Sonó su móvil y puso fin a su tortura. Era Bruno.
—¿Dónde estás?
—Voy hacia casa de Holland —contestó Pedro, —Creía que te lo había dicho.
—No, pero no importa.
—¿Qué ocurre?
—Nada, Ése es el problema. Los trabajadores empiezan a ponerse nerviosos, Pedro. Incluso están hablando de marcharse.
Pedro no se sorprendió, pero notó que le subía la tensión sanguínea y eso lo irritó.
—Por eso voy a ver a Holland, para presionarlo y poder hablar con el supuesto hermano ilegítimo.
—Buena suerte.
—Entretanto, Paula sigue trabajando en la parte legal. Pide a los hombres que aguanten unos días más. Todo se arreglará.
—Mantenme informado.
Bruno concluyó la conversación justo cuando Pedro llegaba al rancho de Holland. Por suerte, Lautaro estaba trabajando en la carretera de entrada. Se apoyó en la pala y esperó a que Pedro fuera hacia él.
—Nada ha cambiado —dijo Lautaro, con voz tensa.
—Quiero hablar con Ross.
—No me parece buena idea. Como familia, hemos decidido que lo correcto es arreglar esto en el juzgado.
—Eso está muy bien para tí y tu familia —dijo Pedro, rebosando sarcasmo, —dado que aceptastes mí dinero y lo invertistes. Yo, por otro lado, no tengo nada.
—Sé que no parece justo que a nosotros nos vaya bien y tú tengas problemas, pero... —Lautaro palideció.
—Déjate de condescendencias, Holland, y actúa como un hombre. Saca a tu hermano de escena. Lo correcto es que mantengas tu parte del trato. Tú aceptaste mí dinero y te considero a tí responsable de todo.
—Lo sé, y me siento responsable.
—Entonces evitemos un juicio. Arreglemos esto entre nosotros.
—Ojalá pudiera.
—Escucha, amigo, estás destrozando mí compañía. Me vas a llevar a la ruina.
—Créeme, lo siento —Holland mantuvo una expresión estoica, —pero no tengo más remedio que seguir con mi plan. Mis hermanos piensan lo mismo.
—Sí quieres saber mi opinión, son una panda de imbéciles por permitir que ese supuesto hermanastro les tome el pelo.
Holland tensó la espalda y lo miró fijamente. Pedro sintió la tentación de tumbarlo de un puñetazo, pero apretó los labios y le devolvió la mirada.
—Oh, no —masculló Lautaro, mirando por encima del hombro de Pedro.
Pedro giró en redondo y vió a un hombre desconocido rodear la casa e ir hacia ellos. Sintió una descarga de adrenalina al comprender quién era el tipo. Parecía que el día tomaba mejor rumbo.
—Vaya, vaya, el viejo Julián en persona.
—No empieces nada, Alfonso —advirtió Lautaro.
—¿O qué?
—O te arrepentirás.
—Ya me arrepiento de haber hecho negocios contigo.
Lautaro abrió la boca, pero la cerró cuando Julián Ross se detuvo a su lado. Como si percibiera la tensión en el aire, el hombre no dijo nada. Miró de Pedro a Lautaro. Ross era alto, pero delgado y pálido; parecía necesitar vitaminas o un buen trozo de carne roja. O las dos cosas. Pedro supuso que sí las cosas se ponían feas, podía derribarlo con una mano atada a la espalda. Esperaba no tener que llegar tan lejos, pero haría lo que fuera necesario para que sus trabajadores reiniciaran la tala de los árboles que había comprado.
—Pedro Alfonso, Julián Ross —farfulló Lautaro.
—No tengo nada que hablar contigo —Julián se tensó visiblemente.
—Pues es una lástima, porque yo tengo mucho que decirte a tí —no alzó la voz, pero sonó dura y fría.
—Tampoco tengo por qué escucharte.
—¿Quién lo dice? —Pedro lo pinchó a propósito, por puro disfrute.
—Mi abogado.
—Escucha, ¿No podemos ser civilizados? De hombre a hombre. ¿Dejar fuera al juzgado?
—Yo estoy a gusto utilizando el juzgado.
Pedro dió un paso hacia delante. Ross retrocedió, con el miedo pintado en la cara.
—Sugiero que arregles esto con tu familia rápido, hoy por ejemplo. Si no lo haces, volveré y te prometo que no te alegrarás de verme —Pedro se dió la vuelta, volvió a la camioneta y se marchó.
Sabía que sus palabras no significaban nada. Desgarrar en dos a ese tipo anémico sólo serviría para que Pedro se sintiera un poco mejor. Si Paula no ganaba el juicio, estaba perdido.
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