martes, 16 de abril de 2019

Corazón Indomable: Capítulo 40

Era increíble ver a Martín Billingsly en Lane, Texas, y más un lunes, el día más ajetreado en la empresa. El hecho de que Pedro estuviera a su lado, mirando a Martín de arriba abajo, no ayudaba nada. Paula se aclaró la garganta e hizo las presentaciones.

—Parece que he venido en mal momento —dijo Martín, con aspecto incómodo.

—No por lo que a mí respecta —rechazó Pedro, moviendo el brazo bueno. —Los dejaré solos — miró a Martín. —Encantado de conocerte.

—Lo mismo digo.

Cuando Pedro entró en la casa, Paula miró a su jefe, pensando que parecía muy cansado. Aun así, seguía estando guapo. Era alto, de espaldas anchas, con pelo plateado y una sonrisa devastadora. Además, tenía una voz espectacular, que era una de las razones por las que lo respetaban tanto en las salas de juicios.

—¿Qué te trae por aquí? —preguntó. Después, como sí creyera que iba a considerarla grosera, añadió—: Por supuesto, me alegro de verte.

—Estoy seguro, pero no te alegras tanto como yo habría deseado —Martín sonrió débilmente.

—No sé a qué te refieres —Paula se sonrojó.

—Ah, yo creo que sí —Martín señaló la puerta con la cabeza. —¿Qué hay con él?

—Es un amigo que acaba de salir del hospital.

Los ojos de Martín la escrutaron, como si buscara toda la verdad. Ella ignoró la mirada.

—En realidad es un gusto verte, estoy deseando saber cómo van las cosas en la empresa — esperó que su voz binara templada, porque temblaba por dentro.

—Entonces vamos a algún sitio a hablar. A comer, por ejemplo. Me apetece saber cómo te va, luego te pondré al día sobre la empresa. Tenemos un par de casos próximos que llevan tu nombre escrito.

—Eso es fantástico.

—¿Es todo lo que tienes que decir? —alzó las espesas cejas.

—Me encantaría comer contigo, pero no es buen momento —dijo Paula; estaba sudando.

—¿Tienes que volver a la cafetería?

—En realidad, hoy está cerrada.

Martín alzó las cejas interrogativamente, como preguntando por qué no podía ir a comer.

—Parece que he metido la pata viniendo sin avisar —murmuró, al ver que ella no se explicaba.

—Supongo que tiene algo que ver con el tipo que ha entrado —inclinó la cabeza hacia la puerta.

—Eso sólo es parcialmente verdad —afirmó Paula con seguridad. —¿Y si nos sentamos en el columpio del porche y charlamos?

Al fin y al cabo, no podía enviarlo de vuelta sin pasar algo de tiempo con él. Que hubiera ido a verla era un acontecimiento, y así debía tratarlo. Su trabajo era su vida; sí su jefe quería verla, sería boba impidiéndoselo. Además, Pedro podía cuidarse solo un rato.

—Se te ve bien —dijo Martín cuando se sentaron.

—Lo estoy —contestó ella con sinceridad. —Tenías razón, Necesitaba alejarme. Pero tengo que hacerte una confesión.

—¿Ah?

—He estado trabajando un poco.

—¿En un caso?

Paula asintió y le explicó el tema.

—No protestaré. Me parece genial que estés dedicándote a las leyes de nuevo y te sientas bien haciéndolo.

—Me alegra mucho tu aprobación —le ofreció una gran sonrisa, —aunque aún no he ganado el caso.

—Lo ganarás —aseveró él.

—Gracias. Tu confianza me hace sentirme aún mejor.

—¿Cuándo podemos esperarte de vuelta?

—En cuanto regrese mi prima.

Una expresión de alivio cruzó el rostro de Martín, haciendo que pareciese menos cansado.

—¿Y qué me dices de él?

Paula no simuló malinterpretar el énfasis que había en la pregunta, pero no pensaba contestarla.

—¿Qué sobre él?

—Vale, no quieres hablar de él —Martín encogió los hombros. —Eso puedo aceptarlo.

—Ya que estás en ello, acepta que estoy deseando volver al trabajo.

—Todo el mundo te echa de menos, yo incluido —Martín estiró el brazo y apretó su mano. — Estamos deseando que regreses.

—Gracias —Paula notó que las lágrimas afloraban a sus ojos. —No sabes cuánto significa para mí.

—Me marcharé ahora, pero hablaremos más tarde.

—Gracias por venir. Sólo siento que...

—No te disculpes —Martín alzó la mano. —Debí telefonear antes —le guiñó un ojo. —Nos veremos pronto.

—Puedes contar con ello —sonrió Paula.


Paula esperó a que estuviera en su BMW y arrancase antes de entrar en la casa. Cerró la puerta y apoyó la espalda en ella. Entonces se dió cuenta de que Pedro no había llegado a la habitación de invitados, se había tumbado en el sofá y parecía profundamente dormido. Lo observó, pensando lo guapo que estaba, sobre todo cuando las profundas líneas que rodeaban sus ojos y su boca estaban relajadas. Percibía en él una vulnerabilidad que le rompía el corazón. Entre el problema de trabajo y el accidente, estaba estresado mental y físicamente. Sintió la tentación de acercarse y frotar la mejilla de Pedro con el dorso de la mano, por el mero placer de tocarlo. Siempre que lo veía deseaba tocarlo. Pero como ese tipo de contacto no tenía futuro, se aguantaba. Sus vidas estaban en mundos distintos, y siempre lo estarían. Se obligó a pensar en Martín y en lo que acababa de ocurrir entre ellos. Seguía atónita por su inesperada aparición. Había querido pasar tiempo con él, pero no quería dejar solo a Pedro, teniendo en cuenta lo que había dicho el médico. Durante un segundo se había sentido dividida en dos sentidos; y no estaba segura de haber tomado la decisión correcta.

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