—El sabor del día será el básico —anunció la excéntrica mujer cuando Paula entró en la pequeña y abarrotada cocina. —Quiero que pruebes el sabor verdadero antes. Después pondré glaseado en algunas —Marta señaló la mesa con la cabeza. —Pon lo que hay en la silla en el suelo y siéntate.
Paula sonrió e hizo lo que le indicaba, pero colocó las cosas en el montón que había en la silla de enfrente. Marta se volvió hacía ella y se apoyó en el armario que estaba junto al fregadero. Llevaba un delantal y un pañuelo atado alrededor de la cabeza. Una mancha de harina casi cubría una de sus mejillas. Paula pensó que su nueva amiga era todo un espectáculo. Ninguno de sus colegas de empresa la creería si les hablara de esa excéntrica anciana, así que no se molestaría en hacerlo. Incluso sí la creyeran, podrían despreciar a Marta. Se removió en el asiento; posiblemente ella también lo habría hecho en otros tiempos.
—¿Qué quieres beber? —preguntó Marta. —¿Té, café, leche, mezcla de nata y leche?
—¿Mezcla de nata y leche? —Paula la miró asombrada. —¿La gente bebe eso con tus galletas?
—Claro, querida. Pero dejemos algo claro. Lo que vas a probar no son galletas. Son pastas de té auténticas. Sólo yo tengo la receta.
—¿Compartirás la receta alguna vez?
—No lo sé aún —replicó Marta tras pensarlo. —Aún no he decidido quién se la merece, aunque Jimena me ha suplicado que le deje hacerlas y venderlas.
—Pero eso no lo harás —Paula soltó una risita.
—Diablos no, la gente ya no vendría a mi casa. Irían a Sip'n Snack —Marta se acercó un poco y bajó la voz, como si alguien pudiera escucharla. —En cierto modo es mi competencia.
—Ah, ya entiendo —rió Paula, —Te gusta la compañía.
—Me encanta la compañía. Llena mis días solitarios.
—Creo que eres todo un personaje, Marta Peavy.
Marta sonrió y miró a Paula tan fijamente que ella estuvo a punto de retorcerse en el asiento.
—La mayoría de la gente te considera un poco creída, ¿Sabes?
«Vaya, fantástico», pensó Paula.
—Siento que opinen eso —dijo.
La inesperada frase la había desconcertado, pero en realidad no la sorprendía. En su defensa, podía decir que se sentía como si la hubieran abandonado en otro planeta y esperasen que encajara a la perfección. La vida no era así.
—Pero se equivocan. Eres muy agradable —Marta interrumpió sus pensamientos. —Y muy guapa, además.
—Gracias —Paula notó que se sonrojaba, aunque sin saber por qué. Había algo en ese pueblo, en esa gente, que la desconcertaba e intrigaba al mismo tiempo. En especial esa alma bondadosa y excéntrica.
—Sé que Pedro también opina que eres bonita.
—¿Conoces a Pedro? —se dijo que era una pregunta estúpida. Todo el mundo conocía a todo el mundo en ese pueblo, incluso sus asuntos personales.
—Cuando sale para el bosque, éste es el primer lugar al que viene. Puede tragarse una docena de mis pastas de una sentada.
—No lo dudo.
Marta estrechó los ojos.
—Creo que estás intentando ayudarlo a volver al trabajo; que eres abogada de uno de esos bufetes elegantes.
—No estoy segura de que mi empresa sea elegante, pero sí estoy intentando ayudarlo.
—Me alegro. Es mi persona favorita de este mundo.
La afirmación sorprendió a Paula. El rudo Pedro y la enjoyada Marta eran amigos.
—¿Es familia tuya?
—No, pero lo quiero como si lo fuera. Toda mi familia ha muerto. Incluso cuando estaban vivos, la mayoría no merecían la pena.
—Poca gente admitiría algo así —rió Paula.
—Entiendo que has perdido a tu familia —dijo Marta, con rostro serio.
En otro tiempo, a Paula la habría ofendido que hablaran de sus asuntos por el pueblo. Pero ya no parecía importarle. Por lo visto había cambiado mucho desde su llegada a Lane.
—Perdí a un esposo fantástico y a una hija adorable.
—Lo siento mucho. Te merecías algo mejor.
—Gracias. Pero la vida a veces te da una patada en los dientes —susurró Paula, mordiendo una pasta. —Oh, cielos, está deliciosa.
—No has dicho qué querías beber, así que he elegido yo —le sirvió una taza de mezcla de nata y leche y guiñó un ojo. —No te arrepentirás.
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