Él rió con poco humor.
-Lo dudo, pero es posible, dado lo que sentí al besarla. Aunque eso en sí mismo es una respuesta, ya que la pregunta cuestionaba si era o no una seductora amoral.
-¿Y lo soy? -se odió por preguntarlo.
-¿Una seductora? -se tomó su tiempo para responder-. Oh, sí, sin lugar a dudas -le alzó la mano y con suavidad le rozó los nudillos con la boca-. En cuanto a amoral, me reservaré el juicio hasta disponer de más... pruebas.
A ella no se le pasó por alto la leve vacilación de Pedro. Retiró la mano y lo miró.
-Como darle esas pruebas demostraría su punto de vista, he de cerciorarme de que eso no suceda, ¿Verdad, alteza?
-¿Está segura de que se halla bajo su control, Paula? Ya la he besado dos veces y en ambas ocasiones podría haberse resistido, pero no lo hizo.
-Es usted el príncipe. No puedo pedirle que desaparezca, ¿No?
-Entonces finja por un momento que no lo soy. Soy Pedro Alfonso, plebeyo, y acabo de besarla. ¿Cómo reacciona?
Ya no fue capaz de contenerse. Antes de pensar muy bien lo que iba a hacer, alzó la mano y apuntó a su mejilla, poniendo en el golpe toda la angustia y confusión que la dominaban. Cuando retiró la mano él se la retuvo en mitad del aire con dedos férreos.
-Supongo que me lo gané -comentó con suavidad.
-Sí -corroboró Paula con la mandíbula apretada. Nunca en la vida había abofeteado a un hombre, sin importar las circunstancias-. Lo siento -susurró, sin saber si se disculpaba por su ira o porque era lo único que podrían compartir.
Le bajó la mano y le apresó el brazo contra la muralla sólida de su pecho. Bajó la vista para mirarla; su expresión expresaba furia por lo que se había atrevido a hacer, pero también algo muy parecido al respeto.
-¿Sabe cuál es el castigo en Carramer por golpear al monarca? -inquirió.
Él la había invitado a tratarlo como lo haría con un hombre que se había tomado libertades con ella, de modo que había recibido justo lo solicitado. Pero lo único que logró fue mover la cabeza con gesto nervioso.
-Se queda vinculado a la casa real el tiempo que el monarca desee -informó.
Nada indicaba que bromeara y Paula sintió un nudo en el estómago ante semejante idea.
-No puede hablar en serio. No puede castigarme por cumplir con sus deseos.
-La invité a exponer lo que pensaba, aunque no anticipé una reacción tan física.
La verdad era que ella tampoco. Aún estaba aturdida por lo que había hecho.
-¿Qué piensa hacer?
-La sentencio a dos meses de vínculo personal conmigo. Será tiempo suficiente para que se arrepienta de su temeridad.
-¿Dos meses? -se quedó boquiabierta-. Solo acepté trabajar para usted un mes.
-Eso era cuando lo hacía por libre voluntad -le espetó él.
-Habla en serio, ¿Verdad? -lo miró fijamente.
-Intente abandonar el país y lo averiguará -confirmó.
-¿Quiere decir que ahora soy su prisionera?
-No en el sentido que le da usted. En nuestra sociedad, una persona bajo vínculo puede continuar con su vida normal, pero cualquier clase de actividad social o viaje, incluidas expediciones locales, requieren la autorización de quien controla ese vínculo.
Mareada, se dijo que estaba en un sueño descabellado.
-Soy una mujer libre y hemos entrado en un milenio nuevo. Me niego a aceptar semejantes tonterías medievales.
-Hay una alternativa -sugirió Pedro.
-¿Cuál? -preguntó, pero sabía que no le gustaría.
-Puede abandonar el país, pero no se le permitirá regresar.
Era la solución obvia y habría debido saltar de alegría ante la posibilidad de escapar de una justicia tan arcaica. Sin embargo, la idea de no regresar jamás, y de no volver a verlo, la llenó de consternación. Aún le sostenía las manos y el corazón comenzó a palpitarle con fuerza. Dos meses no eran mucho más de lo que había acordado trabajar para él. Significaría agotar casi todo el tiempo de que disponía, y la necesidad de buscar un trabajo cuando regresara a casa sería más acuciante, pero no consiguió convencerse de irse.
-Me quedaré, maldita sea -aceptó.
-Sabía que lo haría -su mirada habría derretido el hielo.
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