Paula se rió y movió la cabeza.
—¿Cómo se llevan Pedro y tú? —preguntó Marta.
Paula se quedó tan sorprendida que dio carta blanca a la anciana para seguir hablando.
—Creo que le gustas.
Aunque frustrada e incómoda con el rumbo que tomaba la conversación, Paula no cambió de expresión. La curiosidad le ganó la partida.
—¿Te lo ha dicho él?
—No hacía falta. Lo conozco mejor que él mismo.
Paula se dijo que debía ir con calma. La anciana era más lista que un zorro en un gallinero. Si pretendía sonsacarle información, para ella u otra persona, no sería quien mordiera el anzuelo.
—¿Qué sientes por él? —preguntó Marta con descaro, colocando un plato de pastas calientes ante ellas.
Durante un momento, Paula no pudo responder; tenía demasiadas ganas de agarrar una pasta y comérsela.
—Adelante, come —rió Marta. —Podemos hablar de Pedro después de que disfrutes de mis pastas.
Paula estuvo a punto de barbotar que Pedro era tema prohibido. Pero sabía que sería una pérdida de tiempo y saliva. Esa mujer seguía su propio ritmo, y diría exactamente lo que quisiera, cuando le diera la gana.
—¿Puedes ayudarlo? —preguntó Marta, cuando ambas hubieron consumido una buena ración de pastas.
—Eso espero, desde luego.
—Ese chico ha trabajado tanto y sacrificado tantas cosas para llegar a donde está, que odiaría ver que todo se echa a perder.
—Tengo la esperanza de impedirlo.
—Buena chica —la mujer asintió con la cabeza.
—No creo haber probado nada tan rico como estas pastas—dijo Paula, bebiéndose la última gota de leche.
—Ya te lo había dicho.
—No me extraña que Jimena esté deseando venderlas.
—Eso no ocurrirá, aunque me halaga —dijo Marta. —Además, a Jimena le va muy bien, ¿No?
—A mí me parece que si —Paula encogió los hombros, —Pero ya sabes que soy como pez fuera del agua. Vender café y sopa no es mi fuerte.
—Entonces, ¿Por qué estás aquí?
—Vine para echarle una mano a Jimena.
Por lo visto Pedro sólo había mencionado la muerte de Ariel y Valentina, no el resto de sus problemas. Subió en su estima, pero decidió no darle importancia. Sólo era un hombre al que iba a ayudar. Ni más, ni menos.
—Estuve al borde de tener una crisis nerviosa —admitió Paula.
Aunque acababa de conocer a Marta, sentía que podía hablarle como a una amiga.
—Hiciste bien al venir aquí, jovencita —Marta puso una mano sobre la suya. —El aire campestre y nosotros, la gente del campo, te ayudaremos a sanar.
Las lágrimas afloraron en los ojos de Paula. Parpadeó para librarse de ellas.
—No lo había pensado así, pero puede que tengas razón. Un cambio de ambiente tal vez funcione.
—Algún día me gustaría ver una foto de tu familia.
—Algún día te enseñaré una —Paula metió la mano en el bolso y sacó un pañuelo de papel.
—Me gustas, Paula Chaves—sonrió Marta, —Me gustas mucho.
—Y tú a mí.
—Ven a verme siempre que quieras —ofreció Marta. —Siempre serás bienvenida. Y si no puedes dormir, las tres de la mañana es mi mejor hora del día.
Paula rió y tomó otra pasta, aunque tenía el estómago a punto de reventar. Le daba igual. No sabía cuándo tendría otra oportunidad de visitar a Marta.
—Tengo una bandeja preparada para que te la lleves a casa —dijo Marta, interrumpiendo sus pensamientos.
—¿Y para mí?
Paula se quedó helada. Marta no. Al oír la voz de Pedro, giró en redondo, fue hacia él y le dió un gran abrazo, Paula, boquiabierta, contempló cómo casi desaparecía en su enorme cuerpo.
—Sabes lo que opino de entrar sin avisar —lo regañó Marta, dándole un golpe en el pecho. — No está bien.
—Siempre entro sin llamar.
—Hoy es distinto —Marta se sorbió la nariz —Tengo una invitada muy distinguida.
—Vamos, Marta, dame un respiro —Paula, avergonzada, se puso en píe.
—Vuelve a sentarte, jovencita —ordenó. —No vas a irte a ningún sido.
—Sí que va a hacerlo —apuntó Pedro con calma.
—Oh, no, claro que no.
—De hecho, me voy a casa—dijo Paula, mirando de uno a otro sin saber a cuál de los dos prefería estrangular antes.
—Voy a hacer bistecs —dijo Pedro, con los ojos clavados en los suyos. —Pensé que tal vez querrías venir y así discutiríamos el caso.
—Buena idea —dijo Marta con voz alegre. Miró a Paula, —No te vendría mal algo de carne sobre esos huesos.
Aunque Paula estaba echando humo por dentro, no heriría los sentimientos de Marta por nada del mundo, Pedro, sin embargo, era otro tema.
—Puedo contarte lo que sé por teléfono.
—Entonces, ¿Sabes algo? —preguntó Pedro con avidez.
—He hablado con el abogado de Julián Ross.
—Parece que tienen mucho que contarse —Marta fue hacia Paula y la besó en la mejilla. —Ve con él, cariño. No pasará nada. Tendrá que responder ante mí sí no te trata bien.
—Marta, estás entrometiéndote de nuevo —dijo Pedro con voz amable pero firme.
Paula se sintió atrapada. Por alguna razón que no llegaba a entender, quería irse con Pedro. No soportaba la idea de pasar otra tarde sola. Sin embargo, la idea de pasarla con él, tampoco era impensable.
—No puedo quedarme mucho tiempo —dijo, con voz cortés y forzada.
—Como quieras —Pedro encogió los hombros.
—Fantástico —dijo Marta con una enorme sonrisa. —Vayan a ocuparse de sus negocios. Hablaré con los dos en otro momento.
Paula miró a Pedro, que le guiñó un ojo y le cedió el paso. Ella se recordó que siempre podía marcharse si las cosas no iban a su gusto. Tal vez ése fuera el problema. Con Pedro, las cosas casi nunca iban a su gusto. Temblando por dentro, salió delante de él, consciente de que sus ojos seguían cada uno de sus pasos.
Me encantó marta!! Jajaja
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