—¿No qué? —le preguntó él al recorrerle el cuerpo con la mirada fijándose en cada curva, en sus altos y firmes pechos y en sus tersos pezones que se clavaban contra el algodón del sujetador.
Paula sintió deseo al ver que no la estaba mirando con rechazo.
—Creí… creí que no me encontrarías…
—¿Atractiva?
Con gran elegancia, Pepe se quitó los pantalones. También se despojó de los zapatos y de los calcetines, revelando así unos pies grandes y bronceados. Tenía unas piernas largas y musculadas, las piernas de un atleta. Su mirada finalmente se detuvo en esa parte de él que seguía oculta bajo sus calzoncillos, que se tensaban con la erección que cubrían. Con la boca seca y una libido cada vez más intensa, lo vio desprenderse de ellos liberando lo que para Paula era una impresionante erección. Él la llevó hacia sí, hasta que quedaron muslo con muslo, pecho con pecho. Volvió a enredar las manos entre sus largos mechones de pelo mientras ella le besaba el cuello. Tenía un sabor salado y su pecho era como un enorme muro de acero. Pepe deslizó su miembro entre sus piernas. La tela de las braguitas resultó ser una deliciosa tortura y Paula comenzó a mover las caderas impacientemente, en busca de una conexión más intensa, deseando encontrarse con él piel contra piel. Deseando tenerlo dentro de ella. Sabía que deseaba todo eso, a pesar de no haberlo experimentado nunca antes.
Pepe se sentó en la cama, frente a ella, y la llevó hacia sí. Paula pudo sentir cómo le desabrochaba el sujetador, que cayó para dejar al descubierto sus pechos y unos pezones que se endurecieron más todavía ante su mirada. Le cubrió un pecho con la mano; una mano grande y bronceada contra una piel pálida y cubierta de pecas. La acercó más y ella tuvo que agarrarse a sus hombros. No estaba preparada para lo que vino a continuación, cuando él cubrió con su ardiente boca uno de sus pezones. Paula contuvo un gemido y respiró entrecortadamente sin dejar de aferrarse a sus hombros. Entre sus piernas podía sentir su erección e instintivamente las cerró ligeramente, atrapándola. Él apartó la boca de su pecho.
—Hechicera —repitió.
Cuando le cubrió el otro pezón con la boca. Paula ya no pudo contener un grito de placer. Sentía tanta humedad en el vértice de sus muslos que eso la avergonzó. ¿Era normal? Como si le leyera el pensamiento, Pepe comenzó a quitarle las braguitas, pero ella, movida por una repentina timidez, lo detuvo. ¿Y si lo que estaba sintiendo no era normal? Sin embargo, y con una sorprendente delicadeza, él terminó de desnudarla. Estaba completamente desnuda. Expuesta. Sintió una mano sobre su nalga derecha y bajó la mirada hacia Pepe. Los dos respiraban entrecortadamente y su piel ya empezaba a brillar con una ligera capa de sudor. Cuando notó la otra mano de él entre sus piernas, se le cortó la respiración. El tono rojo del vello que le cubría esa zona de su cuerpo le hizo sentir vergüenza y le trajo recuerdos de las burlas que había recibido de pequeña por ser pelirroja. Pero Pepe no pareció fijarse en ello y Paula también lo olvidó enseguida al sentir esos largos dedos explorando los secretos pliegues de su sexo.
—Dio. Eres increíblemente receptiva…
Paula echó la cabeza hacia atrás y, con una desinhibición que no pudo controlar, separó más las piernas. Los dedos de Pepe se deslizaron hasta encontrar el cálido calor de su sexo, moviéndose hacia dentro y hacia fuera mientras ella agitaba las caderas contra su mano. Levantó la cabeza y lo miró, verdaderamente perpleja ante todas esas sensaciones que parecían concentrarse alrededor de su vientre y entre sus piernas. Sus movimientos se volvieron más instintivos, más desesperados. Perdió el control de su propio cuerpo. Estaba literalmente en sus manos. Se agarró a sus hombros y después, de pronto, quedó suspendida a una altura que desconocía que existiera. Con un solo movimiento del pulgar de él contra ella, cayó en un cúmulo de sensaciones espasmódicas mientras todo su cuerpo se tensaba.
El placer resultó tan exquisito que no pudo creer que hubiera esperado tanto tiempo para experimentarlo. Todas esas estúpidas conversaciones que había oído durante años por fin cobraban sentido, pensó mientras Pepe la tendía sobre la cama. Ligeramente adormecida, le vió abrir un pequeño paquete plateado y sacar el preservativo que desenrolló a lo largo de su erección. Agradeció que no hubiera olvidado ese detalle porque eso era lo último en lo que ella habría pensado en ese momento y sabía que el hecho de no haber tenido protección no habría logrado echarla atrás en ese momento. No, cuando ya apenas podía recordar quién era. Cuando él se tumbó a su lado, Paula sintió un deseo aún mayor recorriéndola y volviendo a despertar su cuerpo. Hacía un instante, se habría quedado dormida, pero ahora el deseo volvía a tomar forma y con más insistencia que antes. De algún modo sabía que lo que había experimentado no sería nada comparado con lo que estaba a punto de experimentar, pero… ¿Podría soportar un placer más intenso? Abrió los ojos de par en par cuando él deslizó una mano sobre su cuerpo, sobre sus curvas y sobre las cumbres de sus pechos, antes de bajar la cabeza y cubrir con su boca uno de sus pezones. Paula gimió y le sujetó la cabeza contra sus pechos con un movimiento desesperado. El movió su cuerpo hasta quedar entre sus piernas.
—Paciencia… —le dijo al alzarle las caderas y apartarle las piernas con unos poderosos muslos. Paula pudo sentir su pene contra los todavía resbaladizos y sensibles pliegues de su sexo—. Dime cuánto deseas esto —le pidió Pepe con cierta brusquedad haciendo que la excitación de ella se disparara.
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