—Grr... —gruñó entre dientes, justo cuando empezó a sonar el teléfono.
Era Marta.
—Ven, Paula. ¡Ahora mismo!
Marta estaba tumbada en posición fetal en el sofá, dormida. Paula añadió otra manta a la que ya había sobre la anciana y volvió a sentarse en el sillón, cerca de la chimenea. Llevaba con Marta más de una hora, desde que habían regresado de la consulta del doctor Graham. Marta, por supuesto, había tenido un ataque cuando le dijo que fueran al médico. Pero cuando Paula llegó a su casa y encontró a la anciana comportándose de manera extraña, como sí hubiera sufrido un leve ataque de apoplejía o epilepsia, la preocupación le dió el coraje para enfrentarse a ella.
—¿Voy a morirme?
Paula se volvió hacía Marta, que se había recostado en la almohada. Sintió una oleada de pena, pero no permitió que se notara en su rostro.
—Desde luego que no. Estarás perfectamente, siempre y cuando hagas lo que mande el doctor Graham.
—Dime otra vez qué me ocurre.
—El azúcar de tu sangre se ha disparado. Si lo vigilas y controlas, no volverás a tener este tipo de episodios.
—¿En serio?
—En serio —Paula se inclinó hacia ella y la miró a los ojos. —A menos que desobedezcas al médico y comas tus pastas de té.
—¿Quieres decir que nunca podré volver a tomar una pasta? —preguntó Marta con la barbilla temblorosa.
—Nunca es mucho tiempo.
—Pero llevo mucho tiempo siendo vieja —contraatacó Marta.
Paula sonrió y se inclinó para besar su mejilla.
—No te preocupes por eso ahora. Sólo compórtate y veras que dentro de poco podrás al menos mordisquear alguna de tus delicias. Eso es mejor que nada.
—Eres una buena chica, Paula Chaves—Marta agarró su mano y se la llevó a la mejilla— Ojalá no tuvieras que dejamos e irte tan lejos. Voy a echarte de menos.
—Yo también te echaré de menos, Marta. Mucho —a Paula se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Entonces no te vayas.
—Tengo que hacerlo —Paula liberó su mano con suavidad. —Mi trabajo, mi vida, mis amigos... todo está en Houston.
—¿Y Pedro, Jimena y yo? ¿No somos tus amigos?
—Claro que sí, y pienso mantenerme en contacto.
—Mentira.
—Calla y descansa —dijo Paula, algo desconcertada, —o llamaré al doctor Graham y me chivaré.
—Chívate cuanto quieras —dijo Marta con algo de su energía habitual. —Quiero hablar contigo sobre Pedro.
—No hay nada que hablar —Paula deseó que fuera verdad.
Había montones de cosas que decir y ése era el problema. Pero hablar de Pedro sacaría a la luz la precaria intimidad que existía entre ellos y no quería hacerlo.
—Claro que hay —Marta sacó la lengua. —Sólo que los dos son demasiado cabezotas para verlo.
—Estás molesta porque quieres jugar a casamentera y no te está funcionando —dijo Paula, intentando quitar seriedad al momento.
—Puede que sea vieja, jovencita, pero no soy ciega, ni sorda.
—No he dicho que lo fueras.
—Claro que si —protestó Marta —Pero sí...
—Gracias —Paula la interrumpió con una sonrisa. —Será mejor que cambiemos de tema.
Marta la miró con dureza pero accedió, sobre todo porque se le cerraban los párpados. Paula se quedó un rato más y después salió de la casa con un peso en el corazón.
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