La reprimenda fue suave, pero por algún motivo la molestó, aunque aceptó que estaba justificada. Como maestra sabía que primero debía hablar con los padres.
-Lo recordaré.
Él se inclinó un poco hacia delante y el movimiento lo acercó demasiado a ella en el espacio reducido del vehículo.
-¿Enfurruñada, Paula? No es propio de usted.
-No estoy enfurruñada - negó con pasión, sintiendo que se sonrojaba-. Pero pensé que con la riqueza que se dice que posee, patrocinar a un koala no le supondría ninguna dificultad.
-No se trata de dinero -suspiró-, sino de prioridades. La familia real podría recibir críticas por anteponer el bienestar de unos animales al de un jardín de infancia o un hospital, por poner un ejemplo.
-No pensé en ello -reconoció-. Pero tiene razón. Por suerte no me quedaré mucho tiempo para causarle demasiados problemas.
-Ya me ha causado más problemas de los que una sola mujer tiene derecho -afirmó, sorprendiéndola.
-¿Por el modo en que irrumpí en su vida?
-En parte -asintió-. Pero principalmente por los rumores que su presencia en la villa evidentemente ya ha desatado. Acabo de hablar con un miembro de mi gobierno y me ha informado de que se especula con el papel que desempeña usted en mi vida.
Un calor extraño la recorrió y tuvo ganas de estirarse como una gata, pero eso la habría puesto en contacto con las largas piernas del príncipe, de modo que permaneció quieta. .
-Podría poner fin a esos rumores abandonando la villa para continuar con mis vacaciones -se ofreció, negándose a pensar en lo duro que le resultaría.
Se sintió aliviada cuando el silencio de Pedro descartó la idea.
Irritado, Pedro se preguntó dónde estaba escrito que el jefe de un estado también tenía que ser contable. ¿Por qué no aprobaba esos documentos en vez de repasar el lenguaje denso de los economistas? La respuesta era sencilla. No creía en eludir las responsabilidades, sin importar lo onerosas que pudieran ser. Rió entre dientes y pensó en la desaprobación que le mostraría su padre si pudiera leer sus pensamientos rebeldes. Desde luego, su progenitor no había tenido que enfrentarse al mundo cada vez más complejo y globalizado. Durante el reinado de su padre, el problema más difícil al que había tenido que enfrentarse había sido el de convencer al pueblo de aceptar a los turistas. Su mente parecía dominada por una turista en particular. Paula Chaves llevaba ya en el palacio de verano una semana, y creía que sus dificultades para centrarse en los problemas de estado habían surgido desde su llegada. No solo se debía a su belleza. Conocía a muchas mujeres que poseían una belleza convencional superior a la de la nueva acompañante de su hijo, pero ella se movía con la gracia inconsciente de una bailarina. Y parecía disfrutar rebelándose contra su autoridad a la mínima oportunidad que se le presentaba; sin embargo, aquellos combates verbales le resultaban estimulantes. No reconocía el dominio de ningún hombre, lo cual hacía que se sintiera tentado de demostrarle que él era la excepción. ¿Sería la tentación de la fruta prohibida? Como monarca de Carramer, la verdad era que pocas cosas le estaban prohibidas. Quizá debiera concederse más tiempo en su compañía hasta que descubriera los defectos que sin duda tenía. Entonces tal vez pudiera desterrar la desazón que lo dominaba cuando pensaba en ella. Aunque era jugar con fuego. Si la conocía aún más, tal vez resultara todavía más fascinante. Frustrado, golpeó el escritorio. Ya la había besado: ¿Hasta dónde quería llegar? Su mente insistía en imaginar a Paula con el camisón escueto, de pie junto a la cama en la suite rosa, con las piernas largas y esbeltas a punto de cederle. No obstante, había seguido desafiándolo hasta que la tomó en brazos y reclamó su boca.
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