martes, 2 de abril de 2019

Corazón Indomable: Capítulo 22

No dijeron nada más hasta que Pedro entró en una carretera que llevaba a una zona despejada, con montones de troncos. Había varias piezas de maquinaria muy grandes. Paula nunca había visto una zona de tala y se dejó llevar por la curiosidad.

—Parece que ya está talada toda la madera.

—Apenas hemos empezado. Lo que estás viendo es una explanada de almacenaje. En cada emplazamiento despejamos una zona en la que apilamos la madera y guardamos el equipo.

Pedro bajó del vehículo y ella lo siguió.

—Pensé que no querías bajar —La miró con los párpados entrecerrados.

—He cambiado de opinión.

—Como quieras, pero ten cuidado.

—¿Hay serpientes por aquí?

—Hace demasiado frío para que estén de paseo —le sonrió con un indulgencia y a ella se le derritió el corazón. —Los agujeros en el suelo serán tu peor enemigo, así que anda con cuidado.

—Me quedaré cerca de tí.

—No veo la deslizadora de troncos —Pedro miró a su alrededor. —Tengo que echarle una ojeada.

—No sin mí, desde luego —dijo Paula mirando las sombras entre los árboles y estremeciéndose.

—De acuerdo, ven, pero ten cuidado.

—¿Qué son esas marcas en los árboles? —preguntó, caminando tan cerca de él como podía, pero sin tocarlo.

—Ésos son los árboles que hay que talar.

—Ahora entiendo. Quedan montones.

—También entenderás por qué el tiempo es crítico. Si no talamos, nadie gana dinero. Ni yo, ni los trabajadores, ni el banco.

—¡Ay! —gritó Paula, notando que su pie derecho se hundía en el suelo y se torcía.

Pedro la agarró antes de que cayera de rodillas. Después se acuclilló para mirar su tobillo.

—¿Te lo has torcido? —preguntó con preocupación.

—No creo —contestó Paula, poniendo peso en el pie, pero apoyándose en su hombro. El incidente la había asustado. Lo que menos necesitaba era un tobillo roto o dislocado.

—Ya veo la deslizadora —dio Pedro con voz áspera. —Ven, voy a llevarte de vuelta a la camioneta.

Veinte minutos después, Pedro estacionó ante la casa de Jimena. Ninguno de los dos había hablado mucho por el camino. Paula habría querido hacerle más preguntas sobre su trabajo, pero como no parecía estar hablador, se mantuvo en silencio. Además, tenía el tobillo dolorido y eso la ponía furiosa consigo misma. Sí se hubiera quedado en el vehículo, no habría ocurrido nada. En realidad, no había sido nada serio. Después de un baño caliente con sales, se sentiría mucho mejor,

—Espera, te ayudaré a bajar —dijo Pedro, después de apagar el motor.

—Estoy bien. Puedo andar sola.

Él encogió los hombros pero fue a abrirle la puerta de todas formas. E hizo bien, porque cuando se puso en pie y dejó el peso en el pie, puso una mueca de dolor. Él agarró su brazo de inmediato.

—Gracias, pero estoy segura de que está bien. Supongo que soy un poco paranoica.

—Eso es bueno —masculló Pedro. Antes de que se diera cuenta de lo que ocurría, la había alzado en brazos y llevado a la casa— Estoy seguro de que el tobillo se pondrá bien. ¿Qué me dices del resto de tí? ¿Adónde te llevo? —preguntó, deteniéndose en medio de la sala. —¿Sofá o dormitorio?

Ella no se atrevió a mirarlo por miedo a que leyera en sus ojos. Todos los nervios de su cuerpo estaban en alerta, sintiendo el contacto de sus brazos.

—¿Qué te parece el sofá? —preguntó él, al ver que ella no contestaba.

 Su voz sonó grave y ronca, difícil de oír. Paula tenía la garganta tan cerrada que se limitó a asentir. Él la colocó sobre los cojines. Entonces pareció quedarse helado. No apartó las manos ni el rostro, que estaba a centímetros del suyo.

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