jueves, 9 de enero de 2020

A Su Merced: Capítulo 38

—¡Basta! Te vas a hacer daño si no te calmas.

—Suéltame... —su protesta se interrumpió cuando Pedro le tapó la boca con la suya.

La besó salvajemente, con tanta intensidad que apenas le dejaba respirar. Frotó los labios e invadió su boca como intentando dejar clara su dominación. La sorpresa la dejó inmóvil, casi conmocionada. No había nada de ternura en todo aquello. Nada de la magia que habían compartido la noche anterior. En esa ocasión Pedro estaba utilizando su cuerpo como un arma en busca de su total sumisión. Después de las esperanzas y sueños que había concebido la noche anterior, se sintió profanada. El dolor provocado por la desilusión era tan fuerte que pensó que se le rompería el corazón.

—Paula —dijo él con los labios hinchados interrumpiendo el beso—. Me vuelves salvaje. No puedo creer...

Pedro recorrió con besos la barbilla, el cuello, los hombros. Conocía cada zona erógena de ese cuerpo, había pasado la noche descubriéndolas. Para su propio horror, Paula sentía la conocida descarga eléctrica de excitación a cada beso. Estaba temblando, pero no sólo por sentirse ultrajada. Volvió a su boca de nuevo pero suavemente, con ternura. Deslizó los labios sobre los de ella como pidiendo permiso para entrar. La lengua consiguió deslizarse al interior. La mano salió en busca de los pechos consiguiendo otra frenética respuesta en las terminaciones nerviosas de Paula. Las caricias se hicieron más lentas cuando llegaron a los pezones. Paula  gimió y sintió que la caricia del otro brazo en la espalda la llevaba hacia él. De pronto el deseo se puso en marcha haciendo que se aflojara la tensión de los músculos, dejando su cuerpo sin defensas a pesar de que sabía que debía resistir.

—Glikia mou —susurró con voz tan profunda, que más que escuchar las palabras, las sintió—. Me vuelves loco, Paula —sus dedos se crispaban sobre los pechos—. Te quiero. Ahora.

Si no hubiera dicho nada, probablemente habría conseguido lo que quería. También ella estaba excitada, deseosa de él. ¡Después de todo lo que él había dicho y hecho! Pero aquellas palabras consiguieron atravesar la niebla de su mente y que su cuerpo reaccionara quedándose rígido como respuesta a las caricias. Fue en ese momento cuando se dió cuenta de que sus muñecas estaban sueltas. La adrenalina se disparó dentro de ella activando su resolución y su cuerpo. Empujó con todas sus fuerzas y trató de golpear con la rodilla de modo que debería haberle hecho daño. Pero o bien el asalto a sus sentidos la había debilitado o él podía leerle el pensamiento: se apartó justo cuando lanzaba la rodilla. Paula se desequilibró y se hubiera caído si no hubiera sido porque las manos de él la sujetaron.

—¡No me toques! —dijo soltándose de un tirón y apartándose de él—. No te acerques a mí —jadeó con el corazón golpeándole en el pecho.

—Paula —fue hacia ella.

—¡Aléjate!

—No quieres decir eso, ¿Verdad? —su voz era un murmullo grave y persuasivo.

—Sé lo que quiero decir. No necesito ningún macho arrogante que me diga lo que quiero.

—Paula. Sé que estás molesta. Pero las cosas no tienen por qué ser así. Ya sabes lo bien que estamos juntos.

Ella negó con la cabeza. La veía como una compañera de cama adecuada. Algo mejor que una pastilla para dormir.

—No quiero que me vuelvas a tocar. Nunca.

Pedro se cruzó de brazos. Tenía las piernas ligeramente separadas y parecía tan grande y poderoso. ¿Qué posibilidades tenía ella si no le hacía caso? No confiaba en su cuerpo traidor si volvía a intentar seducirla.

—Sé cuánto me deseas, Paula. Cómo ardes por mí —se fue acercando mientras hablaba, pronunciando aquellas palabras con tono seductor—. Nunca he tenido una amante tan fogosa.

—¿Cómo tengo que explicártelo? Una noche ha sido suficiente. Se acabó —miró con dureza los brillantes ojos y decidió jugar su última carta—. A menos que recurras a la fuerza.

—¿De qué estás hablando? —dijo frunciendo el ceño en un gesto de ferocidad— . Deberías saber que nunca utilizaría la fuerza con una mujer —dijo irguiéndose en toda su estatura y mirándola desde arriba.

—Entonces, ¿Cómo le llamas a esto? —puso los brazos justo delante de él para mostrarle las marcas rojas que había en sus muñecas. No le dolían, pero pronto se convertirían en hematomas.

Se le congeló el gesto y se quedó pálido. Paula vió su compulsiva forma de tragar cuando fue consciente de lo que había hecho.

—Lo siento —dijo con voz ahogada—. No es excusa decir que no sabía lo fuertemente que te estaba agarrando, pero te aseguro que no tienes nada que temer. No volverá a suceder jamás.

Paula dejó caer los brazos a los lados de su cuerpo.

—Dejémoslo —rogó sintiéndose repentinamente agotada—. Ha sido... bonito mientras ha durado. Pero no necesito ninguna relación, lo mismo que tú. Ahora no. Sería demasiado lío.

Se dió la vuelta con la esperanza de que él no descubriera el farol. Sobre todo en ese momento en que sus ojos se habían llenado de lágrimas.

—Los dos hemos pasado una temporada difícil y anoche... simplemente sucedió —dijo ella en un susurro para ocultar el temblor de la voz—. Pero ahora necesito seguir con mi vida.

—Tienes razón, por supuesto —sus palabras eran cortantes, precisas, su voz, la de un extraño—. Dado que ninguno de los dos quiere otra cosa que una relación física, es mejor que pasemos página.

Cada una de sus palabras se clavó dentro de ella derrumbando sus últimas defensas. Había estado en lo cierto. Qué idiota había sido pensando en la posibilidad de otro final. Que podía sentir algo por ella, incluso amor. Cerró los ojos y se mordió el labio intentando reunir la fuerza para salir de aquella situación sin desmoronarse. No le quedaba nada, nada excepto el orgullo. El silencio entre los dos podía tocarse, pero no quería darse la vuelta, sabía que la angustia sería demasiado evidente en su rostro. Y entonces lo escuchó... el sonido que estaba esperando. El ruido de sus medidos pasos mientras cruzaba la habitación. El silencio tras el definitivo clic de la puerta al cerrarse. Pedro había hecho lo que le había pedido y había salido de su vida.

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