—Se pondrá bien. Es duro. Hará falta más que una bala en el hombro para librarse de él.
Ella asintió, incapaz de compartir con él su secreto, la verdadera razón por la que estaba tan afectada. Se había enamorado de un hombre con quien no tenía ningún futuro.
—Ahora, si pierde el derecho a talar los árboles en la tierra de Holland… —la voz de Bruno se quebró. —Eso sería peor que un tiro en el hombro.
—No perderá la madera —refutó Paula.
—¿Cómo puedes estar tan segura?
—Creo que el juez Winston hará lo correcto.
—Eso espero —los labios de Bruno se curvaron hacia abajo. Sigo sin poderme creer que ese bastardo de Ross... —calló y carraspeó. —Disculpa el lenguaje.
—No hacen falta disculpas —Paula movió la cabeza. —Recuerda que trabajo con un grupo de abogados, todos hombres. Créeme, he oído cosas mucho peores.
—Créeme, yo también lo habría llamado algo peor.
Ambos sonrieron y volvieron a quedarse callados.
—¿No crees que los médicos ya deberían haber terminado?
—No —Bruno cruzó la piernas. —Entre las preparaciones y todo lo demás, se tarda más tiempo del que crees.
Paula lo sabía, pues había estado antes en una sala de espera de quirófano, por amigos y familiares, Pero era distinto. Se trataba del hombre al que amaba. Le dió un vuelco el estómago y se sintió fatal. ¿Qué iba a hacer? No podía hacer nada, la respuesta era muy clara. Seguiría adelante con su vida, igual que él seguiría con la suya. Haciendo cosas distintas en lugares diferentes.
—Él te importa mucho, ¿verdad?
—Sí, así es —no vió razón para negarlo.
—Me alegro. Lleva solo demasiado tiempo.
—Mira, no pienses que... —empezó, alarmada.
Bruno alzó la mano para interrumpirla.
—No pienso nada, señorita Chaves, así que no hagas una montaña de un grano de arena.
—Llámame Paula.
—De acuerdo, Paula. Sólo digo que desde que estás aquí he notado un cambio en Pedro... a mejor, por cierto. Aunque lo bueno dure poco, es mejor que nada.
—Me cuesta creer que nunca se haya casado.
No debería hablar de la vida de Pedro a su espalda, sobre todo en esas circunstancias. Pero, a pesar de su explicación, la desconcertaban tantos años de soltero.
—Es demasiado quisquilloso —sonrió Bruno. —En cuanto a mujeres se refiere.
—Eso no me dice mucho —comentó Paula, con la esperanza de no pensar en lo que ocurría en el quirófano.
—Le gusta vivir en lugares recónditos.
—Entonces, allí debería quedarse.
—Y le encanta su independencia.
—Debería mantenerla —afirmó Paula, con dolor de corazón, Pedro era quien era y no iba a cambiar. Y menos por ella.
Alguien se aclaró la garganta detrás de ellos y ambos giraron rápidamente.
—Ah, Fabián —dijo Bruno, levantándose. —Únete a nosotros.
Inmediatamente, Paula supo quién era ese hombre alto y delgado. Había estado en la cafetería un par de veces. Se levantó y, por cortesía, le apretó la mano. Ella no creía que hubiera aparecido allí sin razón. Sabía que tenía algo que decir. Parecía incómodo y jugueteaba con el sombrero que tenía en la mano. Evitaba mirarla a ella, tenía los ojos clavados en Bruno.
—Sheriff, ¿Dispararon a Pedro a propósito? —la rotunda pregunta de Paula sorprendió a los dos hombres.
Bruno estrechó los ojos y Fabián pasó el peso de un píe a otro. Después, el rostro del sheriff se despejó e incluso sonrió, lo que pareció tranquilizarlo.
—Eh, no estamos seguros, señora.
—Quieres decir... —a Paula se le secó la boca y lo miró con horror,
—Imaginé que había sido un cazador de jabalís, o un chaval practicando tiro —comentó Bruno con voz grave. —La idea de que alguien disparase a Pedro a propósito no se me había pasado por la cabeza.
Paula soltó el aire y movió la cabeza, demasiado horrorizada para hablar. Ese tipo de cosas no le ocurrían a la gente que conocía, y menos a alguien que le importaba tanto. Se pasó la lengua por los labios resecos.
—Podría haber... —calló, incapaz de decir «Muerto».
—Lo sabemos, señora —dijo el sheriff con respeto. —Ha sido cosa de Dios. Así lo veo. Dígale a Pedro que la investigación será de máxima prioridad.
—Sí alguien le pegó un tiro —dijo Bruno con voz áspera. —Compadezco a ese pobre idiota cuando lo encuentres, Pedro irá a por él.
—Mira —Fabián se frotó la barbilla, —estamos investigando a fondo. Encontraremos al responsable. En cuanto sepamos algo, os informaremos —hizo una pausa y carraspeó. —¿Cómo está Pedro?
—No lo sabemos aún —contestó Bruno.
Fabián se marchó poco después dejando un tenso silencio. Paula no dejaba de mirar la puerta del quirófano y por fin tuvo su recompensa. Un hombre alto y calvo, de verde, entró en la sala.
—¿Señorita Chaves?
Bruno y Paula se pusieron de pie, ansiosos.
—Soy el doctor Carpenter, Pedro está bien. Hemos sacado la bala sin problemas —se limpió la frente, —Pero ha perdido bastante sangre, así que pasará la noche aquí.
—¿Quiere decir que en otro caso podría haberse ido a su casa? —preguntó Paula, atónita.
—A casa sí, pero no recomendamos que vaya solo —el doctor puso cara de preocupación. — Algo me dice que, cuando se despierte, eso no va a gustarle nada.
—No lo dude —Bruno soltó una risita. —Tendrá una pataleta si no lo dejan salir de aquí.
—¿Puedo verlo? —preguntó Paula.
—Está en recuperación, pero no hay mucha gente, así que permitiré que se siente con él —dijo el doctor.
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