jueves, 9 de enero de 2020

A Su Merced: Capítulo 39

Marcharse al día siguiente fue más duro de lo que Paula había pensado. No porque hubiera tenido que hacer frente a Pedro de nuevo. La tarde anterior, por mutuo acuerdo, no se habían visto. La casa era lo bastante grande. Se había preguntado si él trataría de evitar que se fuera, convencerla de que se quedara. Se había preguntado si tendría la fuerza necesaria para resistirse, pero él se había marchado en el primer avión a Atenas para tratar algunos asuntos urgentes en persona. El ama de llaves estaba preocupada de que ella se marchara mientras el señor estaba fuera. Para Paula, había sido un enorme alivio. Nada de despedidas. Mientras se alejaba de la villa sentía que algo de ella se quedaba allí. La parte que le había dejado a Pedro. Sólo le quedaba afrontar las despedidas del hospital. Su abuelo ya sabía que estaría en Creta poco tiempo. No dijo nada cuando le dijo que se marchaba ese mismo día, aunque había visto la frustración en sus ojos. Le pidió que volviera a visitarlo de nuevo. Volvería, pero por su cuenta, a lo mejor cuando pudiera quedarse en casa de su abuelo.

La despedida de Camila no fue fácil. Paula no se había dado cuenta de lo unidas que estaban hasta que había tenido que decirle adiós. Pero ¿qué podía hacer? Era imposible quedarse un minuto más en casa de Pedro. Tampoco podía soportar la idea de verlo cada día al ir a visitar a Camila. La separación habría sido inevitable, pero eso no la hacía más fácil. Se preguntó si sería capaz de volver a verla sin ver a Pedro cuando volviera a Grecia. ¡Vaya lío! A pesar de todo, no tenía ninguna duda de que estaba haciendo lo que debía. Por su propio bien, debía marcharse ya. No podía seguir torturándose estando cerca del hombre al que amaba y no podía tener. Había hecho lo correcto echándolo de su lado. No quería una aventura, quería un futuro. Una noche más en la casa de los Alfonso y se hubiera esfumado la poca confianza en sí misma que le quedaba.

—¿Thespinis? ¿Está usted bien?

Paula parpadeó para contener las lágrimas al oír las palabras de Jorge y buscó las gafas de sol en su bolso.

—Estoy bien, gracias. El sol es muy fuerte, ¿Verdad? —giró la cabeza y vió las afueras de Heraclion.

No tardarían en llegar al aeropuerto, pero no estaría tranquila hasta que saliera de la isla. Tenía dinero suficiente para llegar a Atenas, después iría a la embajada, vería cómo podía financiar el viaje de vuelta a Sidney. ¿Le dejarían dinero? Podría devolverlo cuando volviera a casa. Casa. La casa vacía no volvería nunca a parecer un hogar. En cuanto pudiera la vendería y se compraría un piso pequeño. Podía planear otro viaje para ver al abuelo y después buscar un trabajo permanente. Siempre había demanda de logopedas. El coche se detuvo en la entrada del aeropuerto. Cuando se hubo soltado el cinturón, Jorge ya había sacado su equipaje y le sujetaba la puerta abierta.

—¿Está segura de que está bien, thespinis?

—Estoy bien, gracias —le dedicó una sonrisa y tendió la mano a la maleta.

—No, no —estaba horrorizado, parecía como si fuera inconcebible que entrara sola en el aeropuerto.

Jorge se quedó con ella mientras facturaba el equipaje y se hubiera quedado más si no hubiera sido por una perentoria cita recibida a través del teléfono móvil. La forma en que la había atendido le dijo que sólo podía ser de Pedro. Sintió que el corazón le daba un vuelco: nunca volvería a estar tan cerca del hombre al que amaba. Cuadró los hombros y buscó un sitio donde esperar para embarcar. La espera se alargaba. Demasiado nerviosa para esperar sentada, empezó a pasear de un lado a otro, pero el tiempo cada vez transcurría más despacio. Miró al reloj y se dio cuenta de que ya deberían haber llamado para el vuelo, ¿se le habría pasado? No. Lo ponía en el panel: retrasado.

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