Paula captó el tinte risueño de su voz y sonrió. Era una pena que fueran tan distintos. Era un amante fantástico, pero ella no buscaba un amante. No buscaba un hombre, punto final. Había ido a Lane a sanar su mente y su cuerpo, para poder regresar al trabajo que amaba, en la ciudad.
—¿En qué estás pensando? —preguntó Pedro.
—En lo cerca que estuve de perder la cordura.
—Como te dije antes, no sé cómo pudiste funcionar —hizo una pausa. —Eres demasiado dura contigo misma.
—Hay algo sobre mí que no sabes.
—No importa.
—A mí sí. En cierto sentido, te mentí.
—Te escucho.
—El tiempo que estuve de baja en el trabajo, lo pasé en una clínica especial —era incapaz de decir la palabra «institución», se le revolvía el estómago al pensarlo.
—¿Y eso te parece algo de lo que debas avergonzarte?
—Sí, supongo que sí.
—Pues yo te admiro por admitir que necesitabas ayuda y buscarla.
—En realidad no tuve elección. Cuando la empresa me mandó a casa esa primera vez, me derrumbé. Aunque estaba yendo a un terapeuta, no era suficiente. Tuve ataques de llanto, de rabia, y me dió por destrozar cosas. Entonces comprendí que estaba completamente descontrolada e ingresé en la clínica.
—Nena, lo siento mucho —susurró Pedro contra su cuello. —No te preocupes. Vas a ponerte bien, más que bien. Tienes lo que hace falta, créeme. Acabarás poniendo a tu empresa en el mapa.
Paula se volvió hacia él, consciente de que las lágrimas surcaban sus mejillas. Con un gemido, él lamió cuidadosamente las gotas según salían de sus ojos.
—Eres una mujer excepcional. No lo olvides nunca —le dió un golpecito en la nariz. —Apuesto a que un día Dios te dará otro hijo.
—No lo hará, porque no pienso casarme de nuevo.
—Nunca digas nunca jamás.
—¿Qué me dices de tí?
—¿Qué de mí?
—¿No deseas a veces un hogar permanente?
—Tengo uno —su voz sonó grave. —Sí no me equivoco, estás en él ahora mismo.
—Sabes a qué me refiero —escrutó su rostro, notando su sonrisa agridulce.
—Claro que sí —farfulló él. —Una casa en los suburbios con una esposa, dos o tres niños y un perro.
—Sí así es como quieres definirlo, sí, a eso me refiero —hizo una pausa intencionada y dijo. — Supongo que nunca deseas algo así.
—No puedo decir que no lo haya pensado. Pero desearlo, no, supongo que no.
—Lo que significa que nunca has estado loco por una mujer.
—Tuve una relación seria —dijo Pedro con dolor.
—¿Qué ocurrió? —presionó Paula.
—No salió bien.
Ella esperó a que le diera más explicaciones. Pedro suspiró, como si supiera que no tenía más remedio que explicarse.
—Quería que me uniera a la empresa de su padre, en Dallas.
—Es decir, ¿No quería vivir en la América rural?
—Acertaste.
Paula intentó captar cualquier deje de amargura en su voz, pero no lo encontró.
—¿Y las demás?
—O bien nos alejamos o nos convertimos en buenos amigos.
—Da la impresión de que nunca has sentido la necesidad de asumir el compromiso del matrimonio.
—Supongo que no. Al menos, no el tiempo suficiente para que llegara a ocurrir.
Estuvieron en silencio durante un largo momento.
—Sin embargo, en otras circunstancias, tú, Paula Chaves, podrías hacerme cambiar de opinión.
—Pero las circunstancias son las que son, y no podemos cambiarlas —replicó Paula, aunque la declaración la había sorprendido.
—Correcto —Pedro frotó los labios contra los suyos. —Pero esto no es una fantasía, tu cuerpo junto al mío, y eso significa que voy a poner en práctica una parte de mí sueño ahora mismo.
Dejando de lado el futuro que nunca llegaría a ser, Paula suspiró, colocó la pierna sobre su muslo y suspiró de nuevo cuando la penetró. Sus gritos rasgaron el aire al unísono.
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