La tarde siguiente. Paula regresaba a su casa después de otra infructuosa jornada buscando trabajo. Esa mañana se había levantado con unas náuseas peores de lo habitual, sin duda como resultado de la estupidez que había cometido la noche anterior. Había estado nerviosa todo el día, esperando que Pedro apareciera en cualquier parte y la estrangulara. Y cuando llegó a su apartamento se le erizó el vello de la nuca al encontrarse la puerta ligeramente abierta. En ese momento supo que preferiría toparse con un ladrón antes que tener que enfrentarse a la persona que sabía que estaba esperándola. Y también sabía que de nada le serviría salir corriendo. Con el corazón latiéndole a mil por hora, empujó la puerta. Pedro Alfonso estaba junto al sofá. Llevaba unos pantalones vaqueros oscuros que se aferraban a sus poderosos muslos y un polo oscuro y una chaqueta de cuero marrón que lo hacía parecer diabólico e impresionantemente guapo. No pudo hablar al detenerse en el umbral de la puerta. Ni siquiera se molestó en preguntarle cómo había entrado. Sin dejar de mirarla, él sacó un pedazo de papel y le preguntó:
—¿Por qué te está chantajeando Sebastián Mortimer?
—¿Cómo te atreves a fisgonear entre mis cosas privadas? —aterrorizada, se acercó para quitarle la carta, pero Vicenzo la agarró del brazo y apartó la carta.
—¿Por qué te está chantajeando Sebastián Mortimer? —repitió con dureza.
—Porque no me acosté con él —intentó soltarse, pero él no se lo permitió—. Pagó las deudas de Cormac sin que yo lo supiera y esperaba que le mostrara mi gratitud… —tragó saliva— convirtiéndome en su amante —se estremeció al recordar cómo había intentado forzarla.
Pedro seguía agarrándola del brazo y, por alguna estúpida razón, ella se sintió protegida.
—Está amenazándome con hacerme pagar la deuda si no cambio de opinión.
—Pero debía de estar muy seguro de cuál iba a ser tu respuesta si pagó la deuda por adelantado.
Paula se sintió dolida por el comentario. Lo cierto era que Sebastián era un sociópata arrogante que tenía una noción exagerada de su atractivo. Como confidente de Ariel, sabía lo vulnerable que era ella y había dado por hecho que se iría con él si le solucionaba el tema de las deudas. Al ver que no fue así, se volvió desagradable instantáneamente.
—Bueno, pues no recibió la respuesta que esperaba.
—¿Te hizo daño? —le preguntó Pedro apretándole el brazo con más fuerza.
Paula contuvo el aliento mientras recordaba lo aterrorizada que había estado aquel día al ver a Mortimer acercándose más y más a ella, al intentar calmarlo, al buscar una forma de escapar de él…
—No… El… el conserje apareció en la puerta y pude librarme de él antes de que pasara nada.
Pedro miró a Paula y, para su sorpresa, no tuvo duda de que el terror que veía en el rostro de la joven era real. Creía en ella, y eso era porque finalmente había tenido que admitir que también la creyó la noche anterior cuando le dijo que era virgen el día que se conocieron. Las señales que había ignorado aquella noche eran algo que no se podía negar. Pero entonces, ¿Por qué Paula había aceptado lo que Mortimer le había dado? ¿Y qué hacía en el club aquella noche? Seguramente estaba buscando un pez más gordo al que engatusar y él, como un tonto, había mordido el anzuelo…
Ay que cabeza dura que es este Pedro!!!
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