jueves, 2 de enero de 2020

A Su Merced: Capítulo 32

La sensación de sus dientes en los lóbulos de las orejas hacía que se le doblaran las piernas. Sólo su fuerte abrazo impedía que se cayera. Hasta que empezó a caer. Despacio. Con suavidad. Hasta estar tumbada encima de él. El corazón se le desbocó al oler en el aire el aroma del deseo. Los pechos aplastados contra el cuerpo de él y sus corazones latiendo al compás. Sus manos la recorrían deprisa, sin descanso, hambrientas. Y Paula supo que el deseo que había despertado en ella verlo salir del mar no se había apagado en absoluto. El anhelo de ser llenada era mucho más fuerte que antes. Antes no sabía cómo iba a ser. Ya sí y lo deseaba con cada célula de su cuerpo. Esa sensación de compartir, de vínculo había sido tan completa que había llegado al éxtasis.

—Bésame —exigió él.

La fricción de los cuerpos la hacía jadear. Y cuando inclinó la cabeza para besarlo fue tan erótico, un beso de lengua contra lengua. Tenía el sabor de los sueños hechos realidad. Potente, fuerte, sensual, dulce. Paula tomó su cara entre las manos mientras lo besaba una y otra vez.

—¡Sí! —la silbante palabra silbó en su oreja mientras lo besaba en la barbilla, las mejillas, el cuello...

Las manos de Pedro bajaron por su cuerpo, salvaron la cintura, se demoraron en la curva de las caderas, agarraron las nalgas y la apretaron contra su descarada necesidad de ella. Le susurró algo en griego en la oreja, palabras que apenas comprendió, pero entendió lo suficiente para saber que estaba hablando del poder que ejercía sobre él, su deseo de ella, y lo que deseaba hacerle exactamente. Su voz era lo más excitante que había escuchado nunca. Él esperaba, le dejaba marcar el ritmo. Sólo las manos posesivamente ancladas en las caderas le hablaban de urgencia. Lo mismo que sentirlo duro y caliente debajo de ella. Apoyó las manos en el suelo al lado de los hombros de él. Gimió cuando él envolvió los pechos con sus manos, acariciándolos suavemente, después no tan suavemente, hasta que gritó de delicia. Después los chupó, lo que hizo que se retorciera encima de él con la cabeza echada hacia atrás.

—No tengo bastante, Paula —murmuró contra los pechos—. Nunca es suficiente. Me haces arder como nunca nadie antes.

Miró la esculpida cara entre las sombras. Vió cómo los pezones desaparecían en su boca y sintió cómo el placer estallaba dentro de ella y cómo el temblor empezaba por todo el cuerpo. Era por verlo, por sentirlo. Pero había algo más, una poderosa conexión que la llevaba hasta él, uniéndola a él de modo inexorable, derribando las barreras que el dolor había levantado en su corazón. Quería acunarlo, tomarlo entre sus brazos, darle placer. Amarlo. Se sentía protectora, posesiva y más excitada de lo que había estado en toda su vida.

—Pedro... —tenía que decírselo, hacerle entender cómo se sentía. Era algo tan extraordinario.

Le costó un gran esfuerzo interrumpir el beso y echar la cabeza para atrás. Él estaba debajo de ella, mirándola fijamente, jadeando, tan desesperado y excitado como ella. Lo acarició con las yemas de los dedos y abrió desmesuradamente los ojos al notar lo bien dotado que estaba. Le había parecido estupendo antes, pero en ese momento...

—¡No, Paula!

El poder que sentía era excitante. Estaba embriagada. El vibraba entre sus manos. La visión de Pedro, evidentemente al límite de su control, era increíble.

—¿Por qué? ¿No te gusta?

Como respuesta, las manos de él envolvieron sus nalgas y tiraron de ella hasta que todos los juegos volaron de su cabeza y sólo quedó el deseo.

—¡Hazlo! —rugió él—. ¡Ahora! —la levantó.

Por un momento se puso tensa, suspendida encima de él, disfrutando de la deliciosa sensación de ser mirada con ojos de deseo, sabiendo que a él le excitaba verla de ese modo. Hasta que ya no pudo esperar más. Bajó lentamente. Lo sintió dentro. Llenándola incluso más que la vez anterior.

—¿Pedro? —su voz temblaba de dudas.

—Shh. Paula mou. Está bien —susurró—. Lo haré bien.

Y lo hizo. Levantó las manos y acarició los pechos mientras desde debajo de ella empujaba deliberadamente provocando oleadas de sensaciones eróticas que inundaban sus sentidos. El ritmo se fue incrementando, subiendo y bajando cada vez más deprisa. Sentía la caricia de sus manos en la piel. El sonido de su respiración tan dificultosa como la suya. Y sus ojos, sentía que la quemaban mientras se movía encima de él. Se sentía como una reina. Poderosa, al mando. Sentía... Se quedó sin respiración al sentir que algo la sobrepasaba. Cada movimiento era una tortura exquisita. Buscó a Pedro, lo agarró de las muñecas mientras él le acariciaba los pechos. Se retorcía cada vez con más fuerza encima de él. Y entonces explotó. En un momento que se prolongó por el insistente ritmo que imprimía él, la realidad desapareció. Se dejó caer encima de él respirando con fuerza. Sentía su corazón atronador bajo ella, su respiración que le sacudía el pelo, el cuerpo tan poderoso, vivo debajo de ella, dentro de ella. El aroma de macho excitado llenaba su nariz. La sujetaba fuertemente entre sus brazos como si nunca fuera a dejarle marchar. Incluso cuando sintió que él incrementaba el tempo, la seguía sujetando.

De pronto, sin saber de dónde salía, la tensión volvió a aumentar dentro de ella, llevándola a compartir con él una sensación de plenitud. Estaban tan cerca que eran uno. Los clímax de él eran los suyos, su cuerpo le pertenecía. Él era suyo. Lo amaba, se dió cuenta. Amaba a Pedro Alfonso. El arrogante, compasivo, tierno y orgulloso hombre que había vuelto su vida del revés. Paula sonrió disfrutando de aquella suave y cálida piel en los labios. Tenía la sensación de que todo era perfecto. Paula medio abrió los ojos y protestó. Pedro todavía la tenía agarrada, su corazón latía debajo de ella. Quería acurrucarse, quedarse así para siempre, pero algo había cambiado. Intentó abrir los párpados para ver dónde estaban. Había luz en algún sitio. Cambió de postura, apoyando la cara en la clavícula de él. Besó su piel con los labios abiertos sintiendo el fuerte sabor en la lengua. Pedro se estremeció y murmuró algo que no pudo entender.

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