martes, 30 de abril de 2019

Eres Irresistible: Prólogo

Paula Chaves se acercó al cristal para ver mejor al hombre que cruzaba la calle y su corazón se aceleró. Nunca había visto a un hombre tan atractivo. Continuó mirándolo mientras se detenía a hablar con otro hombre delante de una tienda de pienso. Era alto, de cabello oscuro y sexy desde el sombrero Stetson hasta las gastadas botas camperas. Por cómo se le ajustaban los pantalones a las caderas, debía tener unas piernas poderosas y unas nalgas firmes, además de anchos hombros y marcados abdominales. En definitiva, tenía todas las características que separaban a un niño de un hombre de verdad. Cuando se echó el sombrero hacia atrás, vió que tenía la piel tostada y los ojos tan oscuros como el cabello, además de una boca de labios voluptuosos que le hicieron humedecerse los suyos.  Bastaba mirarlo para que una mujer se sintiera excitada. Incluso desde aquella distancia, ella misma sentía calor y un hormigueo interno, algo que no le había pasado en sus veintiocho años de vida. De hecho, en el último año no había salido con nadie, en parte porque su relación con Pablo Fullbright le había resultado insatisfactoria, una total pérdida de tiempo de un año que la había dejado sin ganas de meterse en otra. Sus amigos creían que no le interesaba el amor y quizá tuvieran razón, pues prefería meterse en la cama con un buen libro que con un miembro del sexo opuesto. Y de pronto, un completo desconocido le hacía la boca agua. Especialmente en aquel instante cuando, plantado con las piernas abiertas y las manos en los bolsillos, sonrió y se le formaron dos irresistibles hoyuelos en las mejillas.

—¿Qué estás mirando, Pau?

Paula se sobresaltó. Casi había olvidado que estaba acompañada. Miró a su amiga de la infancia, Sofía Conyers, que se sentaba al otro lado de la mesa.

—Mira a ese hombre de la camisa azul, Sofi, y dime qué ves. ¿No te parece perfecto para el primer número en Denver de Irresistible? —preguntó con una excesiva animación que habría preferido disimular.

Era la dueña de la revista Irresistible, dedicada a la mujer moderna. Había comenzado como una publicación regional pero durante los últimos años se había expandido a nivel nacional. El número más importante del año era el Hombre Irresistible, en el que se incluía un artículo en profundidad sobre un hombre que la revista consideraba digno de ser calificado de «irresistible». Con la ampliación de la revista, Paula había convencido a su amiga Sofía de que dirigiera la edición de Denver. Al no recibir respuesta de Sofía, sonrió.

—¿Qué me dices?

Sofía la miró.

—Ya que lo preguntas te diré lo que veo: a Pedro Alfonso, uno de los muchos Alfonso. Y la respuesta a si sería el candidato ideal es que sí, pero sé que no lo hará.

Paula arqueó una ceja.

—Eso quiere decir que lo conoces.

Sofía sonrió.

—Sí, pero no tan bien como a alguno de los Alfonso más jóvenes. Fui al colegio con sus hermanos y sus primos. Muchos de ellos son tan guapos como él, y puede que sean más fáciles de convencer. Olvida a Pedro.

Paula miró por la ventana convencida de dos cosas: la primera, que no lo olvidaría; y la segunda, que a Sofía le gustaba alguno de los Alfonso más jóvenes.

—Pero es a él a quien quiero, Sofi —dijo con determinación—. Y ya que lo conoces, pregúntaselo. Evidentemente, le pagaremos por su tiempo.

Sofía rió.

—Ese no es el problema, Pau. Pedro es uno de los ganaderos más ricos de Colorado, pero todos sabemos que es muy celoso de su intimidad. Te aseguro que no lo hará.

Paula quiso pensar que su amiga se equivocaba.

—Aun así, pregúntaselo.

Volvió a mirar por la ventana y sonrió. Era el hombre perfecto y lo quería para su revista.

—No sé si me gusta la expresión de tu cara, Pau, la he visto antes y sé lo que significa.

Paula no podía evitar sonreír, y si alguien tenía la culpa era su padre, el senador Miguel Chaves, de Florida, que la había criado tras la muerte de su madre de cáncer cervical cuando ella tenía dos años. Su padre era el hombre al que más admiraba y quien le había enseñado que cuando se deseaba algo verdaderamente, había que hacer lo posible para conseguirlo. Siguió mirando por la ventana mientras la conversación entre Pedro Alfonso y el otro hombre concluía y aquél entraba en la tienda, caminando de una forma que la dejó sin aliento. No cabía duda: volvería a verlo de nuevo.

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