martes, 21 de julio de 2020

Chocolate: Capítulo 28

—Y la caja de conejo. ¿Cómo se me ha podido olvidar algo así?

Pedro levantó la mirada y se relajó un poco más. En aquel instante, Paula sintió que el vínculo que había experimentado entre ellos en el restaurante se estrechaba un poco más, como si existiera entre ellos una cuerda invisible que no fuera posible romper. El sentimiento era tan intenso que, cuando hablaba, el resto de sonidos de la casa o del jardín quedaban en un segundo plano y las palabras de él reverberaban en el interior de su cuerpo y de su cabeza.

—Los dos tenemos nuestras razones para hacer este chocolate. Por eso, vamos a hacer todo lo posible. Además —añadió él con una sonrisa—, Dolores nos estará echando de menos.

Pedro dió un paso atrás para alejarse de la procesadora y estiró el brazo derecho por encima de la cabeza para tratar de aliviar la tensión que se había estado acumulando desde hacía unas horas. Los dos habían estado trabajando muy duro, pero Paula aún no estaba satisfecha con el resultado. La buena noticia era que Dolores había decidido funcionar correctamente después de que Pedro encontrara el manual de funcionamiento. Todas las instrucciones estaban escritas en francés, por lo que ella había tenido que encargarse de la traducción. Cuando por fin encontraron el programa adecuado para lo que ellos estaban tratando de conseguir, obtuvieron una pasta de chocolate suave, refinada y deliciosa. No dejaba de contemplarla. Ella estaba medio tumbada sobre la encimera, olfateando los tarros que contenían las muestras. Sus manos estaban en constante movimiento. No dejaban de anotar las sutiles diferencias de cada mezcla. Él estaba lo suficientemente cerca como para ver el modo en el que el cabello rojizo se le ondulaba en la nuca por el calor o el modo en el que los labios se le fruncían cuando se concentraba en algo. Cuando se inclinó sobre ella, aspiró el embriagador aroma que emanaba de la piel de Paula. Olía a todo lo bueno que podía haber en el mundo. Vainilla. Especias y chocolate. Chocolate  de muy buena calidad.

—No lo entiendo. Hemos probado ya tres variaciones de la mezcla. Si añado más vainilla, su dulzura tapa el sabor del cacao… ¿Qué? —dijo ella cuando notó la presencia de Pedro a su lado.

—Paula, te sugiero que vayamos fuera a respirar un poco de aire fresco. No sé tú, pero yo no soy capaz de sentir el sabor de nada más. Nos podría venir bien tomarnos un descanso de todo esto.

—Esa es la mejor idea que he oído en mucho tiempo. Se me había olvidado lo poderoso que puede resultar el aroma del chocolate.

Pedro le agarró del brazo y la condujo hacia la puerta del garaje. De repente, notó que Paula se detenía en seco.

—¿Ocurre algo?

—El sol se está poniendo ya. Vaya. No me había dado cuenta de que era tan tarde.

—Aquí es el mejor momento del día. Ven. Siéntate aquí para descansar un poco.

Pedro señaló un viejo banco de madera que estaba rodeado de arbustos y de tantas macetas que casi ocultaban el suelo. Resultaba un espacio muy íntimo y muy tranquilo. Paula tomó asiento y él se sentó a su lado. Desde allí, los dos pudieron disfrutar de los últimos rayos de sol en la cara antes de que este se ocultara detrás de los árboles.

—¡Qué lugar tan bonito! —murmuró Paula—. Entiendo perfectamente por qué quieres regresar aquí.

Pedro cerró los ojos y apoyó la cabeza contra el banco de madera.

—La primera vez que ví este jardín, tenía catorce años y acababa de llegar de Santa Lucía después de un vuelo de pesadilla. Mis padres habían muerto en un accidente de coche y yo había quedado al cuidado de mi abuela. Era enero. Yo estaba muy enfadado y sentía una profunda amargura. Además, hacía tanto frío que yo pensé que me iba a congelar, algo que, en aquellos momentos, cuando trataba de superar el hecho de verme privado de todo lo que conocía hasta entonces, no me parecía tan mala idea. Hasta entonces, mi vida se había desarrollado viviendo en el exterior, con una temperatura cálida y constante, disfrutando de las selvas tropicales y de las maravillosas playas. Largos y soleados días jugando con mis amigos —dijo. Entonces, suspiró—. No quería estar aquí. Me sentía como si me hubieran arrancado de mi único hogar y me aseguré de que todos los que me rodeaban lo sabían. Sin dudas y de todas las maneras posibles.

—Oh, Pedro. Debió de ser una experiencia terrible para tí. Lo siento mucho.

Pedro se giró hacia ella y sonrió. En los ojos de Paula había tanta tristeza que la profundidad de lo que ella sentía lo sorprendió. Paula deslizó la mano sobre el banco y entrelazó los dedos con los de él. Ella también había perdido a sus padres y el poder de su comprensión mutua se apoderó de Pedro tan fuerte que él sintió que se le hacía un nudo en la garganta, algo que no había sentido desde hacía mucho tiempo.

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