martes, 23 de abril de 2019

Corazón Indomable: Capítulo 43

Ella se inclino sobre él, enredando los dedos en el vello de su pecho. En algún momento habían terminado sobre la cama de Paula, aunque ella no recordaba los detalles. Después de la tórrida sesión contra la pared, su mente había entrado en parada. Pero no por mucho tiempo. En cuanto llegaron a la cama, empezaron a hacer el amor de nuevo. Al principio, ella tenía cuidado con su hombro, pero era obvio que la herida no disminuía la pasión de Pedro. Era como si no pudieran tener suficiente el uno del otro.

Paula se preguntó qué le había ocurrido. Era cierto que estaba enamorada de Pedro. Pero también lo había estado de su marido. Con él todo era distinto. Accedía a una parte de ella cuya existencia desconocía: su lado salvaje. Excitante: sí. Alocada: sí. Peligrosa: sí. Permanente: no. Aunque le dolía el corazón al pensarlo, no quería apartarse de su cálido cuerpo, ni dejar de tocarlo. Sus dedos estaban disfrutando recorriendo su pecho y su estómago, Y más abajo.

Gimiendo, Pedro la miró. Ella estaba  apoyada en un codo y sabía que sus ojos ardían de pasión, como los de él. No se molestaron en apagar la luz. Con Ariel no había sido así; siempre hacían el amor en la oscuridad.

—¿En qué estas pensando? —preguntó Grant con su voz grave y brusca.

—En Ariel, mi marido.

—¿Qué pensabas de él? —preguntó Pedro con voz de resignación, tras un corto titubeo.

—Aunque nos queríamos de verdad, no hacíamos el amor de forma salvaje o apasionada. Ahora lo veo claro.

—Gracias por decirme eso. No sabes lo humilde ni lo bien que me hace sentir —hizo una pausa para besarla. —Nunca he hecho el amor a una mujer como te lo he hecho a tí. La chispa, el fuego, lo que quieras llamarlo, no estaba ahí —hizo otra pausa. —Tal vez por eso no me casé nunca.

Las últimas palabras quedaron flotando en el aire, provocando tensión. Paula, entristecida por una razón que se negaba a admitir, sustituyó los dedos con los labios, lamiendo sus pezones hasta ponerlos duros.

—Hum, eso está muy bien —gruñó él.

—Esto debería estar aún mejor —usando la lengua, bajó lamiendo hasta el ombligo, que besó y succionó.

Él gimió y se retorció cuando siguió bajando. Al llegar a su erección, ella hizo una pausa y lo miró, para ver su reacción. Se había erguido, apoyándose sobre los codos y le devolvía la mirada, con los ojos nublados.

—Es... es tu decisión —dijo con voz ronca.

Ella colocó los labios en la punta y chupó. Y siguió chupando.

—Oh, Pau —gritó él, —sí, sí.

Se subió sobre él y se hundió en su duro miembro. Poco después los gemidos y gritos de ambos resonaron en la habitación. Cuando Paula por fin se tumbó a su lado, exhausta pero satisfecha, y más feliz de lo que había soñado nunca, se preguntó cómo iba a poder dejarlo.




—Paula, soy Martín.

—Me alegra oír tu voz —a ella se le aceleró el pulso.

—Lo mismo digo. Dicho eso, iré directo al grano.

—¿Por qué no? —contestó ella. Ocurría algo. Lo notaba en el tono de su voz.

—¿Recuerdas que te dije que había un par de casos para tí?

—Desde luego.

—Bueno, pues vamos a empezar con ellos y queremos que estés en las sesiones desde el principio; eso significa que te necesitamos aquí cuanto antes.

—Oh, Martín, nada me gustaría más que decirte que podía salir ahora, pero no puedo. Aunque espero el regreso de mi prima cualquier día de éstos.

—Lo retrasaremos cuanto podamos —soltó un profundo suspiro. —¿Cómo va tu caso?

—Debería resolverse pronto.

—Bien. Así no impedirá que regreses a Houston cuando vuelva tu prima—hizo una pausa más larga. —¿Recuerdas que hablamos de hacerte socia?

—Claro —¿cómo iba a olvidar eso?

—Bueno, pues sí ganas estos casos, estarás dentro.

—No sé qué decir, excepto gracias —el corazón de Paula estaba desbocado.

—Con eso basta —Martín rió. —Mantenme informado.

—Lo haré, y gracias otra vez por llamar.

—¡Sí! —gritó Paula alborozada, después de colgar.

Había hecho de su profesión su vida, y por fin empezaba a ver resultados. De pronto, igual que había brotado, su entusiasmo se apagó. Se dejó caer en una silla, con las piernas como gelatina. Pedro. Lo dejaría, no lo vería más ni intercambiaría insultos con él. Ya no le haría el amor. Eso no podía ser, cuando ella lo quería. Pero tampoco tenía opción. Él nunca había dicho que la quisiera e, incluso si lo hacía, un futuro para ellos era un imposible. Pedro quería una cosa y ella otra. Y lo que quería uno tenía tan poco que ver con lo que quería el otro como la riqueza de la reina de Inglaterra y la de un artista muerto de hambre. Pensar en Pedro hacía que ella lo añorase. No había pasado por la cafetería en todo el día, ni la había llamado. Había estado tan ocupada que no había tenido tiempo de pensarlo, pero se acercaba la hora del cierre y la tarde se avecinaba solitaria para ella. Quería verlo. Cada vez que estaban juntos se enamoraba más. La idea de dejarlo la apabullaba; la de quedarse, también.

—¡Yuju, chica!

No hay comentarios:

Publicar un comentario