martes, 14 de enero de 2020

A Su Merced: Capítulo 42

Pedro se sentaba en la esquina contraria a Paula. Seguía taquicárdico por la adrenalina en la sangre. Casi no había llegado a tiempo de impedir la salida del avión. Pero ya estaba allí, segura, en su coche. Esperaba la llegada del sentimiento de satisfacción. Después de todo, había conseguido lo que quería. Casi. Le había seguido como un corderito una vez que había mencionado a Camila. Paula tenía un aspecto abatido, parecía una prisionera en la esquina del coche. En uno de los brazos llevaba una pulsera, pero en el otro no llevaba nada. Pudo ver las señales de sus dedos y se le hizo un nudo en el estómago. Él había hecho eso. Le había hecho daño, usado su fuerza física para controlarla.  Respiró hondo sorprendido ante la evidencia de su bárbara conducta. Nunca, jamás había recurrido a la fuerza con una mujer. ¿Cómo podía Paula confiar en él después de aquello? Ningún hombre de honor haría una cosa así. Pero ¿Tenía él honor? Se había aprovechado de ella cuando era vulnerable. Una invitada. La mujer que había salvado la vida de su hija. La culpa lo torturaba. No había sido el protector que ella necesitaba. Se había vuelto loco por su rapacidad y el deseo de poseerla. No era sorprendente que se hubiera intentado marchar sin decir adiós aprovechando que él no estaba.

—¿Qué está pasando? —dijo Paula mirando alrededor y luego a él con ojos acusadores—. Este no es el camino del hospital.

—No, no lo es —dijo él consciente de que había llegado el momento de soltarlo todo de una vez por todas—. Te estoy llevando a casa.

¿Casa? La palabra resonó en sus oídos. Casa era un edificio de ladrillo vacío en el otro lado del mundo. Paula miró a Pedro a los ojos. Eran casi negros, una señal de fuerte emoción. Casi se asustó. Se quedó sin respiración. Un escalofrío le recorrió la espalda.

—¿Qué pasa? —la sospecha brillaba en sus ojos—. No vamos a ir al hospital, ¿verdad?

—Todavía no.

—¿Cómo está Camila?

Pedro dudó un instante.

—Físicamente está yendo muy bien. Va a volver a casa muy pronto. Pero estaba terriblemente alterada por tu idea de irte.

—Me has mentido —no se lo podía imaginar diciendo algo que no fuera verdad—. Deliberadamente me has hecho creer que Camila había empeorado.

—Todo lo que he dicho ha...

—Sé lo que me has dicho, maldita sea —jadeó—. ¿Cómo puedes ser tan cruel? Me has dejado pensar que...

De pronto le pareció que él estaba mucho más cerca. La agarró de la mano, pero ella se soltó de un tirón.

—Te he dicho que te necesitábamos.

—Y era mentira.

—No. Era verdad. Te necesitamos. Los dos.

Paula sacudió la cabeza. Estaba cansada y no podía pensar con claridad, pero una cosa sí sabía: Pedro Alfonso no la necesitaba.

—No me mientas, no me gusta tu juego.

—No estoy jugando, Paula. Sólo una vez te he dicho algo que no era cierto —la miró a los ojos y ella no pudo apartar la mirada—. Cuando te dije que te quería para una sola noche, ¿Lo recuerdas? —claro que lo recordaba, incluso se ruborizó al pensarlo—. No era cierto. Quiero más. Mucho más.

Aquello empezaba a tener sentido. Pedro quería más. Y si él  quería algo, lo conseguía. Había decidido que una noche no era bastante. Se suponía que debería sentirse halagada por ser tan atractiva. Pero no. Se sentía... sucia. Era su cuerpo lo que quería, no a ella.

—Mantente lejos de mí —dijo jadeando—. No quiero que te acerques.

No hay comentarios:

Publicar un comentario