—Estás de broma. Nadie puede ser tan loco.
—No creo que fueran conscientes de la seriedad de su enfermedad. Laura podía ser el alma de una fiesta cuando estaba de humor, pero por la noche casi se moría por el consumo de alcohol y drogas ilegales. Por eso se salió de la carretera. Hubo suerte, nadie iba con ella.
—Oh, Pedro —le pasó la palma de la mano por la tensa mandíbula.
—Ya se acabó —dijo mirándola a los ojos—. Pero tienes que saber que no me sentí atraído por tí por tu parecido a Laura. Te quiero por ti misma, glikia mou. Tú eres única. Llenas mi corazón de una forma que nunca pensé que fuera posible.
Las manos de Pedro rodearon su rostro, Paula sentía aquellas enormes temblando contra su piel.
—Te amo, Paula. Es por eso por lo que no puedo dejar que te vayas. Te quiero a mi lado siempre. Te necesito. Eres parte de mí, parte de mi alma. Agapi mou. Te he hecho daño, lo sé, es imperdonable. He actuado como un animal —su voz se rompió y dejó caer la última barrera—. Lo que sentía por tí... me daba miedo. ¿Puedes creerlo? No podía creer en un amor semejante entre un hombre y una mujer —se encogió de hombros—. A lo mejor era por la experiencia de un matrimonio infeliz. No lo sé, Paula. Todo lo que sé es que rechacé creer en lo que sentía. Te mentí a tí y a mí como si fuera algo que pudiera dominar, pero era demasiado tarde. Y cuando me rechazaste, me ensañé contigo de forma imperdonable.
Paula tenía los ojos llenos de lágrimas. Sacudió la cabeza demasiado conmocionada para hablar. Pero sí podía acariciarlo, la mandíbula, los labios, las mejillas. Se inclinó sobre él.
—Yo también te amo, Pedro. Tanto, que traté de ocultártelo desapareciendo.
—¡Paula! —su voz, como terciopelo negro, la acariciaba—. No nos separaremos nunca más, te lo prometo.
Y ya no pudo hablar, pero esa vez por que sus labios estaban en los de ella. Se abrió para él y el mundo empezó a dar vueltas.
—Has sellado tu destino, Paula. Ahora eres mía —no había dudas en su posesiva mirada y a ella no le importó.
—Y tú eres mío —dijo ella sonriendo y pasándole la yema de los dedos por la boca.
—Paula, hay algo más que tienes que saber.
—¿Qué?
—Camila. Ella...
—Me has dicho que se estaba recuperando muy bien.
—Así es. Los médicos están sorprendidos de lo bien que va. El pronóstico es muy bueno —hizo una pausa—. La razón por la que tú eras la única donante compatible era... —dudó un momento—. Cuando se hicieron los primeros análisis, los médicos descubrieron que nadie de mi familia podía donar. Laura estaba embarazada antes de casarse. Camila no tiene relación de sangre conmigo —sus miradas se encontraron y Pedro pudo ver una pregunta en la de ella—. Sin embargo, yo soy su padre. La quiero y siempre será mi hija.
¡Qué hombre era su Pedro! Qué fuerte y generoso.
—Lo único que importa es que me amas, Pedro mou y que yo te amo.
—¿Te casarás conmigo y aceptaras la hija de otra mujer? —había cierto tono de angustia en su voz.
—Camila será nuestra hija —corrigió ella.
—No te merezco, Paula. Lo sé, pero pasaré el resto de mi vida haciéndote feliz —sonrió despacio, de un modo que ella sintió un punto de excitación—. Y tendré enorme cuidado de asegurarme de que nuca cambies de opinión. Y voy a empezar ya —y sus manos comenzaron a desabrochar los botones de la blusa.
—Pedro... ¡No! —dijo mirando por encima de su hombro por si había alguien, pero estaba todo desierto.
Pedro sonrió mientras le quitaba la blusa y buscaba el cierre del sujetador.
—Paula... ¡Sí! —dijo acurrucándose entre los pechos tras quitarle el sujetador—. ¡Sí y sí y sí!
FIN
Por fin me puse al día! Que hermoso final!
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