martes, 2 de marzo de 2021

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 9

 -Vuelva a la cama. No está en condiciones de ir a ninguna parte -ordenó, pero su voz se había suavizado y se acercó a ella para sostenerla-. Deje que la ayude.


Paula habría conseguido mantenerse erguida si él no la hubiera tocado, pero en cuanto la tomó del brazo, las rodillas se le aflojaron y tuvo que apoyarse en él.


-No me quedaré aquí bajo pretextos falsos -insistió al tiempo que trataba de soslayar el mareo que la dominaba.


-Es obvio que aún tiene que aprender que no se le puede decir que no a un monarca -la voz vibrante de él sonó junto a su oído.


Pedro podía estar acostumbrado a que sus súbditos temblaran cuando los miraba, pero ella procedía de un país que había convertido en arte la igualdad. El respeto era otra cuestión, pero había que ganárselo, y pisotear las preferencias de otros no era forma de hacerlo.


-Y usted aún tiene que aprender que los australianos, somos personas independientes que no soportamos las órdenes -manifestó con toda la frialdad que pudo.


-Durante mi matrimonio -comentó con expresión sombría-, descubrí el desdén que los australianos muestran por la autoridad, pero en este momento se encuentra en Carramer. Se quedará porque así lo aconseja el médico -no añadió « Y porque yo lo ordeno», aunque fue como si lo hubiera hecho.


-Y si no, ¿Qué? ¿Me arrojará por los riscos como asegura la guía turística que hacían sus antepasados? -alzó la barbilla y estuvo a punto de cerrar los ojos, ya que el gesto la acercó demasiado a la cara de él.


La expresión acerada de Pedro avisaba de que no lo tentara, pero la única señal de ira era la rigidez del brazo que la rodeaba y la súbita tensión en su mandíbula.


-Por favor, vuelva a la cama.


-¿Lo ve? -comentó sorprendida-. Decir «Por favor» no le ha hecho daño, ¿Verdad? 


En cuanto murmuró aquellas palabras, se maldijo. ¿Qué tenía ese príncipe que hacía que abriera la boca para soltar estupideces? Era evidente que Pedro no estaba acostumbrado a ceder ante nadie. ¿Qué le habría costado a ella mostrarse amable? Debió imaginar que no era inteligente desafiarlo, porque en ese instante él bajó la cabeza y reclamó sus labios. Como muchas mujeres adultas, en el interior de Paula había una niña que había soñado que algún día un príncipe la besara, pero nada en sus fantasías infantiles la había preparado para la realidad. El instinto le indicaba que Pedro solo le estaba demostrando quién mandaba, pero el modo en que la derritió superó toda lógica, dejando en su interior una sensación tan abrumadora que no quiso que terminara. Cuando la apartó, se alegró de tener la cama detrás, ya que las rodillas se le doblaron. Cayó sentada y se agarró al colchón para sujetarse.


-No sabía que entre sus costumbres figurase el derecho de pernada - musitó.


-Siempre y cuando no sea un mito. El derecho del monarca a tener a la mujer de su elección antes que cualquier otro hombre no ha sido reclamado en siglos -indicó con afabilidad. La frialdad de su mirada le recordó que no la había besado por deseo, sino porque había desafiado su autoridad.


-¿Pero usted cree que existía? -contuvo un escalofrío ante la posibilidad.


Él esbozó una sonrisa, haciendo que Paula deseara haberse opuesto durante el beso.


-Sería... edificante -confirmó tras una larga pausa-, pero no tiene nada que ver con el motivo por el que la besé.


-Sé perfectamente bien que lo hizo para demostrarme que quizá yo hubiera ganado un asalto, pero que la victoria final será suya, debido a quién es.


-Entonces ambos conocemos la realidad -inclinó la cabeza.


Solo confirmaba lo que ella había sospechado, pero una parte de Paula rechazaba la idea de que había sido el único motivo del beso. En el centro de su propio torbellino de emociones, había percibido una respuesta igual de fuerte en él. Era obvio que le resultaba atractiva, pero también que le recordaba dolorosamente a la mujer australiana que había perdido.  Después de años de postergar sus propias necesidades y deseos a los de su madre y hermana, no tenía intención de cambiar una forma de tiranía por otra. Pedro era la última persona en el mundo que debería despertar su interés romántico. Era demasiado terco y su posición lo volvía demasiado inflexible para que pudiera existir un terreno común entre ellos. No obstante, el beso permaneció en sus labios mucho después de que él se marchara para dejarla dormir y, aunque cerró los ojos, pasó bastante rato hasta que la necesidad de reposo conquistó la agitación que dominaba su mente. 

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