jueves, 30 de enero de 2020

Venganza: Capítulo 19

A Paula le fallaron las rodillas y a través de unos labios entumecidos dijo:

—Pero… no puedes hacer eso. Yo voy a tener este bebé. Es mi bebé —se puso la mano en el vientre como para proteger al niño que llevaba dentro.

Pedro esbozó una media sonrisa.

—Creo que descubrirás que puedo hacer todo lo que quiera, señorita Chaves. No dudo de que con un buen incentivo se te pueda convencer para alejarte de nosotros cuando llegue el momento.

Pedro vió cómo el rostro de Paula se quedaba lívido, la vio aferrándose al respaldo del sillón. Ella sabía utilizar muy bien sus expresivos rasgos, era consciente de que con ellos podía manipular a la gente, pero no a él.

—Te doy media hora para recoger tus cosas y salir de aquí conmigo como si estuviéramos felices por habernos reconciliado y estuviéramos embarcándonos en una vida juntos para siempre.

Sabía que Pedro era un oponente contra el que no tenía fuerzas para luchar y también sabía con toda seguridad que, si se negaba a ir con él ahora, él no dudaría en sacarla de allí en brazos. El hecho de que su padre estuviera enfermo le tocaba la fibra sensible y lo último que quería era causarle más dolor a ese hombre. No podía llegar a imaginarse lo doloroso que debía de haber sido para él enterrar a su hija, viendo alterado el orden natural de la vida.  Aparte de todo eso, tenía que admitir que se encontraba en una situación precaria y que no podía ocuparse sola de un bebé. Ese sentido de la responsabilidad maternal la invadió y le hizo ver que no tenía elección. Ladeó la barbilla y con toda la dignidad que pudo reunir, dijo:

—Muy bien.

Nada cambió en la expresión de Pedro.

—Entonces, tienes media hora.

Lo cierto era que no tardaría más de diez minutos en recoger todas sus cosas, pero eso él no tenía por qué saberlo. Cuando se dirigía a su dormitorio, él la agarró del brazo para decirle:

—No pienses ni por un segundo que no te haré firmar un acuerdo prematrimonial. Habrá una cláusula en la que se pedirá un análisis de ADN una vez que el bebé haya nacido para confirmar que es mío. Y si no lo es… pagarás caro este engaño.

—El único engaño del que tengo conocimiento es del tuyo, cuando ocultaste tu identidad en Londres.

Según ella se apartaba, Pedro recordó ese extraño momento de debilidad, la atracción que sintió por ella y que había resultado en la situación a la que se enfrentaban ahora. Por mucho que la culpara, tenía que responsabilizarse de sus actos, y lo haría, pero que Dios ayudara a Paula si estaba mintiendo.  Soltó el aire que había estado conteniendo. Acababa de hacer la única cosa que nunca había contemplado hacer: pedirle a una mujer que se casara con él. Pero, por mucho que lo enfureciera, lo único en lo que podía pensar era en cómo el aroma de ella lo había atraído cuando ella había pasado por delante haciéndole recordar cosas que quería olvidar: su pálida piel cubierta de pecas, su sedosa suavidad y el modo en que sus secretos músculos internos lo habían rodeado con tanta fuerza… ¡Era virgen! Pero no le permitiría seducirlo otra vez. ¿Cómo era posible que la repugnancia que sentía por esa atracción no pudiera empañar su libido? Todo dentro de él se rebelaba contra una situación que nunca había querido. Matrimonio y un bebé. Sólo la idea de convertirse en padre le había resultado odiosa. Su vida consistía en obtener placer con mujeres que sabían lo que había y que no le exigían nada. Tendría que afrontar la situación como si se tratara de un negocio en el que no entrarían sus emociones. Era un negocio, simple y llanamente. Tendría un heredero. Se sentó en el sillón a esperar. Sabía que Paula estaría pensando que tenía la situación bajo control, pero a juzgar por su actitud, creía que había logrado inquietarla. Pero el hecho de que eso no lo hiciera sentirse triunfante lo perturbaba. Volvió a ver la carta de chantaje de Sebastián Mortimer y en un instante tomó una decisión y sacó el teléfono móvil para hacer una llamada.

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