-Será mejor que termine de maquillarme para que pueda vestirme - murmuró.
Gabriela insistió en pintarle los ojos, algo que Paula rara vez hacía. El efecto final fue extraordinario. Le había pintado los párpados con una sombra de color verde mar y los bordes con un perfilador para que parecieran más grandes y luminosos. La piel, debido a las largas horas de exposición al sol, no necesitaba ningún cosmético. Como toque final, Gabriela le delineó los labios con carmín.
-Humedézcaselos -pidió la doncella.
Paula se pasó la lengua por los labios y la asombró ver lo plenos y sexy que parecían. «Como una invitación», no pudo evitar pensar. Esperaba que Pedro no creyera que era para él. Posiblemente por primera vez en la vida se sentía hermosa. Si el príncipe no podía resistirlo, era su problema.
-Ha hecho un trabajo maravilloso -le aseguró a la doncella-. Algún día debe darme algunos consejos.
-Será un placer, pero mis simples habilidades solo pueden potenciar la belleza, no crearla -Gabriela sonrió. Luego alzó una fotografía enmarcada que había en la cómoda y la estudió-. ¿Es su familia?
-Es mi madre el día de su boda, hace unos meses -asintió-. El hombre es mi padrastro.
-Y la dama de honor ha de ser su hermana. Hay parecido, aunque da la impresión de ser más joven.
-Delfina es cinco años menor que yo -explicó-. Prácticamente yo la crié cuando mi padre nos abandonó.
-¿Lo ve? -asintió y devolvió la foto a su sitio-. Tiene un corazón generoso. ¿Ha tenido noticias de su familia desdé que llegó a Carramer?
-Nos escribimos -no le informó de que las cartas de su hermana eran letanías de quejas sobre lo difícil que era estudiar con un trabajo a tiempo parcial, como si Paula no lo supiera por propia experiencia.
Las cartas de su madre eran más alegres. Enrique y ella eran felices. Le decía que él se negaba a malcriarla cuando estaba enferma, pero que se entregaba por completo cuando se hallaba bien. La idea la había hecho pensar, y Paula había llegado a la conclusión de que ella misma tendría que haber recompensado su salud y no su enfermedad. Pero ella era prácticamente una niña cuando su padre se marchó, de modo que semejante enfoque se encontraba más allá de su experiencia. Se miró al espejo y se sintió animada; le sonrió a Gabriela cuando esta alzó el vestido que iba a ponerse.
-Con esto -desplegó el vestido-, a su alteza real le parecerá una visión.
-No me visto para complacer al príncipe, ni a ningún otro hombre -negó con pasión, sin saber muy bien por qué protestaba con tanta vehemencia-. En mi país, las mujeres se visten para complacerse a sí mismas.
-Puede que se quieran convencer de ello, pero, ¿Está segura de que una mujer no se viste para satisfacer a un hombre?
Paula se sintió algo aturdida. ¿Acaso estaba siendo poco sincera consigo misma? En Australia rara vez se había maquillado, y la última vez que se había arreglado el pelo había sido para el baile de fin de curso en el instituto. ¿Podía afirmar con absoluta sinceridad que nada de ello era para complacer a Pedro? Ya le costaba bastante reconocer la verdad como para tener que admitirla ante la doncella.
-Él es el príncipe -dijo a regañadientes-. Será mejor agradarlo, ¿No?
-Con el aspecto que tiene esta noche, sin duda lo hará -sonrió-. Eso espero. Desde que murió su esposa, no ha habido otra mujer en su vida.
-Es posible, pero no tengo intención de solicitar el puesto -afirmó. Esa conversación ya se había prolongado demasiado para su propia paz mental-. Acabemos de una vez.
Como había previsto pasar casi todas las vacaciones pintando, solo había llevado un vestido elegante. Era una creación sencilla de crepé negro que una colega de la escuela le había copiado de un original de Aloys Gada que Paula había admirado en una revista de moda. Mientras Gabriela la ayudaba a ponérselo, no pudo evitar notar que el corte revelador de los hombros resaltaba su piel bronceada. Un pliegue abierto en la parte frontal exponía demasiado el escote, para su gusto, aunque respetaba los límites de la decencia. Caía hasta la mitad de las pantorrillas. Al verse en el espejo se dio cuenta de que por intentar seguir el ritmo inagotable de Joaquín había perdido algo de peso. Sin duda algo positivo, ya que Pedro le había dicho que los otros invitados de esa noche pertenecían a la nobleza, de modo que todas las mujeres llevarían vestidos de conocidos diseñadores sobre figuras bien cuidadas. Hasta el momento él solo la había visto con su ropa más informal, sin mucho maquillaje y jugando con su hijo. Se preguntó cómo reaccionaría al verla vestida como una princesa.
Ya quiero saber como va a reaccionar Pedro cuando la vea!
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