada realizar un esfuerzo sobrehumano solo para un día.


—¿Solo? —repitió ella echándose hacia delante, dejando el escote a la vista de nuevo—. Para que lo sepas, no es solo para un día. No soy la novia, pero el padrino va a ser Marcos Gray, ¿Sabes? Por eso es tan importante para mí adelgazar.


—¿Marcos Gray? —dijo Pedro como si aquel nombre no le dijera nada.


—¿No sabes quién es?


—No, lo siento.


—Un actor súper famoso de ojos oscuros, pelo rubio y trasero estupendo… Aunque dicen que utiliza dobles para las escenas de…


—Muy bien, muy bien —la interrumpió Pedro—. Ya sé quién es —añadió preguntándose qué tendría que ver Paula Chaves con aquel guaperas por el que todas las mujeres perdían la cabeza—. Supongo que es una buena recompensa por tener que vérselas con los ratones de los pajes.


—Desde luego —contestó Paula—. Aunque me gustaría ser yo la recompensa por que él no perdiera las alianzas.


De repente, Pedro entendió quién era Paula Chaves.


—¿Eres hermana de Isabella Chaves? —le preguntó recordando las portadas de aquella mañana que anunciaba su boda a bombo y platillo—. Perdona, no me había dado cuenta.


—No pasa nada. Todo el mundo se queda boquiabierto. Incluso a mi madre le cuesta entender que seamos hermanas y llevemos los mismos genes.


—A mí sí me parece que se parecen—dijo Pedro sinceramente.


Tenían los mismos ojos y, tal vez, tuvieran el mismo cuerpo, pero Paula lo había recubierto de una capa de grasa que su hermana había preferido evitar. Parecía que ahora Dodie estaba dispuesta a poner remedio a aquel error. Y deprisita. Por Marcos Gray. Ahora entendía las razones de Jimena para dejar que su amiga utilizara Lake Spa gratis. Se preguntó si estaría equivocado, pero comprendió que no porque Jimena había dejado instrucciones a Nadia de que tomara fotos de Paula antes, durante y después de su estancia. Era obvio que, aunque eran amigas, Jimena había visto el negocio. Claro. La prensa rosa pagaría una fortuna para, además de cubrir la boda de la hermana famosa, tener el reportaje humano de la hermana gordita. Ya se imaginaba las fotografías. Paula en mallas y con el pelo recogido de cualquier manera con una horquilla de un animalito. Obviamente se había vestido con lo primero que había encontrado a mano para que el resultado de la transformación fuera más espectacular. Sudando en nombre de la belleza, todo con el logo de Lake Spa en primer plano, claro. Y, por último, convertida en un cisne bailando con el galán de moda. Solo había un problema. Nadia estaba en el hospital. ¿Quién iba a hacer de hada madrina para obrar el milagro? Cuando se disponía a llamar a recepción para preguntar quién se podría hacer cargo de ella, dudó. Era un asunto delicado. La boda de Isabella Chaves era la noticia del año y era obvio que Jimena, que conocía a su equipo, había elegido a una persona discreta para hacerse cargo de la hermana de la novia.