El aire libre era la salvación de Pedro, Siempre lo había sido y siempre lo sería. Ir de marcha por el bosque tenía una forma milagrosa de aclarar su cabeza y su alma. Ese día no era una excepción. Le costaba creer que su maquinaria y sus hombres siguieran parados. Aunque sólo habían pasado unos días desde el cierre, le parecían una eternidad. No estaba deprimido o nervioso. Estaba colérico. Las cosas habían pasado de buenas a malas en muy poco tiempo. Y no sólo en cuanto al trabajo. Paula. No sabía qué hacer respecto a ella. Había entrado en su corazón por la puerta trasera y se había instalado allí. No la amaba. No había llegado a eso ni por asomo. Pero sin duda le importaba y anhelaba volver a hacer el amor con ella. Era ardiente y deseosa, una rara combinación en una mujer. Pero pronto se iría. Aunque la idea le resultaba insoportable, no tenía solución para el problema. Incluso si lo deseara, un romance a larga distancia nunca funcionaba. Sabía que cuando se fuera, las cosas acabarían entre ellos. Regresaría a su trabajo en la gran ciudad y él se quedaría con el suyo en los bosques. Chica de ciudad y chico de campo no eran factores compatibles. Además, él no estaba interesado en una relación. Llevaba mucho tiempo solo y le gustaba su vida tal y como era. No veía la necesidad de un cambio permanente, aunque era muy agradable tener a una mujer bella en sucama.
Grant frunció el ceño y se recordó que había cosas peores que la abstinencia; por ejemplo, cargar con una esposa que era tan distinta de él como el día y la noche. Cabía la posibilidad de que hubiera llegado al punto de su vida en el que era capaz de enamorarse de una mujer. Esperaba que no fuese así. Además, había montones de mujeres dispuestas a calentar su cama. El problema era que no le importaban lo suficiente para invitarlas a ella. Entonces Paula Chaves había aparecido en su vida. Nadie habría podido adivinar que se quedaría embobado con ella.
—Maldición —masculló Pedro, continuando su paseo por el bosque.
Cerca de la zona de tala, se acercó a un gran árbol que estaba marcado para cortarlo. De repente, deseó hacer eso mismo. La idea de poner en marcha el equipo era estimulante, Pero igual que había surgido, el deseo se apagó. Sí lo pillaban terminaría en la cárcel, algo que no podía permitirse. Siguió apoyado en el árbol, sin moverse. Entonces fue cuando lo oyó. Gritó cuando algo atravesó los matorrales en dirección opuesta. Aguzó los oídos y escrutó los alrededores, sin ver nada. El bosque recobró el silencio. Entonces sintió un terrible dolor en el hombro. Giró la cabeza y vió, horrorizado, cómo la sangre empapaba su camisa. El estómago le dió un vuelco y cayó de rodillas. Le habían disparado.
Ay!!! No lo podés dejar ahí!!
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