martes, 23 de abril de 2019

Corazón Indomable: Capítulo 41

Pasó junto al sofá de puntillas, para no despertar a Pedro. Se preguntó por qué la vida tenía que ser tan complicada. Había llegado al otro extremo del sofá cuando agarraron su mano. Giró en redondo y vió que él estaba sentado, sujetándola.

—Me... me has sobresaltado —tartamudeó. —Creía que estabas dormido.

—Estaba descansando.

Sus miradas se encontraron como imanes.

—Suponía que te habrías ido con tu novio.

—No es mi novio —liberó su mano y la metió en el bolsillo del vaquero. —Es mi jefe. Como ya sabes.

—Le gustas.

—¿Y qué sí le gusto?

No sabía por qué había dicho eso. Tal vez para ponerlo celoso. Pero no tenía sentido, Pedro no la amaba. Sólo sentía lujuria, sin compromisos. Y, bueno o malo, ella había disfrutado cada minuto siendo el foco de esa lujuria.

—Ah, así que tienes al pobre bastardo en espera.

—Lo que yo haga no es asunto tuyo —dijo, colérica.

—Tienes toda la razón, no lo es —accedió él con dureza, poniéndose en pie. —Nada de lo que hagas es asunto mío, ni lo que haga yo asunto tuyo —sus ojos volvieron a encontrarse en un forcejeo de voluntades. —¿Correcto?

—Correcto —dijo ella desafiante.

—Me encuentro fatal. Me voy a la cama.

Cuando oyó cerrarse la puerta del dormitorio de invitados, Paula se sentó en el sofá, revuelta. Si alguna vez había creído que la amaba, sus palabras acababan de demostrar que se equivocaba. Agarró un almohadón, hundió el rostro en él y lloró.

—Pareces agotada, nenita.

 —Lo estoy, Marta.

—Antes de venir saqué unas pastas de té del horno. ¿Por qué no pasas por casa y tomas algunas?

—Gracias, pero no. Voy a ir a casa a remojar mis huesos cansados en la bañera. Otro día, seguro.

—¿En serio? No me importa ir a casa y traértelas.

—No te atrevas. Estoy demasiado cansada para comer nada ahora.

—Muy bien, te veré más tarde, entonces.

Dió gracias porque Marta no hubiera presionado. Normalmente no aceptaba un «no» como respuesta. Paula dejó escapar un suspiro de alivio. Por fin había terminado el día. Habían trabajado mucho; todo el mundo había pasado por allí. Excepto Pedro. Hacía un par de días que no lo veía. La noche que había pasado en casa de Jimena había sido corta. Se había levantado a las cinco de la mañana para ir a echarle un vistazo y ya no estaba. Tenía que hablar con él, porque había conseguido que le dieran audiencia en dos días. Como resultado de su ausencia, no sabía qué deseaba más, sacudirlo o besarlo. No dejaba de pensar en la noche de pasión que habían compartido, Pero sabía que era mejor así. Mejor que se alejara. Mejor que no es tu viera en condiciones de tocarla.

—Nos vamos, Paula—dijo Daniela, asomando la cabeza por las puertas batientes.

—Yo también. Los veré por la mañana.

Paula había echado el cierre y estaba a punto de subir al coche cuando la camioneta de Pedro estacionó a su lado.

—Sube y vamos a dar una vuelta.

—¿Qué haces al volante? —ni siquiera pensó en que le estuviera dando órdenes. Sólo en que no debía conducir.

—Tengo un brazo bueno.

—Pedro Alfonso, estás loco. Podrías tener un accidente y matarte, o matar a alguien.

—¿Vas a venir?

—No.

—Por favor.

Cuando la miraba así parecía perder el sentido común y era incapaz de negarle nada. Les quedaba tan poco tiempo juntos que cada momento era precioso.

—Sólo si me dejas conducir.

—¿Has conducido una camioneta alguna vez?

—No.

—Toda tuya —hizo un gesto con el brazo y se rió.

Puala se sentó al volante y se quedó quieta, notando cómo la miraba.

—Es fácil de conducir, en realidad. Igual que un coche, así que vamos —dijo él con una sonrisa burlona.

Tras ajustar el asiento y el espejo retrovisor, arrancó.

—Espera un segundo —dijo Pedro cuando salió a la carretera. —Vamos hacia Wellington. Tengo una pieza de maquinaria en el taller mecánico.

—Eso me recuerda... —intervino Paula, —Tenemos audiencia pasado mañana, respecto a la prueba de ADN.

—Eso es fantástico. Sé que ese bastardo de Ross está mintiendo.

—¿Y si no es así?

—Entonces, estoy hundido —afirmó Pedro. —Mi único recurso sería demandar a Holland  para que me devuelva el dinero.

—A no ser que el juez ordene a Holland que dé a Ross la parte que le corresponda de la venta de árboles.

—¿Puede hacer eso?

—Los jueces son como dioses —Paula sonrió sin chispa de humor. —Pueden hacer todo lo que quieran.

—Entonces, recemos.

El resto del viaje fue en silencio, aunque Paula era muy consciente de que Pedro ocupaba el asiento de al lado. Anhelaba tocarlo. Siempre que sus ojos se encontraban, notaba el mismo anhelo en él. Apretó el volante con más fuerza y se ordenó mantener las distancias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario