—No entiendo por qué no vas a posar para esa revista, Pedro.
Pedro, que estaba moviendo un fardo de paja al corral de las parideras, no se molestó en mirar a su hermana pequeña, Luciana, que siempre se entrometía en cualquier cosa que afectara a alguno de sus cinco hermanos.
—Pedro, no pienso moverme hasta que me digas algo.
Pedro sonrió porque sabía que si le ordenaba que se fuera, lo haría. Aunque ocasionalmente demostraba su carácter retador, sabía a qué atenerse cuando él le marcaba los límites, a pesar de que durante unos años ella y su primo Diego se habían empeñado en ponerle a prueba, como si creyeran que meterse en líos formaba parte de la esencia de la vida.
Desde entonces y tras terminar sus estudios de secundaria, Luciana había empezado una carrera universitaria, y Diego había sorprendido a todo el mundo al tomar la decisión, hacía un mes, de entrar en el ejército. De hecho, la vida de los Alfonso llevaba tiempo dominada por una total calma; tanto, que el propio Pedro, aunque no lo hubiera admitido jamás, la encontraba un tanto aburrida.
—No tengo nada que decir —decidió responder—. Simplemente, he rechazado la oferta.
—¿Eso es todo?
—Eso es todo —Pedro supuso que Luciana le estaría dirigiendo una mirada incendiaria.
—¿Por qué? ¿No has pensado en la publicidad?
Pedro decidió mirarla con una expresión que habría hecho retroceder a cualquiera menos a su hermana de veintiún años. De sus tres hermanas, Sonia, de veinticinco años y Carolina, de veintitrés, Luciana era la más testaruda.
—No quiero publicidad, Luciana. Ya tuvimos bastante con la que Diego, tú y los gemelos nos proporcionaron.
Lucina ni se inmutó.
—Eso fue en el pasado. Estamos hablando del presente, y la publicidad no nos iría mal.
Pedro estuvo a punto de reír.
—¿Quién la necesita?
Tenía demasiado trabajo como para perder el tiempo charlando de naderías. Norma, que había cocinado para él y para sus hombres los últimos dos años, había tenido que ausentarse el día anterior al recibir la noticia de que su única hermana, que vivía en Kansas, había sido operada de apendicitis de urgencia. Pasarían al menos dos semanas antes de que volviera, así que en plena época de esquila y con más de veinte hombres a los que alimentar, Pedro necesitaba una cocinera desesperadamente. El día anterior había llamado a la agencia de empleo, le habían dicho que tenían a la persona perfecta y que se presentaría a la mañana siguiente.
—Sería buena publicidad para tí y para el rancho, para que todo el mundo sepa el gran ganadero que eres.
Pedro sacudió la cabeza. Nunca le había interesado tener una proyección pública. Se sentía muy unido a su familia, pero respecto al mundo exterior prefería permanecer aislado. Todos los que le conocían sabían que era muy celoso de su vida privada. También Luciana, y por eso no comprendía por qué se molestaba en insistir.
—El rancho no necesita ese tipo de publicidad. Me han pedido que pose para una revista de chicas —Pedro nunca había leído Irresistible, pero podía imaginarse el tipo de artículos que incluía.
—Debías sentirte halagado, Pedro.
Pedro puso los ojos en blanco.
—Como quieras —miró el reloj por dos motivos: era lunes y Luciana tenía clase en la universidad, y su nueva cocinera llegaba diez minutos tarde.
—Me gustaría que te lo pensaras.
—No —dijo Pedro con firmeza—. ¿No deberías estar en clase? —salió del establo y fue hacia la casa que había terminado de construir el año anterior.
Luciana lo siguió pisándole los talones y Pedro recordó cómo, cuando tenía siete años, acostumbraba a hacer lo mismo. Acababan de perder a sus padres y a sus tíos en un accidente de avión y Luciana no soportaba perderlo de vista. Aquel recuerdo le hizo esbozar una sonrisa.
—Sí, tengo clase, pero antes quería hablar contigo —dijo Luciana a su espalda.
Pedro se volvió con las manos en los bolsillos.
—Vale, lo has intentado y has fracasado. Adiós, Lu.
La vió poner los brazos en jarras y alzar la barbilla. Pedro conocía bien la cabezonería Alfonso, pero como era lógico, sabía cómo lidiar con ella.
—Creo que te equivocas. Yo estoy suscrita a esa revista y te sorprenderías — explicó—. No es una revista de chicas, sino que incluye buenos artículos, algunos sobre salud. Una vez al año, eligen a un hombre para la portada, el hombre que representa la fantasía amorosa de toda mujer.
¿La fantasía amorosa de toda mujer? La idea hizo reír a Pedro, que no se consideraba más que un rudo ganadero de Colorado, tan ocupado que ni siquiera recordaba la última vez que había intimado con una mujer. Su vida consistía en trabajar desde el amanecer hasta el anochecer los siete días de la semana.
—Si me equivoco, será culpa mía, enana, pero sobreviviré a mi error, y tú también. Ahora, lárgate.
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