martes, 2 de abril de 2019

Corazón Indomable: Capítulo 23

Paula se quedó sin aliento. Iba a besarla de nuevo y no lo detendría. De hecho, tuvo que contenerse para no alzar los brazos y bajar su cabeza hasta sus labios, de tanto como lo deseaba. Pero, para su sorpresa y decepción, Pedro se echó hacia atrás.

—Deja que eche un vistazo a tu tobillo —dijo con voz estrangulada.

Antes de que ella pudiera reaccionar, se arrodilló y le quitó el zapato y el calcetín. Ella se tensó para no reaccionar al sentir sus dedos callosos recorriendo su pie y tobillo, presionando suavemente la zona hinchada.

—Estarás bien. No hay nada roto —dijo él cuando acabó. Sus ojos brillaban como ascuas.

—¿Crees que sólo está dolorido?

—Sí —repuso Pedro. —Y poco. Pero prueba a apoyarte en él.

Ella obedeció y no tuvo ningún problema.

—Duele un poco, pero está bien. Mientras no esté roto, no tendré problemas.

—Tal vez debería ayudarte a llegar al dormitorio, de todas formas —Pedro se irguió.

—Puedo hacerlo sola —Paula desvió la mirada.

—No voy a saltar sobre tí, Paula.

—Ya lo sé —dijo ella con tono seco.

No sabía por qué la había irritado. Tal vez estuviera decepcionada porque no había saltado sobre ella. ¡Sí, así era!

—Sólo quería aclararlo, por si tenías alguna duda.

—Será mejor que te marches —empezó a temblarle la barbilla y giró la cabeza. No podía ponerse sensiblera, porque en realidad no quería que se marchara.

—Tienes razón, debería —aceptó él.

—Espero que no te importe que no te acompañe a la puerta —se obligó a decir ella, sin mirarlo.

Lo oyó moverse pero, de repente, el sofá se hundió a su lado. Giró la cabeza al mismo tiempo que Pedro gemía, la apretaba contra sí y, con ojos oscuros de deseo, clavaba los labios duros y húmedos en los suyos. Perdida en el momento de éxtasis, Paula se abrazó a él, devolviéndole el beso; sabía que la situación podía desconsolarse rápidamente, pero le daba igual.

—No pretendía que ocurriera esto —susurró él entre besos frenéticos, inclinándose sobre ella de modo que sus senos se apretaran contra su musculoso pecho.

—Yo tampoco —admitió ella sin aliento, abrazándose a él como si nunca fuera a dejarlo marchar.

—¿Quieres que pare? —su voz sonó áspera como papel de lija.

—¿Quieres parar?

—Dios, no.

—Entonces no lo hagas —se preguntó cómo podía haber dicho eso a un hombre que no era su marido. Pero la respuesta era fácil; su cuerpo la había traicionado.

Pedro volvió a adherirse a su boca y la tumbó sobre los cojines. Entonces los dos se pusieron un poco salvajes, probando y succionando con tanta pasión dura y húmeda que Paula se sentía como sí su cabeza fuera a explotar. Sabía que si se atrevía a tocar sus senos o algún otro lugar íntimo, tendría un orgasmo. Entonces fue cuando hizo justo eso. Con un gruñido, se echó hacia atrás y, sin dejar de mirar sus ojos, bajó las hombreras de su camisola. Inmediatamente, sus senos se desparramaron ante él.

—Tan bellos, tan preciosos —murmuró, con los ojos muy abiertos.

Paula se sintió impotente ante las oleadas de sensaciones que recorrieron sus cuerpo cuando su lengua bañó primero un pezón y luego el otro. Fue suficiente para conseguir justo lo que ella había temido: un orgasmo. Mientras los espasmos entre sus muslos seguían y seguían, él enterró los labios en su cuello.

—Oh, Paula, cuánto te deseo —musitó.

Agarró su mano la colocó sobre el bulto prominente que ocultaba la cremallera de sus vaqueros. Ese movimiento fue el catalizador que devolvió a Paula a la realidad. Sin previo aviso, apartó la boca de la suya y lo empujó para que se alejara. Pero seguía sin aliento. Sólo podía estar inmóvil, sintiendo aún cómo sus labios y lengua la habían acariciado, robándole la mente y el sentido.

—Paula —murmuró él, rompiendo el silencio. —Yo... —su voz se apagó, como si no tuviera palabras.

Se miraron a los ojos, después él se levantó y fue hacia la chimenea.

—Sí esperas una disculpa, olvídalo —dijo con voz tensa.

—No quiero una disculpa.

—Me alegro —Pedro soltó el aire lentamente.

—Pero no sería nada inteligente convertir esto en un hábito.

—Yo he disfrutado bastante —sus labios se curvaron con una mueca.

—Precisamente por eso —dijo ella con ironía.

—Te entiendo muy bien, pero eso no significa que tenga que gustarme lo que dices.

—A mí tampoco me gusta, pero ambos sabemos... —se detuvo abruptamente.

—Que esto no puede ir a ningún sitio —Pedro acabó la frase por ella.

—Correcto. No tenemos futuro juntos —su voz apenas se oyó.

Aún temblaba por cómo le había afectado, aún ardía por dentro. Si él intentase tocarla de nuevo, estaría perdida. Bajó la cabeza para ocultar sus pensamientos.

—Paula, mírame —pidió él con voz suave.

Sin saber por qué, ella obedeció.

—Te deseo tanto como tú a mí. Probablemente más —afirmó.

Hizo una pausa y bajó la mirada. Ella copió el gesto y su pecho se tensó. El bulto que había tras la cremallera era muy visible.

—¿Qué puedo decir? —él encogió los hombros y sonrió de medio lado. —Tiene voluntad propia.

Paula sintió que su cara se teñía de rubor y desvió la mirada. No debería sentirse avergonzada por sus palabras, pero lo estaba. AI fin y al cabo, había estado años casada. No había sido tímida ni recatada, y seguía sin serlo. Quizá su incomodidad se debiera a que era una conversación muy personal para dos personas que apenas se conocían.

—Sí me marcho, ¿Seguro que estarás bien? —Pedro hizo una pausa y tomó aire. —Por el pie. quiero decir.

—Estaré perfectamente —respondió Paula, con más convicción de la que sentía en realidad.

—Entonces, supongo que me iré.

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