martes, 2 de marzo de 2021

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 12

Unas sombrillas enormes proporcionaban sombra; se sentó en una tumbona debajo de una de ellas, aspirando el exquisito aire con olor a jengibre. Al parecer, la clase de natación ya había terminado, porque no se veía al niño por ninguna parte. Al ver nadar a Pedro, no le extraño que fuera tan musculoso, ya que debía tener por costumbre ejercitarse habitualmente. Mirar el pataleo rítmico de sus piernas largas y el arco de los brazos al nadar hizo que se sintiera sin fuerzas. Habría sido fácil fantasear que la había invitado a unirse a él porque la encontraba fascinante, pero sabía que ese no era el caso. Sin duda, desde pequeño lo habían enseñado a ser un buen anfitrión. Una cosa que había aprendido en su corta estancia en Carramer era que la hospitalidad se consideraba una virtud esencial. Saber que se hallaba allí por indulgencia hizo poco para mejorar su estado de ánimo, y tenía el ceño fruncido cuando Pedro emergió del agua.


-Si aún no se siente bien, quizá tendría que regresar a su habitación y dejar que el médico vuelva a examinarla -comentó él al ver su expresión.


Comenzó a ponerse de pie en deferencia a su rango, pero él la frenó con un movimiento de la mano.


-El médico vino a verme hace media hora -lo informó-. Indicó que podía levantarme, siempre y cuando no me excediera.


-Entonces hemos de cerciorarnos de que no se exceda -se pasó una toalla por sus anchos hombros-. Quizá le resulte mejor el jacuzzi que nadar. Ahora mismo iba hacia allí, de manera que puede unirse a mí.


La idea de compartir una bañera con él le provocó alarma.


-Aquí estoy muy bien -repuso con un movimiento furioso de la cabeza.


Él captó el titubeo en la voz y su expresión la desafió.


-¿Me tiene miedo, Paula? Ayer no lo tenía.


-Ayer no sabía quién era.


-¿Y ahora?


-Ahora sé que es el jefe aquí y desconozco cómo debería comportarme con usted, alteza.


-Ayer tenía ganas de llamarme Pedro -frunció el ceño-. ¿Por qué no empezar ahora?


-¿Cómo lo ha sabido? -su cara mostraba sorpresa. 


-Olvida lo bien que conozco el carácter australiano. Incluso llaman a sus primeros ministros por su nombre de pila. No puede sentirse tan intimidada por un príncipe. 


«¿Quieres apostar algo?», pensó. Era evidente que no tenía ni idea del impacto que le había causado mucho antes de conocer su título.


-De acuerdo, lo llamaré Pedro, siempre y cuando no se me arroje a una mazmorra y se me decapite por ello.


-Una cabeza tan hermosa debe permanecer sobre el cuello y los hombros -indicó en el acto-. En cualquier caso, mi palacio de la capital, Solano, no tiene mazmorras. Para encontrarlas tendría que visitar a mi hermano, el príncipe Leandro, que gobierna la Isla de los Ángeles. Aunque recibe ese nombre, hace siglos se usaba para desterrar a los criminales y las mazmorras se mantienen como una curiosidad histórica. Debería verlas, como visitante, desde luego.


-No, gracias -tembló-. En una ocasión visité el antiguo centro penitenciario de Port Arthur, en Tasmania, y tardé poco en salir de sus muros. Parecían impregnados de las pobres almas de los que habían sido encerrados allí.


-Creo que Leandro coincidiría con usted. De pequeños, nuestra hermana menor, Luciana, nos retó a ir a las mazmorras y Leandro comentó algo muy similar.


La idea de que Pedro tuviera un hermano y una hermana, y que jugara con ellos de niño, lo hacía demasiado humano. Además, aún tenía fresca en la mente la imagen de él enseñándole a nadar a su hijo.


-Espero que sea un gobernante benevolente -comentó.


-¿A diferencia de su hermano mayor?


La benevolencia no era una cualidad que le atribuiría a Lorne. La irritó que fuera capaz de leer en ella tan bien cuando apenas la conocía.


-Por lo que he oído, es usted un monarca popular.


-Pero no con usted -adivinó con la misma exactitud casi sobrenatural.


Paula se recordó que aquel sentimiento sin duda sería mutuo. De no ser por la insistencia del médico de que debía reposar, estaba convencida de que ya habría vuelto a su hostal en Allora.


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