-Yo no haré desgraciado a nadie -convino Joaquín con impaciencia-. Solo quiero que Pau nos acompañe al zoo. Me gusta, ¿A tí no?
-No la conozco muy bien -repuso evasivamente.
-Si viene, llegarás a conocerla.
Con ironía pensó que su hijo llegaría a ser un gran negociador.
-Muy bien, puede venir si tú quieres -daría credibilidad a la ficción de que Paula se había incorporado como acompañante de Joaquín. Aunque no supo muy bien por qué se le había acelerado el corazón. Se dijo que no tenía nada que ver con la perspectiva de la compañía de ella. Después de Sandra, lo último que necesitaba era involucrarse con una mujer, y menos australiana- . ¿Qué te parece si empezamos con tu clase de natación? -sugirió, con la esperanza de que su hijo no captara la tensión de su voz.
-Después de la lección, ¿Podemos ir al zoo a ver a los koalas?
Pedro miró involuntariamente en dirección de las ventanas de la suite rosa que daban a la piscina.
-Paula no se encuentra todavía bien para ir a ninguna parte. Quizá mañana, si el doctor Pascale lo autoriza.
Mientras su hijo musitaba una renuente aceptación, a él le pareció ver un movimiento en una de las ventanas. Movió la cabeza. Paula Chaves solo era una distracción temporal, nada más. Llevarla con ellos al zoo era inevitable si quería mantener la palabra dada a su hijo. Pero si el médico lo aprobaba, luego regresaría a su hostal en Allora y ahí se acabaría todo. «Olvídala», se ordenó al meterse en la piscina. Sintió como si fuera un atizador al rojo vivo siendo introducido en agua helada.
Paula sintió admiración al observar a Pedro con su hijo. Era el gobernante de un país, pero aun así encontraba tiempo para darle una clase de natación. Después de haber dormido hasta tarde, haber tomado la comida ligera que le llevaron y darse un baño, se sentía renovada. Aún se hallaba cansada, pero al menos tenía la visión despejada. El día anterior se había preguntado si no habría exagerado el impacto que ese hombre le había causado. En ese instante supo que no. Se mordió el labio pensativa. Si la hubiera rescatado un hombre corriente, ¿Habría disfrutado de su compañía y habría tenido incluso un romance veraniego? La pregunta la sorprendió. No podía existir ningún romance de verano con el monarca de la isla. De hecho, la desconcertaba que le hubiera permitido quedarse en su villa, aunque recordó que era por orden del médico. Pero no imaginaba a Pedro Alfonso acepando órdenes a menos que coincidieran con sus propios deseos. Era el tipo de hombre que de forma natural guiaba, no seguía. Si hubiera nacido plebeyo, también habría sido un líder. Los hombres como él sobresalían sin importar su posición en la vida. La visión de él en compañía de su hijo le recordó a un león con su cachorro. Pedro mostraba fuerza cuando era preciso y amor paternal cuando era necesario. Sonrió con ironía. ¿Y qué eran los leones si no cazadores despiadados que se alimentaban de presas vivas? Con un ligero escalofrío recordó que la había observado como si fuera una presa. No se trataba de temor, sino algo más parecido... Se negó a identificar su reacción como placer. No era probable que él sintiera lo mismo después del modo en que ella había interrumpido sus vacaciones. Cuanto antes se marchara de la villa real, mejor. Le costó creerlo, pero en realidad no deseaba marcharse, reconoció con súbita lucidez. No la atraía tanto el oropel de la realeza como el cálido sentimiento familiar que veía entre Pedro y Joaquín. Él daba la impresión de gozar de verdad en compañía de su hijo. Una llamada discreta a la puerta de la suite la sobresaltó. En respuesta a su autorización, una doncella entró con ropa en los brazos.
-Su alteza la vio en la ventana y ha solicitado que se reúna con él en la piscina -transmitió la doncella-. He recibido orden de traerle una selección de trajes de baño para que elija el que más le guste.
Por la actitud de deferencia de la mujer, comprendió que entre sus opciones no figuraba una negativa.
-Déle las gracias de mi parte al príncipe Pedro e infórmelo de que bajaré en cuanto me haya cambiado -respondió.
Después de su experiencia del día anterior, había pensado que no querría volver a nadar en mucho tiempo, pero hacía demasiado calor y la piscina resultaba demasiado tentadora. Cuando salió de la casa, Pedro nadaba unos largos. Había elegido un traje de baño de una pieza que era tan discreto como revelador había sido su biquini del día anterior. El corte alto de las piernas era la única característica remotamente provocadora. Encima se había puesto un pareo de delicada tela y llevaba los pies protegidos con unas zapatillas de rafia.
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