martes, 30 de abril de 2019

Eres Irresistible: Capítulo 3

Paula pensó en marcharse y volver en otra ocasión, pero no pudo evitar preguntarse qué le habría pasado a la cocinera, y si habría oído bien que tenía que preparar comida para veinte hombres. Se frotó el rostro con las manos. Tenía que haber alguien que pudiera darle su móvil para llamarlo y explicarle su error. Se volvió hacia la casa, que Pedro había dejado abierta, y decidió entrar para llamar a Sofía. Al subir las escaleras del porche dedujo, por el vivo color de la pintura, que debía tratarse de una casa relativamente nueva. Había numerosas ventanas desde las que se divisaba una vista de las montañas, y que aprovechaban la luz al máximo. El porche bordeaba todo el edificio y en él había un balancín, que resultaba tentador incluso en aquella heladora mañana de marzo. Entró y cerró la puerta tras de sí. Daba directamente a una gran sala de cuyo centro arrancaba una escalera de caracol. Apenas había mobiliario, pero las piezas que la ocupaban eran de aspecto sólido y confortable. Varios cuadros de estilo clásico colgaban de las paredes. El suelo era de madera, con algunas alfombras marcando distintos espacios. Estaba a punto de ir a lo que suponía que era la cocina cuando sonó el teléfono y, sin pensárselo, respondió.

—Hola.

—Soy María Dodson, de la agencia de colocación. ¿Puedo hablar con el señor Alfonso?

—No está en este momento.

—Por favor, dígale que ha habido un error y que la cocinera interna que iba a su casa esta mañana ha sido enviada a otro lugar.

Paula tamborileó sus inmaculadas uñas en un cuadernillo.

—No se preocupe; se lo diré.

—Sé que su cocinera habitual ha tenido que irse por una emergencia y siento terriblemente dejarlo en la estacada con tantos hombres para alimentar —dijo la mujer, compungida.

—Estoy segura de que lo entenderá —dijo Paula por decir—. De hecho, creo que ha encontrado una solución —añadió.

Justo cuando colgaba se le ocurrió una idea. Aunque su padre la había mimado hasta lo indecible, nunca había olvidado sus orígenes y creía firmemente en el deber de ayudar a los menos privilegiados. Por ese motivo, ella había pasado los veranos trabajando como voluntaria en albergues para personas sin techo, cocinando para grandes cantidades de gente. Mamá Luisa, que había cocinado en albergues durante años, le había enseñado todo lo que necesitaba saber, y después de tantos años, Paula supo que aquel aprendizaje no había sido en vano.  Se acarició la barbilla. Quizá si ayudaba a Pedro Alfonso a salir aquel día del aprieto en el que se encontraba él no tendría más remedio que devolverle el favor. Sobre todo si conseguía que se sintiera verdaderamente en deuda con ella. Sonrió felinamente, y tras mirar el reloj, se quitó la chaqueta y se remangó la camisa. Un buen favor merecía ser compensado, y esperaba que Pedro estuviera de acuerdo con esa filosofía.

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