De pronto, oyó un sonido extraño detrás de ella y abrió los ojos. Estaban en una habitación. Un baño, un enorme cuarto de baño, cálido, con el brillo del mármol rosa, iluminado por el destello de luces que se reflejaban en grandes espejos.
—Dúchate conmigo, Paula —sintió la voz en el oído.
Pedro se inclinó hacia delante y ella sintió el agua caliente en el hombro. Eso la sacó del letargo. Abrió los ojos y miró a Pedri¡o. Esa vez no tuvo problemas para saber lo que pensaba. Tenía una mirada traviesa mientras sonreía. Era demasiado. Todos esos sentimientos, saber que había un vínculo emocional entre ambos, de amor... era demasiado. No le cabía el corazón en el pecho. Lo amaba tanto... Lo adoraba. Su cuerpo se tensó mientras insidiosas dudas la asaltaban. ¿Se estaría equivocando? ¿Sería posible que hubiera cometido un error? ¿Que la pasión de él fuera algo superficial? ¿Que sólo quisiera una compañera de cama? ¿Podía ocurrir que él no hubiera tenido la misma revelación que ella? Se le erizó el vello de los brazos al pensar todo aquello. Por lo que veía, la sonrisa de él se había oscurecido. Su rostro estaba serio, como si pudiera ver las dudas y el miedo.
—Paula —murmuró—. Eres como una luz en la oscuridad —su voz era ronca por la emoción, un espejo de sus propios sentimientos—. No puedo imaginarme qué he hecho para merecerte.
Se inclinó sobre ella y la besó tiernamente. Paula cerró los ojos sabiendo que ahí, entre sus brazos, estaba su hogar. No había cometido ningún error. Con hambre de sus caricias, incluso de su amor, deslizó los brazos por detrás de su cuello y se apretó contra él. El beso pasó de la suavidad a la embriaguez. De la embriaguez a la seducción y después a la pasión desesperada. Sólo terminó cuando él entró en la ducha y un montón de templados chorros de agua cayeron sobre ambos.
—Puedes bajarme —dijo ella, apartándose un mechón de pelo mojado de la cara.
Lo hizo, despacio. Lo miró, vió cómo el agua aplastaba el oscuro pelo contra su cabeza, brillaba en cada curva y cada ángulo de su pecho resaltando su masculinidad. Pedro levantó una mano y le echó el pelo por detrás de los hombros, las manos recorrieron su cuello de un modo posesivo. Paula no podía parar de sonreír. Actuaba por instinto y éste le decía que aquélla era la experiencia más maravillosa de su vida. Se acercó más a ella con un trozo de jabón en la mano.
—He deseado hacer esto desde la primera vez que te ví —dijo con voz áspera.
Lo recordó aquel primer día. Todo músculos e impaciencia mientras la metía en la ducha. Incluso entonces, enferma y golpeada por el dolor, apenas había sido capaz de dejar de mirarlo. Hipnotizada, lo miró enjabonarse las manos, despacio, metódicamente y después agacharse para dejar el jabón en su sitio. Sentía su cálido aliento mientras sus manos se deslizaban llenas de espuma por su cuello, la curva de los pechos donde se detuvieron hasta que tuvo que morderse los labios para no gritar. Se agarró a los hombros de él para mantenerse de pie mientras el erótico masaje le doblaba las rodillas.
—Hay muchas cosas que he deseado hacer contigo, Paula —dijo en un tono grave, como un zumbido, mientras sus manos seguían por las costillas, bajaban hasta la cintura y más abajo.
Paula no quería moverse. Podría permanecer así para siempre. Estaba tumbada en la cama más lujosa que había visto nunca. Las sábanas de algodón eran suaves. Se sentía ligera, como sin peso, y al mismo tiempo ultrasensible después de horas de sexo. Todavía experimentaba una cálida espiral de satisfacción en su vientre. Esa noche Pedro había sido tan voraz en su deseo de ella... Bajo su tutelaje, ella había respondido desinhibida. Habían ido juntos de clímax en clímax. Había estado seductor, apasionado e increíblemente tierno. Le había provocado las lágrimas más de una vez. Y el modo tan intenso en que la miraba, negándose a apagar la luz porque necesitaba verla... se estremecía al recordar la intensidad de su mirada. Al principio había sido reacia, pero luego había descubierto cómo le gustaba a ella mirarlo también cuando perdía el control por ella, sólo por ella. Por eso se sentía tan bien. No era sólo por el sexo. Era el vínculo tan fuerte que había entre ellos. Se retorció debajo de las sábanas. Le llevó un rato darse cuenta de que era la primera vez desde que había visto a Pedro salir del mar en dirección a ella que no lo sentía a su lado. Toda la noche habían estado juntos.
Paula recorrió la cama con un pie. Nada. Frunció el ceño y buscó con la mano. Estaba fría. ¿En el baño? No podía oír nada. Las habitaciones tenían aislamiento acústico. Sintió que se sonrojaba mientras recordaba a Pedro asegurándole que podía hacer todo el ruido que quisiera porque nadie podría oírlos. Abrió los ojos y vió que era de día. Tarde incluso. La claridad del sol atravesaba las cortinas. Rodó sobre su espalda y se dió cuenta de que estaba sola. Sintió un peso en el estómago. Ridículo. No pasaba nada. Pedro estaría en la ducha, a lo mejor incluso esperándola. Se incorporó y sintió un delicioso dolor en músculos que raramente usaba. Llegó hasta la puerta del baño y se detuvo. Era ridículo, después de todo lo que había pasado entre ellos no había necesidad de.. De todos modos, llamó a la puerta. No hubo respuesta. Golpeó más fuerte y esperó. Finalmente abrió la puerta: el baño estaba vacío. De nuevo sintió ese peso en el estómago. No era un presentimiento, sólo necesitaba comida. Comería en cuanto volviera Pedro. Habría salido al balcón a tomar el fresco. Cruzó la habitación y abrió la cortina lo bastante para ver el enorme balcón. También vacío. Reprimió un gesto de disgusto. Habría bajado para subir algo de desayuno para los dos. Eso sería todo. Volvió a la cama y se detuvo. En el suelo al lado de donde había dormido ella había una ordenada pila de ropa. Lentamente se dirigió hacia ella y reconoció una camiseta y unos vaqueros recién lavados, los había puesto en su armario el día anterior. Ropa interior, un sujetador, incluso unas sandalias y un cepillo del pelo.
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