—¿Qué te ha parecido el bistec?
Paula sonrió y se estiró hasta que percibió los ojos encendidos de Pedro recorriendo su cuerpo de arriba abajo. Aunque no había bebido nada, se sentía mareada, como si hubiera tomado un vaso de vino fuerte. Esa sensación era una de las razones por las que no debería haber aceptado la invitación. Pero no había tenido otra opción. Marta y Pedro se habían conchabado contra ella. Si la hubiera rechazado rotundamente, Marta habría leído en su negativa más de lo que había. ¡Era un callejón sin salida! Había querido cenar con él. En cuanto había oído su voz, todos los nervios de su cuerpo se habían despertado. Seguían así, aunque él no había intentado tocarla ni una sola vez. Mientras hacía los bistecs y las mazorcas a la parrilla y mezclaba la ensalada, se había comportado como un perfecto caballero y anfitrión. Pero cada vez que se acercaba, ella reaccionaba instintivamente. Sus nervios se tensaban aún más. Sabía que a él le ocurría lo mismo porque, por el rabillo del ojo, lo había visto mirarla con ardor cuando pensaba que ella no lo observaba.
Después de cenar y recoger la cocina, se habían sentado en la rústica sala. El fuego estaba encendido y un romántico CD de Alan Jackson sonaba en el estéreo. «El lugar y la noche perfectos para hacer el amor», horrorizada, Kelly puso freno a sus pensamientos. Si no volvía pronto a Houston, iba a meterse en problemas.
—¿No hablas?
Paula lo miró y vió el humor que ion daba las esquinas de su boca y sus ojos. También lo notó en su voz.
—Opinas que todos los abogados hablan demasiado, ¿Verdad?
—Sí. Excepto la que está en el sofá, a mí lado.
—Supongo que mi mente estaba vagabundeando. Pero en respuesta a tu pregunta, el bistec estaba delicioso, igual que todo lo demás.
—Me alegro. Quería que disfrutaras.
—Pues has conseguido tu objetivo.
Charlaban, intentando ignorar la tensión sexual que se cerraba alrededor de ellos.
—Tenemos que hablar —dijo ella finalmente.
—Sí, así es —suspiró Grant, como si lo desilusionara romper el hechizo erótico.
—Hoy hablé con el abogado de Ross, Adrián Mangunm.
—¿Y? —Pedro se irguió en el asiento.
—Le dije que era una visita de cortesía para pedirle que convenciera a su cliente de hacerse una prueba de ADN.
—Fantástico —Pedro dió una palmada. —Eso sí que resolvería la cuestión de una manera u otra.
—También le dije que si Ross se negaba, requeriría al tribunal que lo obligasen a hacérsela para demostrar si es o no un heredero legal. Mangunm dijo que hablaría con su cliente, pero que dudaba que aceptase.
—¿Por qué no insiste Mangunm en que se la haga? —el rostro de Pedro se oscureció.
—No le conviene especialmente —admitió Paula. —Cuanto más se alargue el proceso, más ganará Mangunm.
—¿Ése es el objetivo de todos los abogados? ¿Ganar dinero? —Pedro maldijo. Inmediatamente, como si acabara de darse cuenta de lo dicho, y a quién, volvió a maldecir. —Disculpa, no pretendía decir eso.
—Sí lo pretendías, pero no importa. Tienes razón. Algunos abogados sólo piensan en el dinero. Yo también, pero procuro hacer lo correcto y lo justo.
—Esa empresa tuya tiene suerte de contar contigo —Pedro le sonrió.
—Espero que lo sepan.
Ella se limitó a asentir, sintiendo que las lágrimas oprimían sus párpados. Por momentos, ese hombre pasaba de ser un maderero rudo y sin clase, a un hombre de palabras suaves y clase a raudales. Quizá eso fuera lo que la atraía de él: era un enigma.
—Sí Ross no miente, ¿Por qué iba a resistirse?
—Hacerse una prueba de ADN asusta a la gente, gracias a las historias de horror que se publican sobre el mal uso y abuso de ese tipo de datos.
—Sí se niega, tal y como sospecha Mangunm, ¿Cuánto tardará en celebrarse la vista del caso?
—Depende de cómo vaya la primera audiencia.
—Diablos. Todo el sistema legal se mueve demasiado despacio para mi gusto. El banco podría reclamar mi pagaré antes de que entre a una sala de juicios.
—Puede que no. Recuerda que la primera audiencia es la semana que viene —Paula imprimió a su voz un tono de ligereza. —Y, quién sabe, tal vez Ross acceda a realizarse la prueba de ADN.
—Lo dudo; se dará el gusto de fastidiarme y disfrutará si consigue cerrar mí negocio.
—¿Has hablado con él?
—Sí.
—Eso no ha sido nada inteligente.
—Ha sido una de esas curiosidades del destino —Pedro se frotó la barbilla y le contó cómo se había encontrado con Julián Ross en casa de Lautaro Holland.
—Siempre que no lo atacaras, no tiene importancia.
—No tienes ni idea de cuánto me costó no darle un puñetazo.
—Oh, creo que sí —los labios de Paula se curvaron con una sonrisa.
Pedro hizo una mueca avergonzada y se puso serio.
—Como te he dicho, no te machaques—aconsejó Paula con tono animado. —Quizá tengamos suerte y Winston obligue a Ross a hacerse la prueba.
—¿Eso piensas?
—Es una posibilidad. La mayoría de los jueces se disgustan cuando les hacen perder el tiempo, y si una simple muestra del interior de la boca puede sentenciar un caso, no dudan en ordenar que se realice.
—De nuevo, se trata de llegar a los tribunales —la voz de Pedro sonó disgustada— Entretanto, estoy parado.
—Estoy segura de que tu amigo del banco no permitirá que ejecuten el pagaré.
—Ya veremos —Pedro le contó su charla con Luis.
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