jueves, 23 de enero de 2020

Venganza: Capítulo 12

Bajó la calle a punto de estallar en lágrimas. Lo más importante ahora mismo era conseguir un trabajo. Sólo le quedaba dinero para pagar un mes más el alquiler de su estudio, ¿cómo iba a traer a un bebé al mundo? Contuvo el pánico que la invadió y se detuvo junto a un puesto de periódicos para comprar la prensa, ignorando las pocas monedas que llevaba en el monedero. Un rato después, se bajó del autobús y se dirigió a su departamento. A medio camino el cielo se abrió y en cuestión de segundos acabó empapada hasta los huesos. Una pareja pasó por delante de ella, agarrados de la mano y riendo, la mujer se protegía con el abrigo de su novio. Paula se sintió como si algo infinitamente valioso le hubiera sido arrebatado para siempre. Era la inocencia y el optimismo.

 Durante aquel breve momento antes de que Pedro Alfonso hubiera lanzado la bomba, ella había saboreado algo de felicidad por primera vez en años. Su corazón se endureció cuando abrió la puerta; él había destrozado sus sueños y esperanzas y lo odiaba con una intensidad que la asustaba. En el cuarto de baño, se quitó la ropa mojada y se puso un albornoz. Al ver su reflejo en el espejo, se quedó paralizada. Se veía demacrada. Las pecas destacaban con intensidad sobre su pálida piel. Se veía la cara demasiado larga, los pómulos demasiado marcados, los ojos sombríos, y el vivo y brillante tono rojo de su cabello se había apagado. Se llevó las manos al vientre y no pudo contener las lágrimas.  Tras la muerte de Ariel, había pensado que sería libre para empezar de nuevo, libre para vivir su propia vida, pero el destino la había golpeado en la cara. Se secó las lágrimas y se sonó la nariz. Tenía que comer. Tenía que cuidarse. Tenía que encontrar un trabajo. De algún modo tenía que mantenerse a sí misma y al bebé. Aún la sorprendía el inmediato y devorador amor y protección que había sentido por ese pequeño ser desde el momento que descubrió que estaba embarazada, a pesar de las circunstancias de su concepción. Además, había una emoción más profunda unida a eso, pero no quería analizarla.

Fue a la cocina a calentarse la sopa casera que le había sobrado del día anterior y, cuando se sentó, se fijó en la carta que había sobre la mesa a su lado; una carta que había abierto esa misma mañana. El pánico amenazaba con volver y arrebatarle el apetito. La amenaza contenida en la hoja de papel la hizo temblar por dentro. Se obligó a comer, a no pensar, y entonces se dispuso a ojear los periódicos. Rodeó las ofertas de trabajo y las colocó en orden, de modo que al día siguiente, y una vez más, pudiera comenzar a hacer llamadas y a dejar su curriculum en distintas empresas.

Una hora después abrió el último periódico con desgana porque deseaba irse a dormir, pero entonces su corazón comenzó a palpitar descontroladamente cuando vio en él una fotografía de Pedro Alfonso. No podía apartar los ojos de él, esos duros rasgos estaban suavizados por una sonrisa que lo hacía parecer más guapo todavía. Se le veía feliz. Se le veía satisfecho. Parecía estar despreocupado. Inconscientemente, ella se llevó la mano al vientre. ¿Qué derecho tenía él a ser feliz mientras que ella estaba allí sentada prácticamente en la pobreza absoluta, embarazada de su hijo después de que él hubiera decidido jugar a ser Dios con su vida? Cerró los ojos un instante antes de volver a mirar el sonriente rostro de Pedro. Toda la humillación y el dolor que sintió por su premeditada venganza la embargaron con tanta fuerza como si hubiera sucedido el día antes. El deseo que había mostrado no había sido lo que ella se había esperado y creído. Pedro estaría en Dublín la noche siguiente para celebrar la apertura de su nuevo restaurante. Paula podría haber pensado que él lo habría hecho a propósito, para enviarle una nueva advertencia, pero ella sabía que había sido algo irracional. No era más que una coincidencia increíblemente cruel. Volvió a leer el artículo, más despacio esa vez. En el evento anunciaría la fusión con Pablo Cameron, un conocido empresario afincado en Irlanda. Paula sabía que tendría que hacer algo mientras él estuviera tan cerca; tenía que hacerle ver que no podía llevarse por delante la vida de una persona; su vida. Pedro era responsable de la vida que crecía en su vientre y algo profundamente visceral estaba alentándola a enfrentarse a él.




Pedro Alfonso contuvo las ganas de quitarse la corbata, desabrocharse los botones de arriba de la camisa y alejarse de ese salón de baile abarrotado lo antes posible. Quería estar en su isla, Sardinia, donde habría tranquilidad y el cielo estaría lleno de las estrellas que a veces había soñado con tocar. ¿Qué le pasaba? Llevaba semanas que no se encontraba bien. Dos meses, para ser exactos… Se quedó paralizado e inmediatamente quiso desechar las vividas imágenes que acompañaban a esos pensamientos. Hacía dos meses había empezado el proceso de curación que comenzaba con la venganza de la muerte de su hermana, pero entonces, ¿Por qué no se sentía bien?

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