—Le deseo muy buenos días, señorita Chaves.
—Buenos días, señor Mangunm —Paula hizo una pausa—.Qué formales estamos —dijo con sarcasmo; después se arrepintió de su falta de profesionalidad.
—Supongo que se debe a que lo que tengo que decirle es formal —Mangunm hizo una pausa y se aclaró la garganta. —Más o menos.
—Su cliente se niega a hacerse la prueba de ADN —no lo dijo como una pregunta.
—Correcto, y creo que es una buena decisión.
—Veremos si el juez está de acuerdo con eso.
—Buena suerte, jovencita.
Paula no se molestó en contestar al condescendiente imbécil. Colgó el teléfono y esa vez se alegró de su falta de profesionalidad. La llamada de Mangunm la había pillado entre las horas punta del desayuno y el almuerzo, aunque no podía decir que fueran tan punta. El negocio había bajado un poco y tenía la esperanza de que no tuviera nada que ver con ella. La gente del pueblo quería a Jimena y echaba de menos su sonrisa y su capacidad de charlar con ellos. Era obvio que no tenían problemas en contarle a Jimena todo lo que ocurría en sus vidas. Con ella era distinto. No conocía a los clientes, aunque había intentado aprenderse el nombre de los habitual es y creía haberlo hecho bien. Aun así, le quedaba mucho camino por recorrer para llegar a ser tan sociable como Jimena. Lo cierto era que nunca había querido serlo. Pronto estaría llenando el coche y de regreso a Houston. Sin Pedro.
De repente una desagradable sensación invadió su estómago. Se levantó de la silla del diminuto despacho de Jimena y fue hacia la ventana. Hacía sol y era un día perfecto para que Pedro estuviera en el bosque. Sabía que debía de estar volviéndolo loco no estar allí. Pero ella había hecho cuanto podía hacer por el momento. El siguiente paso le correspondía al tribunal. Se preguntó qué estaría haciendo él en ese momento y si pensaría en ella. Apenas había pensado en otra cosa desde que salió de su casa. Estar con él había sido increíble, y a pesar de que había amado su cuerpo de principio a fin, ansiaba más. Rió al pensar que Pedro la había convertido en una obsesa sexual.
Tras la muerte de Ariel, y hasta que conoció a Pedro, Paula no había deseado que un hombre volviera a tocarla, y menos hacerle el amor. De repente, era una adicta. Mala suerte. Tendría que superar esa adicción, porque volvería a Houston sola. Había sobrevivido al peor trauma que podía sufrir una persona. Como Pedro había dicho, seguía funcionando, aunque no tan bien como debería. Pero mejoraba poco a poco. Lo que más deseaba era regresar a Houston y a su empresa. Sintió un escalofrío de excitación. Ocuparse del caso de él le había recordado que adoraba ser abogada y estaba deseando volver al trabajo. Deseó no tener que sentir tristeza al pensar en marcharse de Lane, No quería sentir nada por ese pequeño pueblo y la gente que vivía en él. Por desgracia, ya no podía evitarlo. Le gustaba mucho doña Marta. Desde que había visitado a la anciana, se imaginaba haciéndose amiga suya. Y sus pastas eran para morirse. No se imaginaba no volver a comer otra nunca. Además de Marta, había llegado a conocer a otros clientes. Y estaba Pedro. No podía imaginarse dejándolo. Pero sabía que cuando llegase el momento podría y lo haría. Sin volver la vista atrás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario