Pedro le pasó un brazo por el hombro y la llevó hasta la puerta. Su cuerpo reaccionó de modo predecible. El hombre del traje gris los esperaba en el pasillo.
—¿Kyrie Alfonso?
—Sí —Pedro le estrechó la mano pero mantuvo la izquierda alrededor de ella—. Gracias por su ayuda. Disculpe por las molestias.
—No ha sido nada. Es un placer ayudar en estas circunstancias.
—Lo aprecio enormemente.
El hombre sonrió abiertamente.
—Ahora tenemos que irnos.
—¿Qué molestias? —preguntó Paula cuando casi habían llegado a la puerta del aeropuerto.
—Retrasar tu vuelo.
—¿Qué?
—Era más fácil recuperarte a tí y tu equipaje antes de salir que hacer dar la vuelta al avión.
Se detuvo en seco y se lo quedó mirando a los ojos. No estaba de broma.
—¿Has hecho eso?
Se encogió de hombros y de alguna manera eso la atrajo hacia él.
—Por supuesto. Era necesario.
Sabía que tenía influencias, pero no estaba segura de que fuera capaz de hacer dar la vuelta a un avión.
—Ela. Vamos, Paula. Éste no es el sitio.
Claro que no. Camila los necesitaba.
—Muy bien, Vamos al hospital —dio un paso adelante intentando liberarse de su abrazo. Por un momento, pensó que no iba a soltarla, pero luego sí lo hizo.
Jorge estaba esperando al lado de la limusina. Sonrió ampliamente en cuanto los vió.
—¿El equipaje? —preguntó Pedro en cuanto llegaron al vehículo.
—Ya está en el maletero.
En unos segundos se alejaban del aeropuerto. La pantalla que los separaba de Jorge se levantó enfatizando el silencio en el vehículo. Los sentimientos se arremolinaban en la cabeza de Paula. Temor por Camila. Pánico por tener que enfrentarse a Pedro de nuevo. Pero también alivio por no marcharse de Creta. Cuando lo había visto aparecer en el aeropuerto había llegado a pensar que quien la necesitaba era él. Pero en cuanto había mencionado a Camila había sabido que era la niña quien precisaba de ella. Al fin y al cabo por eso había ido hasta Grecia. Había llegado a pensar en irse, pero no podía darle la espalda. Quería a esa niña casi tanto como a su padre.
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