-Podría intentar preguntarme, en vez de dar órdenes.
-Paula -enarcó las cejas con expresión sarcástica-, ¿Quiere salir un momento al exterior conmigo?
Era una especie de victoria, pero le pareció una trampa. Solo había una respuesta posible.
-Sí.
Supo que había sido un error en cuanto la condujo a la terraza. El aire era fragante, con el aroma de mil flores tropicales, y tan embriagador como el vino. La música salía por los ventanales abiertos, pero hasta allí no llegaban las voces de los invitados. Solo unas pocas personas habían preferido dejar el salón. Pedro la guió entre las luces hasta que quedaron envueltos en la oscuridad.
-¿Se siente mejor? -preguntó, su voz era una caricia aterciopelada en la noche.
-Sí, gracias -ya no se sentía débil. De hecho, sus latidos habían alcanzado un ritmo perturbador. ¿Tenía que estar tan cerca de ella? Le dificultaba pensar y hacía que respirar fuera un desafío-. No es necesario que descuide a sus invitados por mí -indicó.
-¿Le parece que están descuidados? -miró en dirección al salón.
-No, pero se preguntarán qué hacemos aquí -pensó en las madres que habían llevado a sus hijas para captar la atención del príncipe.
Él soltó una risita.
-Si se refiere a esas dos arpías que antes la observaron con indignación, no les sentará mal. Quizá así comprendan que si elijo otra pareja, será una decisión personal.
-Mientras estamos solos, hay algo de lo que quiero hablar con usted. Es sobre Joaquín.
-¿Sucede algo?
-¿No ha notado lo solo que está? Hubo una larga pausa.
-Casi nunca está solo. Paso con él todas mis horas libres. Su niñera cuida bien de sus necesidades personales y el resto del tiempo usted le proporciona la compañía que requiere.
-No lo acusaba de descuidarlo -respondió ante el tono de censura de su voz-. Si tenemos en cuenta sus otras responsabilidades, pasa más tiempo con él que la mayoría de los padres.
-Me alegra tener su aprobación -ironizó-, aunque no sabía que la necesitara.
-Mire, pensé que había dicho que esta noche éramos iguales. Supongo que tengo derecho a comentar lo que pienso, ¿No?
-¿Hay alguna fuerza en la Tierra capaz de detenerla? -inquirió.
-Yo no soy Sandra -respondió al captar el dolor en su tono.
-Soy bien consciente de eso, pero es evidente que tienen muchos rasgos en común.
-Si ahogó sus opiniones tanto como hace con las mías, no me extraña que no funcionara -la frialdad de él la volvió temeraria.
-¿Ha terminado?
La voz gélida tendría que haberle servido como advertencia, pero se hallaba demasiado encendida para detenerse.
-No. Joaquín solo tiene cuatro años. Es más despierto que la mayoría de los niños de su edad, pero sigue siendo un pequeño que necesita la compañía de otros niños -ya lo había dicho.
Guardó silencio, a la espera de que se desatara la tormenta. No tardó en estallar.
-Estoy seguro de que la niñera de Joaquín, y seguramente otras personas, le han dicho que no quiero la presencia de otros niños. El tema queda zanjado.
-No puede ser.
Cuando él iba a dar la vuelta, Paula apoyó una mano en su brazo, con el único objetivo de retener su atención. Pero en cuanto los dedos se cerraron en torno a su brazo, sintió que el fuego le invadía todo el cuerpo y a punto estuvo de retirarse dominada por el pánico. Para asombro suyo, descubrió que anhelaba tocarlo de manera más íntima y que él hiciera lo mismo. Y a pesar de que era evidente que no le caía bien con sus costumbres australianas, ansiaba su aprobación.
-Pasaré por alto su exabrupto porque solo desea el bienestar de Joaquín - afirmó Pedro-. Pero es mi hijo y sé lo que es mejor para él.
Paula había ido demasiado lejos para retirarse en ese momento, sin importar cuáles fueran las consecuencias.
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