martes, 21 de enero de 2020

Venganza: Capítulo 5

Al pasar por delante de la cola de gente que aguardaba para entrar en el club, oyó a una chica decir:

—Míralo… debe de estar loca para no irse con él…

Paula se detuvo en seco y se giró lentamente. Pepe ya no estaba mirándola, y ella podía verlo de espaldas esperando a que le entregaran su coche; podía ver su ancha espalda, su cabello negro, la masculina belleza de su cuerpo y el poder que denotaban su orgullosa pose y su altura. Pensar en no volver a verlo nunca le estaba causando un fuerte revuelo dentro del pecho. De pronto no fue consciente de que sus pies la estaban arrastrando hacia una inevitable dirección: de vuelta a él. Y al instante se encontraba allí, tras él, aliviada. Le dió un toquecito en la espalda. Inmediatamente él se giró.

—¿Has cambiado de idea?

La sardónica arrogancia y el cinismo de su expresión no tuvieron ningún efecto en la patética debilidad que la había hecho volver a él. No pudo responder. Nunca en su vida había hecho algo tan impulsivo, aunque por otro lado, nunca había deseado ni nada ni a nadie con tanto anhelo. Se sentía protegida al pensar que se trataría de una única noche con ese maravilloso hombre y que después dejaría que todo su dolor y toda su pena volvieran. Pero durante las horas que estaban por delante podría ser otra persona. No la chica que se quedó huérfana con dieciséis años, ni la hermanita de la que se aprovechó su hermano mayor mientras ella esperaba que cambiara. Tampoco sería la chica que trabajaba día y noche para obtener una titulación. Ni la chica que se había visto involucrada en un terrible accidente de coche al que sólo ella había logrado sobrevivir. Quería aferrarse a ese momento en el que podía dejarse llevar por la pasión, y así le respondió:

—Sí. Me gustaría acompañarte al hotel.

Un chófer los llevaba hacia el hotel. Al instante de subir al coche. Paula se había puesto nerviosa porque el accidente aún estaba muy reciente en su cabeza, pero ante la mirada de Pepe, se había obligado a relajarse. No obstante, aún tenía las manos apretadas bajo los muslos y un ligero sudor le había cubierto la frente. El silencio los envolvía dentro del lujoso vehículo y ella podía sentir el calor que desprendía el cuerpo de él, pero no lo miró. No podía hacerlo. Aunque, por alguna razón que no podía entender, estar a su lado la hacía sentirse bien. A medida que el coche avanzaba entre el tráfico, su miedo se iba disipando. Se sentía segura. Cuando el coche se detuvo ante la puerta de un exclusivo pero discreto hotel, ese detalle se sumó al halo de misterio de Enzo porque se habría esperado que estuviera alojado en un lugar más ostentoso. Ese hotel era conocido por proteger la privacidad de sus famosos y poderosos clientes.

Pepe bajó del coche y le tendió la mano a Paula, que después de cerrar los ojos y respirar hondo, la aceptó. La llevó hasta el vestíbulo, donde el conserje lo saludó en italiano. Cuando subieron al ascensor seguían sin dirigirse palabra: ni siquiera hubo un intercambio de miradas. Paula estaba ardiendo por dentro y podía sentir sus pezones endurecidos contra la tela de su vestido.Cuando se abrieron las puertas, se adentraron en un lujoso pasillo con una única puerta al fondo. Pepe abrió la puerta de su suite y Paula lo siguió hasta dentro, con los ojos abiertos como platos ante la espléndida habitación diseñada como una biblioteca victoriana. El le había soltado la mano para quitarse el abrigo y la chaqueta y se dirigió hacia la mesa sobre la que había distintos tipos de bebidas. Al verlo de espaldas, con ese corte de pelo que tanto le favorecía gracias a una forma de cabeza perfecta, volvió a temblar y no pudo creerse que de verdad estuviera allí.

—¿Te apetece una copa?

Negó con la cabeza y vió a Pepe servirse algo oscuro y dorado que se bebió de un trago antes de dejar el vaso sobre la mesa. Se volvió para mirarla y el corazón de Paula se aceleró. Sin haberlo tocado siquiera, se sentía como si conociera a ese hombre, como si ya hubiera estado con él… lo cual era una locura.

—Ven aquí.

Y como en un sueño, respondiendo a un profundo deseo que había cobrado vida en su interior, caminó hacia él y se detuvo a escasa distancia. Pepe recorrió el espacio que los separaba y le quitó el abrigo, que cayó al suelo. Ella lo miró a los ojos y lo que vió en ellos casi la derritió. Eran de un dorado oscuro y brillante y la miraban con intensidad. Sintió deseo, sintió pasión. Un torbellino de sensualidad inexplorada se había apoderado de ella y estaba lanzándola a ese nuevo mundo.

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