-Si me considera cualificada, lo haré por el bien de Joaquín -concedió, preguntándose si había perdido la cabeza.
-Ya ha demostrado su compasión hacia mi hijo, y eso es lo único que pido -confirmó-. Mis agentes de seguridad querrán comprobar su identidad, aunque no me da la impresión de que sea una terrorista.
-Nunca se sabe; ayer podría haber tenido una bomba escondida en mi biquini -empleó el humor para defenderse de sus sentimientos confusos.
Quería quedarse, pero sabía que eso era lo último que debía hacer, y temía que el motivo estuviera justo delante de ella.
-No debería bromear con esas cosas -la reprendió, haciéndola bajar de nuevo a la tierra-. En estos días la seguridad ha de tomarse en serio. Sin importar lo discretos que sean, los guardias siempre la tendrán a la vista cuando se encuentre con Joaquín.
-¿Es realmente necesario? -la idea de estar sometida a constante vigilancia la hizo temblar.
-Es por su propia seguridad y la del príncipe heredero.
-Costará acostumbrarse a ello, alteza -empleó adrede el título.
-Puedo ser Pedro cuando estemos solos -la expresión de él se suavizó un poco, aunque sus siguientes palabras quebraron la momentánea sensación de empatia-. Hay una condición más.
-¿Y cuál es? -quiso saber con cierta tensión.
-Es inevitable que mi hijo quiera saber cosas de Australia. Puede hablarle con sinceridad, pero sin embellecimientos, y bajo ningún concepto ha de fomentar la impresión de que su país es superior a Carramer. ¿Ha quedado claro?
¿Por quién la tomaba?
-Tengo el título de maestra. Jamás haría algo semejante -afirmó con auténtica indignación-. Si alberga dudas, quizá sea mejor que reconsideremos toda la idea.
Se puso de pie y olvidó las sandalias de rafia, que la hicieron resbalar sobre el suelo de mármol. Con la velocidad de un guepardo, Pedro se situó a su lado en segundos y su fuerza evitó que cayera. Ella se vió pegada a la muralla musculosa de su torso. Los ojos de él brillaban irritados, aunque la intensidad que emitían solo hizo que pareciera más atractivo. Una mujer podría perderse en esas profundidades de obsidiana. Durante un momento embriagador, revivió su beso incandescente y se preguntó si la besaría otra vez. Pero él la apartó con gesto firme.
-Debería saber que no hay que realizar movimientos bruscos sobre una superficie resbaladiza.
-Todavía estoy un poco débil -se disculpó, sin querer que supiera que esa debilidad se debía a su proximidad.
En el acto, la impaciencia de él se convirtió en preocupación.
-No me sorprende, después de lo que tuvo que pasar. Le sugiero que vuelva a su habitación a descansar un poco más, mientras medita mi propuesta.
Lo último que necesitaba era reflexionar sobre las cosas y recuperar la cordura.
-He acordado quedarme y lo haré. Ni siquiera me pondré mi sombrero de Cocodrilo Dundee delante de Joaquín.
-A su peculiar manera australiana, supongo que está accediendo a mis deseos -la paralizó con una mirada de desdén real.
-Creo que eso es lo que he dicho -respiró hondo.
-Entonces, bienvenida a la casa real -le tomó la mano y entrelazó los dedos con los de ella.
Un calor extraño recorrió a Paula. Se recordó que se quedaba por Joaquín y eso funcionó, ya que las llamas se apagaron, aunque tuvo la impresión de que, mientras se hallara cerca de Pedro Alfonso, podrían volver a encenderse en cualquier momento.
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