Era la primera función a la que asistía en la residencia de verano y la grandeza del Salón Pintado le quitó el aliento. La amplia estancia recibía su nombre por un magnífico mural realizado por un famoso artista francés que dominaba la pared más larga. La imagen reflejaba la espléndida vista oceánica de la que gozaba la villa por dos lados. Era tan realista que Paula experimentó la tentación de pasar al otro lado, cualquier cosa para escapar de los ojos curiosos de los más de sesenta invitados. Apenas sabía decir algunas palabras en el idioma de Carramer, pero lo conocía lo suficiente como para saber cómo se decía «australiana» y su propio nombre. Casi todas las miradas dirigidas a ella eran amigables y curiosas, aunque unas pocas resultaban directamente hostiles, en particular las de un par de mujeres mayores que acompañaban a clones de sí mismas más jóvenes. Sin duda eran madres que esperaban que Pedro mirara con expresión favorable a sus hijas. Sus miradas airadas hicieron que tuviera ganas de reír. No solo no representaba ninguna amenaza para sus ambiciones, sino que ni siquiera deseaba serlo. Desconocían que lo más probable era que Pedro la hubiera elegido para ser su acompañante porque debía de ser la única que no urdía planes para atraparlo. Si él hubiera sido su acompañante de verdad, habrían podido salir al exterior para disfrutar de la belleza y la sensualidad del fragante aire nocturno. Quizá hubiera podido abrazarla y ella habría dejado descansar la cabeza sobre su hombro mientras él le susurraba palabras cariñosas al oído. Durante un momento casi pudo sentir la firmeza y calidez de su brazo y el corazón se le disparó, hasta que la suave voz de Estela Pascale quebró la ilusión.
-Las noches aquí son muy hermosas. Son uno de los motivos por los que decidí quedarme.
Paula hizo un esfuerzo para regresar al presente. Fantasear con Pedro no solo era una tontería, sino una tontería peligrosa. Aunque ansiara tener un romance con él, la realidad jamás encajaría con su visión. Solo tenía que mirar alrededor para ver cómo era la vida real. Durante un momento, envidió a Estela por amar a un hombre al que no tenía que compartir con un reino.
-¿El doctor no tuvo nada que ver con su decisión de quedarse? -preguntó.
Estela se ruborizó un poco, un gesto inesperadamente juvenil para una mujer que debía de superar los sesenta años.
-Puede que sí. Cuando nos conocimos, yo trabajaba como enfermera en el hospital de Solano en el marco de un programa de intercambio. Andrés formaba parte de su personal. Al principio pensé que se trataría de un romance de verano, pero en cuanto regresé a Australia supe que era amor de verdad. Él me ayudó a conseguir un trabajo fijo en el hospital y jamás volví a pensar en dejar Carramer.
-¿No echa de menos su hogar y su familia?
-Visito a mi familia y mis parientes vienen a visitarme -se encogió de hombros-, pero mi hogar está allí donde se encuentre Andrés. Imagino que no le digo nada que usted ya no sepa, Paula.
-Llámeme Pau, por favor. No sé muy bien a qué se refiere.
-Ahora mismo, cuando se hallaba perdida en sus pensamientos, su expresión me era familiar, aunque al principio no supe por qué. Cuando conocí a Andrés por primera vez, veía la misma expresión en mi cara al mirarme en el espejo. Es la expresión de una mujer que está tan ocupada en enamorarse que no se da cuenta de lo que sucede hasta que ya es demasiado tarde.
Un camarero les ofreció canapés en una bandeja de plata y la interrupción le ahorró a Paula la necesidad de responder. Como si percibiera la incomodidad de su interlocutora, Estela comentó:
-Una cosa positiva de tener estar en palacio es que el catering es delicioso.
Paula asintió, agradeciendo que hubiera desviado la conversación.
-Cuando llegué a Carramer, jamás imaginé que trabajaría para un príncipe y viviría en un palacio.
-Y esto es solo la residencia veraniega. Aguarde hasta que vea el palacio de Solano -indicó Estela-. Y no me diga que no se va a quedar el tiempo suficiente. Si conozco bien a Pedro, no la dejará escapar con tanta facilidad como usted cree. Al entrar en su compañía, también él tenía una expresión que reconocí. Recuerdo haberla visto en la cara de Alain poco después de conocernos. Como si hubiera caído en una emboscada y le gustara.
Paula estuvo a punto de atragantarse con el salmón. Como siguiera escuchando esas cosas, terminaría por creer que realmente le importaba a Pedro. No era verdad y, aunque lo fuera, ella no quería formar parte de su vida. Buscaba intimidad y amor, el tipo de relación que sospechaba que compartían Estela y Andrés, no una relación vivida ante el público.
Muy sabia Estela en sus apreciaciones jajaja
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