martes, 9 de abril de 2019

Corazón Indomable: Capítulo 30

Después se quedaron en silencio unos minutos, mirando el fuego como hechizados por las llamas. Finalmente, Pedro se inclinó hacia ella, tomó su mano e hizo que se levantara. Ella lo miró con asombro, dejando de pensar en el caso.

—Vamos a bailar —susurró él, atrayéndola hacía sí.

Sonaba una canción de Alabama, If I had you, que Paula había oído varias veces antes. Le gustaba tanto que había pensado en comprar el CD.

—Supongo que antes debería haber preguntado si tu tobillo esta en forma para bailar country.

—El tobillo no es problema.

Pedro empezó a moverse y ella siguió cada uno de sus pasos.

—Hum —murmuró él, haciéndola girar por la sala. —Para ser una chica de ciudad, sabes moverte.

—En realidad, bailar música country no es mi fuerte —jadeó Paula.

La encantaba estar entre sus brazos, sintiendo su cuerpo, sobre todo cuando la hacía girar sobre sí misma. No quería que la soltara. Respiraba rápida y entrecortadamente.

—Yo nunca lo diría —comentó él. —Te deslizas con la suavidad del cristal.

—Sólo lo dices para que me sienta bien.

—Oh, nena —dijo él, mirándola— no lo dudes. Yo te siento tan bien que no querría soltarte nunca.

Esa debería haber sido la señal que indicara que era hora de dejar esa locura y volver a casa de Jimena. Pero Paula bailó varías canciones más. Fue la última, una balada romántica, la que las obligó a bajar el ritmo. Casi sin darse cuenta, estaban cadera contra cadera, pecho contra pecho, y él empezó a besarla. Siguieron moviéndose al ritmo de la música, mientras Pedro exploraba sus labios con la boca.

—Debería irme —dijo Paula con voz muy queda.

—¿Por qué?

—Porque…

—Porque ¿Por qué? —la voz de Pedro sonó rasposa.

«Porque me da miedo el efecto que tienes en mí, lo que me haces sentir, como si me estuviera perdiendo».

—Yo... —empezó, pero él la interrumpió.

—Quédate conmigo. Por favor. Tú me deseas y yo te deseo a tí.

—Es verdad. Sí.

Lo era, y no se sentía avergonzada por ello. Hacía mucho tiempo que no sentía la boca, la lengua y los mimos de un hombre sobre su cuerpo. No tenía duda de que Pedro sería un gran amante. Con él era todo o nada. Eso en sí no era malo. No lo sería sí ella mantenía su corazón alejado y disfrutaba haciendo el amor como una liberación para su mente y su cuerpo. Tal vez no fuera capaz de hacer eso. En ese momento no lo sabía y no le importaba. Al día siguiente podría consumirse de remordimiento, pero no esa noche, cuando ardía de deseo por él. Como si pretendiera acabar con la argumentación que tenía lugar en su cabeza, Pedro tiró de su mano y la colocó sobre su abultada entrepierna. Después puso su mano en los pezones erectos de ella.

—Creo que esto demuestra la atracción que sentimos —dijo Pedro, cuando ella no apartó ninguna de las dos.

Era cierto. Paula ansiaba tanto apagar el ardor hambriento que bullía en su interior que no podía hablar.

—Eres deliciosa —susurró Pedro, inclinándose y bajando la cremallera de la chaqueta del chándal. Al ver que no llevaba sujetador, inhaló con fuerza —Bellísima. Tan perfecta.

Tocó sus senos, primero uno y luego el otro. A Paula le temblaron las rodillas al sentir su asalto, sobre todo cuando bajó la boca y empezó a lamer y succionar. Después, se desvistieron con toda rapidez y se arrodillaron en la gruesa alfombra que había delante de la chimenea, con los labios unidos en un beso tan ardiente como las llamas que calentaban sus cuerpos desnudos. Pedro la tumbó y empezó a lamer su piel, empezando por los senos y siguiendo hacía abajo. Cuando llegó a los muslos se detuvo y la miró interrogante. Perdida en la pasión del momento y en su necesidad de él, Paula no dijo palabra. Él tomó su silencio como asentimiento, agachó la cabeza y utilizó su lengua para llevarla de un orgasmo a otro y a otro.

—«¡No!», gritaba ella en silencio.

No quería sentir esa intimidad emocional con ese hombre. Era una cuestión del corazón e incluso si quisiera, ella no podía entregarle el suyo. Se lo había dado a su esposo años antes, y no podía traicionar ese amor. Sin embargo, no podía detener la lengua de Pedro, ni deseaba hacerlo.

—Por favor —susurró, después de gemir y estremecerse una y otra vez. Clavó los dedos en sus hombros y lo incitó a que se colocara sobre ella.

—Oh, cielo, cielo —gimió él, clavándose en su húmeda suavidad y penetrándola.

Inició un ritmo frenético que no se detuvo hasta que ambos gritaron. Después, ambos saciados, la situó sobre él y se quedaron inmóviles hasta que sus corazones se serenaron. Ella lo había sentido en cada parte de su cuerpo, incluido su corazón. Tenía la sensación de que la mente y el corazón de él estaban en su interior, fundidos con su propia alma. Había sido más que sexo. Justo lo que ella había deseado evitar. Quería regresar a Houston intacta, con su corazón incluido. Dejarlo atrás no era una opción.

—Ha sido increíble. Tú eres increíble —Pedro suspiró con satisfacción y la dejó sobre la cama, de costado.

—Tú también —consiguió decir Paula, a pesar del nudo que sentía en la garganta. Se apartó un poco para mirarlo ele la cabeza a los pies, admirando el pecho musculoso y salpicado de vello, las piernas duras como el acero...— Eres perfecto —afirmó.

—Tú eres increíble. Te deseo otra vez. Ahora.

—¿Ahora?

Él asintió.

 Sin dudarlo, se puso a horcajadas sobre él, hizo una pausa y miró sus ojos nublados de deseo.

—¿Te gusta así?

—Podría convertirme en adicto a esto, ¿Sabes? —dijo él con una voz que sonaba como sí le doliera.

Paula sabía que estaba arriesgando su corazón demasiado por ese hombre. Pero su respuesta fue empezar a moverse lentamente, después más rápido, cabalgando sobre él hasta que ambos alcanzaron el éxtasis. Después con un último grito, se dejó caer sobre él; sus corazones latían al unísono.

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