—Pero Juan, estoy bien para trabajar y mañana regreso a Dublín. No es que esté al otro lado del mundo —Paula no pudo evitar que la voz le temblara.
—Sí, claro, y yo acabo de ver un cerdo volando. Siéntate en ese taburete antes de que te caigas. No vas a trabajar en tu última noche aquí. Te he prometido el sueldo de dos semanas y aún te debemos las propinas —le dijo el guapo hombre mientras le servía una copa de brandy—. Toma. Ayer, en el funeral, parecía como si fueras a caerte redonda.
Paula se dió por vencida y se sentó en el alto taburete. Lo que la rodeaba era un lugar oscuro, cálido y familiar, que había sido su hogar durante los últimos años. La emoción la embargó ante las atenciones de su viejo amigo.
—Gracias, Juan. Y gracias por venir conmigo ayer. No creo que pudiera haberlo hecho sola. Significó mucho para mí que Diego, Simón y tú estuvieran allí.
El se acercó y le agarró la mano.
—Cielo, de ningún modo habríamos dejado que pasaras por eso tú sola. Ariel ya se ha ido. Se acabó. Y ese accidente no fue culpa tuya, así que no quiero volver a oír una palabra al respecto. Es un milagro que no te arrastrara con él. Sabes muy bien que era cuestión de tiempo que sucediera algo.
«Sí, pero podría haber intentado detenerlos… proteger a Malena…». Esas palabras resonaban en la cabeza de Paula. Las palabras de Juan pretendían reconfortarla, pero no hacían sino remover las amargas emociones que siempre estaban presentes; el terrible sentimiento de culpabilidad por no haber logrado evitar que Ariel no condujera esa noche. Se había subido en el coche con ellos porque estaba sobria y quería asegurarse de que no cometían ningún descuido…
Pero Juan no necesitaba saberlo. Paula le sonrió, intentando hacerle creer que se encontraba bien.
—Lo sé.
—¿Lo ves? Esa es mi chica. Ahora, bébete eso y te sentirás mucho mejor.
Paula hizo lo que le dijo, arrugando la nariz mientras el líquido le quemaba la garganta. Sintió el efecto de inmediato, cálido y relajante. Movida por un impulso, se inclinó sobre la barra y llevó a Juan hacia sí, para besarlo en los labios y abrazarlo. Significaba mucho para ella y no podía imaginar lo vacía y desesperada que sería su vida sin tenerlo como amigo. El la abrazó con fuerza antes de apartarse y besarla en la frente.
—Parece que los primeros clientes están llegando.
Paula se giró para mirar atrás y vió una figura alta a través de la franja que quedaba entre las gruesas cortinas que separaban la barra VIP del resto del club. Por alguna razón que desconocía la recorrió un escalofrío, aunque no le dio importancia y se volvió para mirar a Juan. Decidió que se marcharía enseguida. Tenía poco equipaje que hacer para volver a casa, a Dublín, pero gracias a ello estaría lista cuando, por la mañana, llegara el abogado para tomar posesión de las llaves del departamento. De pronto la idea de regresar a ese enorme y vacío piso sin alma la atemorizó al recordar la visita que había recibido allí mismo la noche anterior, tras el funeral. Ariel, su hermano, la había dejado únicamente con la ropa que llevaba encima. Desde que sus padres murieron y él se había hecho cargo de su hermana de dieciséis años, no había dejado de dejar constancia de que lo enfurecía esa obligación fraternal que le habían impuesto. Pero pronto se había aprovechado de su presencia, al verla como una asistenta del hogar interna. Ella no se había esperado nada más, pero había sido un gran impacto descubrir que su hermano no sólo tenía unas deudas astronómicas, sino que… Juan la sacó de esos pensamientos al reclamar su atención y ella se sintió agradecida.
—Cielo, no mires, pero esa figura que estaba mirando aquí dentro es el espécimen de hombre más divino que he visto en la vida. No lo echaría de la cama por hablar demasiado, eso seguro.
Por alguna razón. Paula volvió a sentir ese extraño escalofrío, pero sonrió a Juan, agradecida por la distracción que le ofrecía.
—Oh, vamos. Eso lo dices de todos.
—No. Este… no se parece a ninguno que haya visto antes, pero por desgracia la intuición me dice que es heterosexual. Oh, aquí viene. Debe de ser alguien importante. Paula, cielo, levántate y sonríe. Te digo una cosa, un pequeño flirteo y una noche ardiente con un hombre así te harán olvidar para siempre los recuerdos sobre el tirano de tu hermano. Es lo que necesitas ahora mismo, un poco de diversión antes de volver a casa y empezar de nuevo.
Y entonces, vió a Juan dirigir su atención hacia el misterioso extraño, cuya presencia podía sentir a su lado.
—Buenas noches, señor —le dijo Juan alegremente—. ¿Qué le pongo?
A Paula se le erizó el vello ante la presencia del hombre y decidió hacer caso omiso del consejo de su amigo. No tenía la más mínima intención de dejarse llevar por una noche de pasión con nadie, y mucho menos con un completo desconocido. Sobre todo, la noche después del funeral de su hermano, y especialmente porque en sus veintidós años de edad nunca había experimentado ninguna clase de pasión. Con la intención de marcharse, se giró sobre el taburete, pero antes de poder darse cuenta se vió cara a cara con el extraño, un ángel caído que la estaba mirando fijamente. Un oscuro ángel caído, con unos brillantes ojos verdes y dorados bajo unas largas y negras pestañas. Cejas negras. Pómulos altos. Unos labios que ella deseó besar en ese mismo instante, para sentirlos y saborearlos.
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