Estamos a punto de cerrar, pero si quiere algo se lo serviré.
—He venido a verte a tí, cariño.
Paula gimió para sí. Lo último que necesitaba era un cliente de última hora, sobre todo uno que fuera a verla a ella. La mayoría de la gente del pueblo ni siquiera la conocía, aunque eso iba cambiando. Aparte de Pedro, había empezado a hacer amigos entre la clientela. Sin embargo, no recordaba haber visto antes a esa viejecita. No la habría olvidado. Era una mujer diminuta e inusual, sobre todo para Lane. Debía de tener ochenta y muchos años, pero era obvio que hacía todo lo posible para disimularlo; desde rellenarse las arrugas con maquillaje a llevar pendientes de aro casi más grandes que su rostro. Tampoco se podía ignorar su ropa. Llevaba pantalones, blusa y chaqueta bordadas con lentejuelas. Brillaba tanto que Paula habría necesitado gafas de sol para apagar el destello. Todo un personaje.
—¿Has acabado de mirarme? —preguntó la mujer sin ningún rencor.
Paula se avergonzó y supo que se notaba. Pero la mujer sacudió una mano de dedos largos y delgados, y uñas pintadas.
—No te preocupes, cariño —rió. —Todo el mundo se queda boquiabierto al verme; los desconocidos, claro. Por aquí todo el mundo sabe que estoy loca pero que soy inofensiva.
Paula sabía que probablemente fuera inofensiva, pero no creía ni por un momento que estuviera loca.
—Por cierto, soy Marta Peavy—extendió una mano y apretó la de Paula— La gente de por aquí me llama doña Marta. Pero contesto a casi cualquier nombre.
—Bueno, doña Marta —Paula se rió, —tengo que decirle que es mi tipo de dama. La felicito por seguirse preocupando de la moda a su edad.
—Escucha, cariño, uno nunca es demasiado viejo para cuidar su aspecto. Recuérdalo, ¿Quieres?
—Mi abuela solía decirme eso mismo.
—Estás a punto de cerrar, ¿Verdad? —preguntó Marta.
—Así es.
—¿Tienes algún plan?
—No —contestó Paula después de pensar un momento. —Volver a casa de Jimena, supongo.
—Ven a casa conmigo.
Paula parpadeó asombrada.
—¿No has oído que soy famosa por mis pastas de té caseras?
—La verdad es que no.
—Estoy un poco decepcionada con mis amigos —Marta frunció el ceño un instante, y después sonrió. —Las sorpresas también son buenas. Vas a darte todo un gusto y ni siquiera lo sabías — inclinó una cabeza en la que escaseaba el pelo.
A Paula la sorprendió que no llevara peluca para ocultar el defecto, dada su preocupación por su imagen.
—El médico me dijo que no podía ponerme la peluca durante un tiempo —Marta se dió un golpecito en la coronilla, como si hubiera leído la mente de Paula— He tenido un problema en el cuero cabelludo —sacudió la cabeza. —Ya sabes cómo son los médicos; si no haces lo que dicen, se niegan a verte de nuevo.
Paula ocultó una sonrisa; nunca le había ocurrido eso, pero tampoco vivía en un pueblo diminuto, donde la gente era muy distinta a la de la ciudad.
—Entonces, ¿Vas a venir? —preguntó Marta.
—Claro. ¿Te importaría que fuera antes a casa de Jimena y me pusiera cómoda? También tengo que hacer una llamada telefónica.
—Tómate tu tiempo, cariño. Así podré preparar una bandeja de pastas frescas y meterla al horno.
—Mmm, suena muy bien,
—Cariño, cuando pruebes una, creerás haber muerto y estar en el cielo.
Paula soltó una carcajada que le sentó de maravilla. Pensó que tal vez su médico había acertado al obligarla a dejar la empresa un tiempo. En Houston casi nunca reía con espontaneidad.
—Te veré en un rato —Marta le dió instrucciones para llegar a su casa y fue hacia la puerta.
Poco después, Paula se cambió de zapatos y de ropa. Por puro placer, se quitó la ropa interior; su chándal era grueso y no revelaba su desnudez. La alegre Marta ya le había hecho un favor, dándole el coraje de ser ella misma y hacer algo atrevido, sin preocuparse de lo que pensaría la gente.
Quince minutos después entró en la modesta casa de Marta, tras oír a la anciana gritar que estaba abierto. Un delicioso aroma hizo que Paula se detuviera e inspirase profundamente. No había olido nada tan bueno desde la muerte de su abuela. Su especialidad había sido una tarta hecha con coco, huevos y mantequilla que se derretía en la boca.
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