jueves, 25 de abril de 2019

Corazón Indomable: Capítulo 46

-¿Te he dicho últimamente lo orgulloso que estoy de tí?

—Todos los días.

—Sólo quiero asegurarme de que sepas que estás haciendo un gran trabajo y lo mucho que lo aprecia la empresa —Martín sonrió y se sentó frente a Paula.

—Lo sé, y agradezco tu apoyo y tus halagos.

—Odié que tuvieras que irte, ya lo sabes —Martín frunció el ceño, —pero supongo que fue lo mejor. Ahora que estás de vuelta lo veo claro. Estás tan aguda y agresiva como siempre.

—Eres un buen hombre, Martín Billingsly, soy muy afortunada al tenerte como jefe.

—Yo... podríamos ser algo más —dijo él en voz baja. —Pero no te interesa, ¿Verdad?

—No, no en el sentido al que te refieres —sonrió con tristeza. —Pero tu interés por mí es el mejor cumplido.

—Bueno —Martín suspiró y esbozó una sonrisa. —Estaba preparado para un «no».

—Siempre te he considerado un amigo y el mejor de los jefes.

Él titubeó un momento y la miró intensamente.

—¿Qué? —ladeó la cabeza y le devolvió la mirada.

—No eres la misma.

—Acabas de decirme que...

—No me refiero a tu trabajo —interrumpió Martín.

—Ah —ella giró la cabeza, temiendo que fuera a adentrarse en terreno prohibido. Sus siguientes palabras le dieron la razón.

—Cuando crees que nadie te ve, tu rostro se llena de tristeza —hizo una pausa. —¿A qué se debe?

—Estoy bien —mintió ella. —Te estás dejando llevar por la imaginación.

—Paparruchas. Sé que me estoy entrometiendo, pero eso es lo que hacen los amigos... y los jefes.

—Es algo que debo resolver por mí misma.

—¿Sigue teniendo que ver con tu familia?

—No —ella sonrió. —Alejarme consiguió un milagro. Cuando pienso en ellos, todos los días, es con cariño y dulzura, en vez de con el dolor de la pérdida.

—Me alegra mucho oírte decir eso. Es maravilloso.

—Lo sé.

—Pero —Martín siguió presionando, —sigues estando demasiado triste para mi gusto. Se inclinó hacia delante. —Es por ese tipo, ¿Verdad?

—No sé de qué tipo hablas —Paula se tensó.

—Claro que lo sabes.

Paula, intentando controlar el rubor que estaba a punto de teñir sus mejillas, se puso en pie y fue hacia la ventana. El día estaba triste y nublado, igual que ella. Martín tenía razón. Estaba fastidiada, aunque mi podía permitirse admitirlo, ni siquiera ante ella misma. Echaba de menos a Pedro, Su ausencia casi le dolía. En ese momento podía ver su enorme cuerpo en el bosque, con su casco, vaqueros y botas, haciendo funcionar una máquina o caminando por el bosque, absorto. Y adorando cada segundo. Deseó que la amara tanto como amaba los bosques.

—¿Paula?

—Perdona —se volvió hacia él. —Mi mente estaba vagando por ahí.

—Visto que no vas a contármelo, será mejor que me vaya —miró su reloj. —Tengo que estar en el juzgado dentro de media hora y, si no me equivoco, tú también.

—Es cierto —Paula cuadró los hombros, limpió su mente de cualquier tema personal y añadió—: Este es un caso que no estoy dispuesta a perder.

—No lo perderás. Y como prometí, eso te permitirá acceder a la sociedad —al no conseguir la respuesta que esperaba de ella, frunció el ceño. —Sigues queriendo ser socia, ¿No?

—Desde luego —afirmó Paula con entusiasmo forzado. Agarró su maletín. —Vamos a ganar un caso.

Sólo llevaba un mes en casa, pero parecían seis. Sus ojos recorrieron el salón de su piso de Houston y pensó en lo afortunada que era al regresar a un lugar tan bonito todos los días. Pero ya no se lo parecía tanto como antes de haberse marchado a Lane. Además del lujoso piso, tenía montones de amigos y sitios a los que ir. Houston tenía mucho que ofrecer. Se preguntó por qué, en ese caso, no estaba por ahí con algún amigo. Sólo eran las seis de la tarde; aún podía replantearse una invitación al teatro que había rechazado esa mañana. Pero no le apetecía salir. Prefería remojarse en la bañera y pasar el resto de la tarde leyendo y relajándose. Por desgracia, eso no estaba ocurriendo. En cuanto entró en casa se sintió tensa, nerviosa y solitaria; todo lo cual la ponía furiosa consigo misma. Para empeorar las cosas había recibido dos llamadas seguidas: una de Marta y una de Jimena. Ambas le habían dicho cuánto la echaban de menos y pedido que fuera pronto a Lane a visitarlas. Después de cada conversación, Paula había colgado y se había echado a llorar.

En ese momento, acurrucada en el sofá, tenía ganas de llorar de nuevo. Pero no tenía razones para hacerlo. Todo le iba bien. Además de un piso precioso, buen trabajo y buen sueldo, le habían ofrecido convertirse en socia junior del bufete, tal y como Martín había predicho. Aunque aún no había aceptado la oferta oficialmente, todos sabían que lo haría. Todos menos ella. Se sentía desgraciada. Y la causa era Pedro. Todas las cosas maravillosas de su vida no eran más que eso, cosas. Desde que se había enamorado de él, las cosas ya no tenían importancia. Quería seguir practicando la abogacía, desde luego, pero había dejado de ser su única pasión. Le gustaba su sitio pero no era más que un lugar donde dormir. Su pasión era Pedro.

De pronto, una lucecita se encendió en su cabeza. Lo que más deseaba en el mundo era despertarse cada mañana junto a él. Se puso en pie de un salto. ¡Era imposible! No podía vivir en un pueblo pequeño. Su conciencia le susurró que era una mentirosa. Había estado en Lane varias semanas y había sobrevivido. Incluso había hecho amigos, trabajado y disfrutado. La mente de Paula giraba como un torbellino. Inspiró varías veces para controlar los latidos de su corazón. Había perdido a Ariel por una tragedia sobre la que no tenía ningún control. El caso de Pedro era distinto. Sí lo perdía, sería culpa de ella. Agarró el bolso y salió corriendo.

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