—Gracias —dijo Paula con alivio, aunque sabía que eso sería añadir otro clavo a su ataúd emocional.
Dejó a Bruno atrás y siguió al médico.
—Ya era hora de que me dejasen salir de aquí.
—Sólo has tenido que quedarte una noche —dijo Paula, con voz templada, intentando calmar a Pedro.
—Una noche ha sido una noche de más.
Paula quería decirle que dejase de protestar, pero sabía que el efecto del calmante debía de haberse pasado y estaba incómodo. Eso pondría de mal humor a cualquiera, sobre todo a alguien poco acostumbrado al dolor. Cuando estuvieron dentro del coche, Pedro la miró.
—Bruno me ha dicho que el disparo podría no haber sido accidental.
—Es cierto —Paula le contó la conversación con el sheriff.
—En mi opinión, eso es una locura.
—Fabián no parecía tan seguro.
—Los cazadores, legales e ilegales, siempre han sido un problema para los forestales —dijo Pedro.
—¿Entonces crees que fue un cazador?
—O un niño jugando con la escopeta de su padre.
—Eso dijo Bruno.
Ambos se quedaron callados un momento.
—¿Estas pensando lo mismo que yo? —preguntó Pedro con voz seria.
—¿Qué Julián Ross podría ser el culpable?
—Sí —dijo Pedro con expresión adusta. —Si fue algo deliberado, es la única persona que podría beneficiarse con mí muerte.
—Pero si lo piensas con racionalidad, es ridículo —afirmó Paula, —Primero, ¿Qué iba a ganar? Y, segundo, ¿Cómo iba a pretender salir bien librado? Estoy segura de que es el sospechoso número uno.
—Sí no fue un accidente, se las verá conmigo —un brillo acerado destelló en los ojos de Pedro.
—Tendrás que ser paciente. Deja que la ley haga su trabajo.
—Y no meterme por medio —la voz de Pedro sonó fría como el hielo. —¿Es eso lo que dices?
—Por supuesto, pero tú ya lo sabes.
—No estés tan segura —Pedro hizo una pausa y cambió de tema. —Me dicen que voy a ir a tu casa, contigo.
Paula puso la mano en la palanca de cambios al ver el destello de deseo de sus ojos. Tragó saliva.
—Dejemos dos cosas claras: no es mi casa y tú vas a ir derecho a la habitación de invitados.
—Oh, diantre.
Ella le lanzó una mirada fulminante antes de arrancar.
—Que mi brazo esté fuera de servicio no implica que lo demás no funcione.
—Hablando de tu brazo, ¿Cómo está?
—Lo creas o no, bastante bien. De hecho, incluso puedo subirlo y bajarlo sin demasiado dolor.
—Pero aún no puedes controlarlo del todo —afirmó Paula. —Me da miedo que un mal movimiento haga que salten los puntos. Entonces sí tendrías problemas.
—Creo que exageras, pero vale —Pedro hizo un mohín. Sólo te estoy pinchando. Prometo ser buen chico —la miró con ojos como brasas. —Pero no cuánto tiempo.
Decidiendo que era mejor no contestar a eso, Paula se incorporó a la carretera.
—Tengo que pasar por la cafetería a echar un vistazo.
—Tómate tu tiempo. No me iré a ningún sitio.
—Por cierto, ¿Has oído algo del sheriff?
—No. Pero si no lo hago pronto, iré a molestarlo.
Paula estuvo quince minutos en la cafetería y después fueron a casa de Jimena. Pedro y ella iban a entrar, cuando otro coche paró detrás de ellos. Se dió la vuelta y se quedó boquiabierta. «¿Martín Billingsly? ¿Qué cuernos hace él aquí?».
—¿Quién es ese? —preguntó Pedro con cierta irritación, como sí supiera que algo no iba bien.
—Es... mi jefe.
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