-Soy bien consciente de que estoy aquí por su generosidad -manifestó-. Ayer me salvó la vida y le estoy agradecida, pero ambos sabemos que no desea que me quede más tiempo del necesario.
-Convenido -corroboró con una frialdad que a Paula le llegó a los huesos-. Sin embargo, hay una complicación.
-¿Cuál? -lo observó con curiosidad.
-A Joaquín le cae bien, quizá porque le recuerda a su madre.
Sintió que comenzaban a humedecérsele los ojos y bajó las pestañas.
-Esta mañana me comentó que la echa de menos.
-Murió hace poco más de un año -explicó con sequedad-. El koala que le prometió ha despertado recuerdos en él.
Alzó la vista, sin importarle que él viera las lágrimas en sus ojos.
-Le aseguro que no fue mi intención. Es un niño encantador. No habría dicho nada que lo hiriera adrede.
-Si lo hubiera hecho -su expresión se endureció-, habría tenido que responder ante mí.
-¿Hay alguna manera en que pueda compensarlo? -soltó el aliento que no sabía que había estado conteniendo.
-Sí -aceptó de forma escueta-. Es obvio que a Joaquín le agrada su compañía. Paso con él todo el tiempo que puedo, pero los asuntos de estado no respetan las vacaciones. Podría aceptar ser su acompañante y asegurarse de que disfrute mucho más de sus vacaciones.
Paula se sintió indecisa. Pedro le pedía que se quedara por el bien de su hijo, no por él. Pero, ¿Y el efecto perturbador que surtía en ella? Se dijo que él estaría ocupado y que no tendría que verlo mucho. Eso debería haberla tranquilizado; sin embargo, tuvo el efecto contrario.
-Y sus tutores y la niñera que mencionó... ¿No pueden ayudarlo?
-Ellos se ocupan de sus necesidades físicas, no de las emocionales -afirmó- . Usted es la primera persona que mi hijo acepta desde la muerte de su madre. Después de hablar con usted, al final me ha reconocido lo mucho que la echa de menos. Con anterioridad, cuando he intentado hablar de ello con él, siempre se mostraba reacio.
Paula experimentó un cierto placer al comprobar que era capaz de ayudar al pequeño, hasta que se recordó que había ido a Carramer a disfrutar de verse libre de responsabilidades, no a asumir otras nuevas.
-No lo sé -vaciló.
La expresión de él volvió a ser fría.
-Comprendo que preferiría estar libre y sin ataduras, pero, ¿Es tanto pedir que sea acompañante de un niño? Para que el médico no me acuse de darle demasiado trabajo, le permitiré que tenga una generosa cantidad de tiempo libre sin ninguna otra carga, aparte de que recibirá una buena remuneración y alojamiento.
Comprendió que negarse sería descortés, que debía agradecerle que la hubiera salvado. Era tan injusto. Si el príncipe hubiera sabido lo mucho que había cargado sobre sus hombros en sus veintiséis años, no le pediría más en ese momento. Pero entonces pensó en Joaquín, tan solo, a pesar de la devoción de su padre y la atención de un ejército de empleados. Pedro tenía razón, en circunstancias normales no era mucho pedir. Además, podría reanudar sus vacaciones en cuanto el príncipe regresara a Solano. Se dijo que eso únicamente representaba una demora en sus planes, no una postergación indefinida. Reconoció que se trataba de la misma lógica que había empleado su madre para convencerla de estudiar pedagogía y poder mantener a la familia en vez de estudiar arte, pero de inmediato descartó el pensamiento. En ese momento era libre y disponía de la libertad de aceptar los compromisos que deseara. Lo primero que necesitaba saber era cuánto tiempo se esperaría que postergara sus planes.
-Por lo general, ¿Cuánto duran sus vacaciones? -preguntó.
-Un mes. Hemos llegado a comienzos de semana.
Dadas las chispas que saltaban entre ellos y el evidente desagrado de Pedro hacia ella, un mes parecía un tiempo peligrosamente largo para pasar bajo su techo. Sin embargo, ¿Cuántas veces surgían oportunidades similares?
-¿Podré pintar en mi tiempo libre? -inquirió con cautela.
Él asintió, pensando que el estudio que había creado con la vana esperanza de interesar a Sandra en una afición que la hiciera feliz al fin sería de utilidad para alguien.
-Preparé un estudio para mi difunta esposa que puede emplear, ya que prácticamente ha permanecido sin estrenar.
Disponer de un estudio bien equipado significaría que no necesitaría gastar sus limitados fondos en pinturas y pinceles; además, cobraría un sueldo, lo que le permitiría alargar mucho más su estancia en Carramer. Se sintió entusiasmada. No tenía nada que ver con la perspectiva de trabajar para el hombre más poderoso del país, aunque no supo lo sincera que era consigo misma.
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