Su intención había sido demostrarle que la superaba en todos los sentidos, pero algo había salido mal. En vez de inclinar su cuello rígido, ella había respondido con una pasión honda que habría jurado que la había sorprendido. Desde luego, a él si lo había asombrado tanto como su propia reacción. En cuanto la tomó en brazos, su necesidad de dominio se había evaporado, sustituida por una necesidad biológica más urgente y antigua. Si era sincero consigo mismo, había querido hacerle el amor. Había requerido todo su autocontrol para marcharse de la habitación. Así no iba a ninguna parte. Inquieto como un tigre al acecho, se levantó y se estiró. El despacho daba a la piscina y a los jardines. A esa hora del día, por lo general, veía a Paula jugando con Joaquín abajo. Sintió preocupación al comprobar que no estaban en el jardín. Se acercó al teléfono, sin creer que se hubieran quedado dentro con el buen tiempo que hacía.
-¿Dónde están la señorita Chaves y mi hijo? -preguntó a su ayudante.
La respuesta no fue la que había esperado oír y tuvo que contener el impulso de colgar con fuerza. Se detuvo el tiempo suficiente para apagar el ordenador antes de ir en pos de Paula y de una explicación. « ¿Por qué el cuadro no sale tal como lo tengo en la mente?» Con furia limpió el lienzo con un trapo con aceite hasta borrar casi todo el trabajo de la tarde.
-Pedro Alfonso, eres un hombre difícil de retratar -musitó.
El lienzo representaba el último de los diversos intentos desastrosos por plasmar al príncipe tal como ella lo veía, el arquetipo del hombre de Esparta y de Atenas, que se decía que combinaba con igual facilidad al artista y al guerrero. Antes de borrar el cuadro había logrado captar la magnificencia exterior del modelo, pero sus cualidades interiores se le escapaban, junto con su relajada masculinidad. Contempló el lienzo. Incluso con los detalles borrados, el perfil trazado sugería un hombre con el que había que contar. Acercó un dedo manchado de pintura adonde debería haber estado el rostro y con lentitud trazó sus rasgos. Suspiró y recogió el pincel. Le costaba dibujar su boca sin recordar las sensaciones que le habían producido los labios de Pedro. Apretó los dientes y se esforzó por encarar su tarea con objetividad, aunque sospechaba que fracasaría. ¿Cómo conseguían los artistas pintar a sus amantes? Algo de lo que compartían debía reflejarse en la obra y, si era tan tormentoso como lo suyo con Pedro hasta entonces, no le extrañó estar bloqueada. Con furia se recordó que no era su amante. Era el monarca absoluto de ese país y ella su empleada. Después de algunos intentos, dejó a un lado el pincel.
-Debes reconocer que te has encontrado con un rival imbatible -se dijo a sí misma en voz alta.
-Ni yo habría podido exponerlo mejor.
Sorprendida, giró para encontrar a Pedro de pie en la entrada del estudio. Sus hombros anchos prácticamente llenaban el umbral. La estancia era bastante amplía, pero había acercado el caballete a la puerta para aprovechar al máximo la luz natural y tenerlo tan cerca despertó la inquietante sensación que él le producía. Quiso alejarse, dejar espacio entre ellos. Cuando se hallaba tan próxima a él le costaba respirar y ordenar sus pensamientos. No pudo evitar reconocer que estaba tal como le gustaría tenerlo en el retrato, salvo por la furia que, sobresaltada, descubrió en sus ojos.
-¿Sucede algo? -preguntó con súbita alarma-. ¿Joaquín se encuentra bien?
-Está con su tutor, como usted bien sabe -soltó Pedro.
-Lo sé -su ira la desconcertaba-. Yo misma lo arreglé.
-¿Para poder salpicar el lienzo de pintura sin que la molestara? -frunció el ceño con expresión ominosa.
Paula descubrió que enfadarse no era una prerrogativa de la realeza.
-En primer lugar, Joaquín jamás me molesta. Disfruto del tiempo que paso con él -espetó-. Jamás dejaría a un niño a mi cuidado con otra persona para quitármelo de encima. Y en segundo lugar, no salpico.
Pedro entró en el estudio y observó con ojo crítico el lienzo manchado.
-¿Cómo llama a esto? ¿Arte moderno? -Lo llamo fracaso -respondió con orgullo-. Pero eso no significa que yo haya fracasado, al menos todavía no. Lo seguiré intentando hasta conseguir el retrato tal como yo lo quiero.
-¿Y si no lo logra?
-Entonces quizá me vea obligada a reconocer mis limitaciones. Pero le aseguro que quedan muchos intentos hasta llegar a esa fase.
«Menos mal que he borrado los rasgos más reconocibles antes de que entrara», pensó cuando él asintió a regañadientes. ¿Era su imaginación o en sus ojos había un destello de admiración? En ese caso, no tardó en desaparecer.
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