Le estaba enseñando las normas de etiqueta poscoital con el tono de alguien que sabía de lo que hablaba. Tuvo un auténtico ataque de celos. ¿Con cuántos hombres habría compartido la cama en Australia? ¿Le importaba alguno de ellos? ¿Uno de ellos? La idea de Paula, su Paula con otro hombre en la cama, era insoportable. Sacudió la cabeza tratando de apartar la niebla que le turbaba el pensamiento.
—No es algo de lo que te tengas que volverte a preocupar —gruñó reduciendo la distancia entre ambos—, no habrá más hombres en tu cama.
—¿Te incluyes tú ahí? —dijo levantando más la cabeza.
—No juegues conmigo, Paula. Sabes lo que quiero decir —dijo respirando profundamente. Los celos hacían que la cabeza le diera vueltas—. Ahora eres mía. No va a haber ningún otro hombre en tu vida y mucho menos en tu cama.
Lo miró fijamente, de los ojos le salía auténtico fuego. ¡Menuda mujer! Guapa y fuerte y apasionada. La mujer más atractiva que había conocido en su vida. «Su mujer» le decía en tono posesivo una voz interior que había escuchado durante toda la noche.
—No creo que eso sea ningún asunto de tu incumbencia —dijo ella lentamente.
Pedro frunció el ceño. ¿Qué clase de tontería era ésa?
—Por supuesto que es asunto mío. Tú y yo...
—Lo que pasó ¿Crees que te da derecho exclusivo sobre mí? —dijo con gesto más concentrado e inclinando la cabeza como para remarcar sus palabras—. No recuerdo ninguna conversación al respecto anoche.
—Anoche no hubo ninguna conversación. Nosotros no...
—Entonces, a lo mejor, debería dejártelo claro ahora —siguió ella como si él no hubiera siquiera hablado—. Soy mi mujer, Pedro Alfonso, no te pertenezco. Ni a tí ni a ningún otro hombre —miró por encima de él—. Lo de anoche no te da derecho a decir nada sobre cómo vivo mi vida.
La sangre latía en los oídos de Pedro tan fuerte, que casi no podía oírla. Estaba dejando clara su independencia. ¡De él! Esa mujer iba a volverlo loco.
—Sin duda —dijo finalmente con voz temblorosa—, no estás tratando de decirme que eres promiscua —vió la expresión de horror en los ojos de ella y reprimió una sonrisa de satisfacción—. Encuentro difícil de creer que seas la clase de mujer que tiene a un par de tipos en reserva.
Había descubierto el farol y había funcionado, era evidente por la caída de sus hombros y el modo en que se mordía el labio. Deseó acercarse a ella y acariciarle los labios, calmar su dolor con la caricia de su propia boca. Y después llevarla hasta el colchón que tenía detrás.
—Tienes razón —dijo ella con voz tensa—. No es eso lo que quiero decir.
Dejó de mirarlo. Respiró hondo y eso hizo que sus pechos se levantaran. Deseó desnudarla. Estaba pensando cómo hacerlo cuando su voz lo trajo de nuevo a la realidad.
—Dejaste bien claro lo que querías de mí. Sólo una noche dijiste —sus miradas se encontraron y Pedro sintió como un puñetazo en el pecho—. Querías sexo. Eso es todo. Sexo y liberación —sus ojos parecían de oro fundido—. Bueno, pues ya está, has tenido tu noche y se acabó.
—Debes de estar bromeando, ¡Glikia mou! —dijo haciendo un gesto de incredulidad con las manos—. Después de lo de anoche no esperarás que esto termine así de fácilmente. La forma en que estuvimos juntos... fue increíble.
—Me alegro de que pienses así, pero de todos modos se acabó.
Pedro negó con la cabeza mudo de asombro. ¿Paula le estaba rechazando? ¿Después de todo lo que había pasado la noche anterior? Era imposible. Increíble. Tenía que estar de broma. Era eso. Estaba molesta porque había desaparecido esa mañana y quería que mordiera el polvo. No mordería el polvo, pero podía disculparse. Se lo merecía. Se había comportado como un patán.
—Paula mou —le tendió la manos y se quedó desconcertado cuando ella se apartó. Frunció el ceño. Estaba siendo un hombre razonable...—. Siento haber desaparecido del modo como lo he hecho esta mañana. Debería haberte despertado, o llamado por la mañana. Yo...
Ella sacudió la cabeza.
—No hace falta que te disculpes —interrumpió aunque sus ojos desmentían sus palabras—. Lo de anoche fue maravilloso, pero se acabó. Como dijiste, los dos necesitábamos liberarnos. Ahora podemos seguir nuestros caminos sin reproches.
Lentamente las palabras penetraban en la atónita cabeza de Pedro. De pronto tuvo un déjà vu: su gesto, su expresión era tan parecida a la de Laura. Se pasó la mano por la cara tratando de borrar los recuerdos y la terrible semilla de duda que había sembrado en su mente. Dos chicas de la misma familia. No podía creerlo. Ésa era Paula, dulce y compasiva. No Laura.
—Se acabó —reiteró ella—. Y ya es hora de marcharse —y se dió la vuelta para irse.
Una mano se le disparó y la agarró del brazo antes de que hubiera dado un paso.
—¡No! —se detuvo tratando de controlarse—. No se acabó, Paula.
Ella alzó la cabeza y por un momento su expresión fue vivida, brillante como el sol de verano. Pedro buscaba las palabras, pero en todo lo que podía pensar era en que ella había hecho algo imposible: lo había rechazado, decidido que no quería nada más que una noche.
Mmmmm se le pudrió todo a Pedro me parece....
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